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Egion había llamado hacía unos minutos a sus hermanos, los había despertado a ambos con sendos gritos mentales, en parte por su propia urgencia y en parte por travesura. Separó junto al viejo y pequeño yacimiento de agua, que alimentaba la propiedad. Estaba absorto en sus pensamientos, sin percatarse de que alguien estaba allí. Hasta que una pequeña e indefensa figuras de paro a un lado de él, devolviendo lo hará realidad.
—¿Insomnio?
—Sip.
—¿Por tu padre?
—Sip.
—¿Estás bien?
—No.
—Y tampoco muy hablador —murmuro Egion volviéndose para verlo de frente —¿Quiere tener la conversión?
—Si… tengo… estoy… yo sé que…. No… debo…
Egion sonrió ante las frases incompletas del chico, aun así entendía perfectamente lo que le ocurría.
—No debes temer, si decides hacerlo, tendrás el apoyo de todos.
—Sería como perder a mi madre otra vez.
Un razonamiento similar utilizó Anabeth, para negarse a la conversión, hasta que casi lo perdió a él.
—¿Sabes por qué Anabeth aceptó convertirse en un Lobo?
—Solo he oído rumores.
El Lobo asintió viendo un inmenso tronco caído, que servía como banco, ambos descansaron un poco allí.
—Ella se negaba a perder la herencia biológica de mi hermana, Loris, por temor a perder su recuerdo.
—¿Qué la hizo cambiar de opinión?
—Mi muerte.
Gregori estaba sorprendido con la revelación, pero, entonces, ¿Cómo era posible que Egion estuviera aquí con él?
—Una noche, uno de los nueve príncipes vampiros nos atacó, llevaba consigo sombras expertos en guerra —Egion guardó silencio recordando aquel doloroso día, en el edificio en Energy —Solo cuando ellos me dieron muerte, y solo con ello, Anabeth entro en el estado laibat.
—¿Cómo?
—Laibat, es el nivel más alto de magia de los Lobos, es el cambio de un berserker a un Lobo completo.
—¡Wow! Por eso tu raza es sorprendente.
—Sí, así es… pero, no todos logran esto, aun cuando tengan sangre real. Mis hermanos y yo… aún no lo logramos.
El chico emocionado meditaba las palabras de Egion, formándose miles de ideas en su cabeza.
—¿Yo podré algún día ser algo similar?
—Gregori, creo que deberías pedirle una muestra de todo ello tu padre.
Los ojos de chicos se abrieron como platos, y se preguntó porque no sé le había ocurrido a él.
—Bien, entonces, creo que iré a ver a mi padre —se levantó y giro y comenzó a caminar en dirección a la casa.
—Tu padre está en el nuevo complejo —le gruñó el Lobo a modo de despedida —Y no despiertes a nadie.
—¡Hasta mañana pulgoso!
Egion observó al chico alejarse distraídamente, volvió su rostro al agua que fluía de manera libre, su mente seguía siendo un caos. Las posibilidades que se presentaban ante él, si él pudiese ser padre… una idea de una pequeña proveniente su sangre y de Zakara. Si, los Lobos podían tener descendencia, pero por alguna razón ellos tres no, lo cual era sumamente injusto. ¿Qué posibilidades había de que sus hijos pudieran ser como un hada de sangre? En su caso con Zacara… La alegría que lo había abordado hasta hace unos minutos se había desaparecido conforme avanzaban sus pensamientos. Observo como el agua jugaba entre las rocas, la serenidad que la naturaleza quería darle.
Pero no dejaba de imaginar que algún día pudiera ser padre, si la gran magia les negaba ese regalo, todo su esfuerzo, sus sueños habría sido para. Eso sería más cruel, en ese momento quería no haberse enterado de la petición de Anabeth hija del Oscuro, en ese momento sintió que ya no podía decirle a los pulgosos, también les rompería el corazón, saber que había una luz de esperanza y cerrarles la puerta en la cara.
—¿Qué sucede Bongo? —saludo Moira acomodando su cabello, dejándolo más alborotado.
Egion desnudo los colmillos, ellos eran canes, pero era muy diferente que lo comparan con un perro… bueno, pero se podía aceptar si la comparación no fuera con un dálmata de un cuento infantil.
—Voy a tirarte esos dientes…
—¡Tranquilo! Egion, ¿Qué sucedió?
Egion medito por un momento lo que podía o no revelarle, decidió que ellos también tenían derecho a saberlo.
—Es una noticia que puede ser tan buena como mala —respondió sin quitar la mirada de tu gemelo.
—Suelta el hueso de una vez, dejé a dos lindas chicas en la cama y quiere volver.
—¡Moira! —lo corto Vogel —Cierra tu hocico.
—Escuchen.
Moira iba a protestar, pero decidió que no quería ser reprendido por Vogel otra vez.
—¿Qué sucede, Egion?
Egion suspiro, desvío su rostro al cielo, este estaba claro y hermoso, algo doloroso de observar en ese momento.
—Anabeth…
—¿Qué sucede con ella? ¿Están bien los cachorros? —lo interrumpió con temor en su mirada.
Egion rodó los ojos, pero entendía la preocupación de Vogel.
—Tranquilos, ella y los cachorros están perfectos —miro a sus hermanos y se dio cuenta de que estaban sosteniendo el aliento, incluso el silencio en el lugar era un tanto abrumador, como si todos quisieran escuchar las palabras que estaban saliendo de su boca.
—¿Qué fue lo que Akiria respondió?
—Eso, aún están de liberación.
—Eso sería fantástico —murmuró su gemelo, a Egion le pareció ver un atisbo de ternura en su mirada.
—No Mario… los únicos con los que nuestra sangre es compatible es con la raza de las Furias.
Los rostros de los tres Lobos se ensombreció, aun cuando Moira no tenía una pareja no estaba seguro de que escogería una Furia para su compañera. Por lo corto de la vida de estas, en ese momento no sabían si la noticia había sido buena, o solo una patada en su peludo trasero. Se despidieron en silencio, sin ánimos de continuar su conversación, cada uno eligió lugar donde más se encontraba.
Egion entro a su habitación, por la hora, casi el amanecer, pensó que su pareja ya estaría dormida. Le sorprendió verla sentada en la cama, lo observaba como los ojos rojos, entendió que la forma en que la dejo fue insensible, ni siquiera le dio una explicación. Se acercó a ella, se arrodilló frente a Zakara en el suelo, tomo sus manos.