Ellos
Cuando Alastor hijo de Alastor, tomó la decisión de seguir aquel cuyo ser había salvado su vida y la de sus padres, el reino de las Sombras se dividió. Las opiniones y los sentimientos eran encontrados, algunos acataron la orden del Rey, otros pedía su cabeza. Al final, el reino se dividió y fue cuando un grupo de descendientes autonombrado la Orden, apareció en escena. Actualmente, sobrevivían solo cuatro de ellos, cuatro sombras de sangre sumamente poderosos. Solo superados por Alastor, y lo que más ansiaban era el trono del Rey.
Con el paso de los siglos, hubo muchos incidentes para tratar de derrocarlo. Pero ninguno de ellos próspero, y ahora habían aparecido de nuevo un nuevo heredero. Esto los hacía sentir, que sería más difícil obtener el trono. ¡No! Tenían que golpear antes de que príncipe creciera, en edad y en poder, así tomar para sí. La corona del reino de las Sombras, del reino intemporal de los mismos donde solo su gente podía viajar, al presente, pasado y futuro. Un lugar donde únicamente los más antiguos podían acceder a través del reino de los sueños, pondrían ese poder en cuatro puestos, debajo de la nariz del Rey. Desde ahí podían desestabilizar, el poder del reino y finalmente verlo caer.
No solamente por su propio bien, no eso no solo estaba en juego. También lo hacían por el bien de su raza, ellos eran de los antiguos. Nadie dudaría de sus intenciones o de sus acciones por ayudar a su pueblo. Eran gente de poder y de respeto, una vez que la Orden tomase el control, obligaría a las otras razas a salir de la oscuridad, a tomar al mundo y dominarlo. Porque ese era su privilegio, el ser de ellos… y su obligación era mostrar que eran superiores, a cualquier raza, sobre todo a los humanos. Formarían un frente de los mejores guerreros, para dominar a todos y cada uno de los Muriaks. Que habían surgido por la tradición de Dragos.
El bastardo Dragos y todos sus engendros desaparecerían, junto con los enemigos de la Orden. Ellos lo lograrían a cualquier costó, de cualquier modo. Este golpe sería el último y el definitivo, una revolución y llevé al mundo de las razas de sangre al siguiente nivel. Ellos están bien organizados, y dirigidos por un verdadero estratega que se hacía llamar Lukan Ozth Raghner, el cual no era su nombre real. Pero él Lukan era conocido en todo el reino, era temido y perseguido por ser un maldito que luchaba por la liberación de su raza… según decía él.
Estaba en su pequeño apartamento, sumergido entre sombras, salió de su habitación. Su teléfono celular sonaba desde hace ratos, sabía que era alguno de los chicos el que le llamaba o no sería tan insistente. Pero, para comunicarse entre ellos, utilizaban una serie de claves. Lo que daba la apariencia de ser un idioma extranjero, estaba parado junto a su sofá cuando contestó el teléfono.
Sintió la presencia de uno de los suyos, de alguien me conocía… pero, ¿No estaba muerto? Entonces le tendría una trampa, a propósito dejó detrás ver las palabras Alastor, muerte, heredero y reino. Solo que el intruso no cayó, solo se atemorizó y no huyó. Sabía que sería este su final, este sería el enemigo que había esperado toda su vida. Justo cuando se abalanzó sobre él, este se desvaneció. Bien, en este momento justo, tenía que reunirse con ellos y coordinar el ataque o de otro modo quedaría al descubierto. Y todo habría sido en vano, no perdería la oportunidad de perder la corona del Rey. Menos ahora que había al fin, alguien capaz de detener a Alastor y digno de ser el nuevo monarca.
—Los quiero en Hungría, para ayer —le ordenó a su gente.
Su gente tenía que encontrar el intruso y destruirlo, antes de que sus planes se desmoronaran. Lukan Ozth Raghner terminaría con el reinado de Alastor, de una buena vez, y encontraría el digno rival que llevará a Lukan a la muerte.
* * *
Egion Yurkemi no había conciliado sueño en toda la noche, algo lo tenía y tranquilo estaba recostado junto a Zakara. Había observado cómo el aire llenaba sus pulmones, y elevaba su pecho. Su piel brillaba a la luz de las velas, ella era tan hermosa como la vez que la vio por primera vez. Su pelo castaño, sus largas y tupidas pestañas, su boca perfectamente delineada. Estaba acurrucada contra su pecho, a Egion le encantaban bellos ojos oscuros de ella. De pronto ella se removió un poco y su mirada se encontraron con las suyas.
—¿Qué sucede mi Lobatiam?
Él le rozó la frente con sus labios, se veía hermosa. Se quedó dormida después de las horas que habían compartido juntos, haciendo el amor, compartiendo no únicamente su cuerpo, sino sus almas.
—No es nada amor, ve a dormir.
—Para no ser nada, estás demasiado despierto.
Egion trató de distraerla con una caricia, pero ella no le prestó atención.
—No es nada.
—Habla ya, lobo testarudo.
Su reprimenda vivo acompañada de un pequeño pellizco en su pecho, él solo vio los labios de ella.
—¿Se supone que eso tuvo que doler?
—¡Egion!
—Lo siento Z, ¡ouch! ¿Eso estuvo mejor?
—¡Eres un cachorro!
Eso era algo divertido y la abrazo aún más.
—Me preocupa mi hermanita, sí solo sigue con vida por el embarazo… ¿Qué ocurrirá después?
—No pienses en eso, amor, se debe que debe haber una explicación… pero no creo que esa sea la razón.
—Lucían tenía un vínculo de vida con ella y… él murió.
La voz de Egion se desvaneció en medio de la oración.
—Ella estará bien… será cuidada y protegida ¿Qué no confías en la gran magia?
—Si amor, claro que sí. Solo no quiero perder a mi hermanita… también.
—Lo sé Egion, lo sé.
Se quedaron en silencio, observándose el uno al otro, solo compartiendo ese tranquilo.
—Hablé con mis hermanos, con los Lobatiam…
—¿Acerca de qué?
—Gregorio.
—Ese chico, es realmente extraordinario.
—Sí, pero, ¿Por qué se le permitió volver?
—¿A qué te refieres?
Egion guardó silencio, escogiendo muy bien cada palabra.