Permitir
La noticia del compromiso había llegado a los oídos de todos con bastante rapidez.
Al regresar a la fiesta de inmediato los dos jóvenes fueron en busca de sus padres. Marcus habló con Richard, el señor Laugmore, padre de Marion y en un despacho ambos dialogaron respecto al compromiso que tendría con su hija, y por supuesto pedir su bendición.
Marion estaba detrás de la puerta con su madre que daba brincos de alegría y que no paraba de hablar sobre los preparativos para la boda. Al salir ambos hombres se estrecharon las manos y regresaron al salón dispuestos a dar la gran noticia.
Todos alzaron las copas, brindaron y le desearon lo mejor a la feliz pareja.
Entre tanta gente, ambos se agarraban de la mano y antes de que los separaran para que ella hablara con las amigas de su madre y Marcus con los invitados, él aferró su agarre, al hacerlo ella lo miró y pudo observar en él una gran sonrisa, que le aseguraba que todo estaría bien.
En esos momentos Marion creyó que tal vez aquel matrimonio podría llegar a funcionar.
Y se sentía aliviada con eso.
—Me enteré de tu compromiso, ¡felicidades! —celebró la joven chica sobre el otro lado del mostrador, interrumpiendo los pensamientos de Marion.
Ya habían pasado unos días de su compromiso, y Marion se encontraba en el local de su hermana mayor porque acordó con ella que la acompañaría por unos encargos y también a comer. Ella sabía que su hermana quería hablar sobre su compromiso, en estos días todo mundo quería saber de eso, así que no le sorprendió cuando la trabajadora de su hermana sacó el tema a relucir.
—Gracias, Paula —responde con una sonrisa ya pulida y ensayada—. Supongo que mi hermana fue quien te lo contó.
—¿Es una broma?—la joven trabajadora apoya su brazo en el mostrador— Es el chisme del momento. Todos han estado hablando de esto. A mi, me lo contó el sr. Lowell antes de poder hablar siquiera con tu hermana —la joven soltó una risa pícara.
—¿El carnicero?
—Así es —Paula asiente repetidas veces y después se encoge de hombros—, la señora Lowell es famosa por sus historias.
—Paula, ¿ya acomodaste las telas que te pedí? —su hermana sale del almacén de la tienda y la joven de inmediato se incorpora y se acerca a las cajas que estaban detrás del mostrador.
—En un momento, señora Cornett —dice sin verla y poniéndose a trabajar.
—¿Que te he dicho con te entretengas durante el trabajo? —cuestiona Salma mientras pasa a su lado y toma su sombrero y abrigo.
—Lo siento mucho, señora —dice la joven y sonríe apenada, pero su jefa no le responde la sonrisa—. Lo haré de inmediato.
—Solo quiero que lo mantengas presente —aclara mientras niega con la cabeza, todo parecía que su empleada jamás cambiaría—. Procura acabar para cuando regrese —le advierte y Paula asiente, luego mira a su hermana y le da a entender que ya se vayan— Marion, ya estoy lista.
—Claro, Salma —asiente y agarra sus cosas.
—Muy bien. Paula, te encargo la tienda hasta que vuelva, no tardaremos más de 2 horas. Ya sabes que hacer.
—Si, Sra. Cornett —Paula hace una pequeña reverencia y ambas hermanas salen del local.
—Deberías conciderar darle un respiro, es solo una niña —Marion rompe el silencio cuando ambas se habían alejado.
—Ella está bien —dice su hermana mientras agarra su brazo y lo rodea con el suyo—, tiene 17 años y tiene que aprender de responsabilidades y del trabajo. Además —le da un ligero golpe con su mano libre—, te he dicho que no me gusta que hables tanto con ella, la distraes de sus labores.
—Lo siento —Marion sonríe—, intentaré no causarte más problemas.
Su hermana asiente y ambas siguen caminando entre la gente. A veces Salma se preguntaba dónde estaría su pequeña hermana que replicaba por todo y no se quedaba callada. Desde hace años parecería que aquella criatura se había ido, y aún con los inconvenientes que causaba, Salma a veces extrañaba ese espíritu que por mucho tiempo había caracterizado a su hermana.
Por supuesto que ese día no la había invitado para añorar el pasado, si no que quería pasar un tiempo con ella y felicitarla personalmente por su reciente compromiso
—Entonces… mi hermanita se casará —sonríe entusiasmada—. ¿Ya tienen fecha para la boda?
Pero Marion no le contestó, ambas se habían detenido, porque la más joven no paraba de ver un punto específico del otro lado de la calle.
—¿Marion? —Salma le toca el hombro y se pone enfrente de lo que sea que esté viendo—, ¿Me estás escuchando?
—Perdón —Marion parpadea un par de veces y le retira la mano del hombro—, me distraje por un momento —sonríe por un segundo, pero de inmediato la borra de su rostro— No sabía que la volverían a abrir.
—Ah… eso —Salma voltea y mira el pequeño local de dónde salían varios hombres de construcción trabajando—, si… desde hace unos días llegaron trabajadores para remodelar el lugar, por el dinero que están invirtiendo todos creen que será un éxito lo que sea que están construyendo —comenta incrédula restándole importancia, pero su hermana la hace aún lado y comienza a dirigirse al otro lado de la calle hacia el local—. Espera, ¿a dónde vas?
—Tengo que ver algo —dice Marion sin siquiera mirarla.
—¡No! Marion, aguarda —grita su hermana pero ella no la escuchó. Y al esquivar los carruajes fue difícil para Salma mantener el paso y la perdió de vista.
Marion estaba sorprendida, puesto que desde hace varios años ya creía que no lo volvería a ver. Creía que todo había terminado aquel día de primavera y que sus caminos jamás se volverían a cruzar. Pero en estos instantes se cuestionaba aquella creencia, porque creía que era él; aquel establecimiento era de su familia y estaba muy segura que aquella figura que logro ver desde el otro lado de la calle se trataba de él. Porque a lo que ella respecta, tenía que ser él.