Herroc - Un príncipe para la bestia

Dos: El sol no se puede tapar con un dedo

Herroc observó a Erica parlotear y quiso taparse los oídos, o en última instancia ponerle una cinta en los labios. Ella llevaba hablando de la pelea con su novia desde hacía al menos cuarenta minutos y él ya estaba harto. Ah, el mundo de las lesbianas era fascinante, pensó con ironía. Erica llevaba ya tres años saliendo con su pareja actual y parecía que en realidad convivían desde hacía una eternidad. Ellas tenían un perro y un gato como mascotas y a los cuales llamaban sus hijos. También compartían casi todo en la vida. Algo que Herroc encontraba espeluznante. ¿Cómo podía ser posible que la gente se pegara de tal manera a otra? ¿Era alguna clase de simbiosis que su atrofiado cerebro para las relaciones no podía entender?

—Entonces le dije que no podíamos comprar una chimenea nueva —continuó diciendo ella mientras ordenaba una y otra vez la documentación que necesitarían para la reunión que les esperaba. Ambos iban en el lujoso auto del muchacho y mantenían una especie de conversación unilateral desde que salieran de la casa de él, —ya el año pasado remodelamos la sala de estar en casa y habíamos hablado con que esta vez trabajaríamos en un jardín con piscina.

Oh, así que ese había sido el meollo del asunto.

—Y supongo que esta renovación no deseada es un presupuesto abismal para tu billetera —aportó Herroc con condescendencia para que Erica notara su falta de interés en el tema. —¿No puedes darle el gusto a tu pareja y por eso decides armar un alboroto?

Ella levantó la vista de sus papeles y le gruñó en desacuerdo.

—El problema es que ella es una fanática del control, Herroc. ¿No has estado escuchando lo que te dije? El problema radica en que no puedo ceder a todo lo que se le cruza por su cabecita.

—¿Y por qué no?

Erica bufó.

—Ojalá tuvieses una novia para saber porque no es bueno ceder en cuanta cosa quiera.

Mierda. Ahí iba otra persona de nuevo, pensó Herroc. En lo que llevaba de la mañana ya dos personas habían comentado sobre su soltería.

—¿Y tú por qué peleabas esta hermosa mañana con tu abuelo?

—Sigue con lo mismo de siempre —contestó con simpleza y ojeando las ajetreadas calles de la ciudad a esa hora, —¿no viste su mirada al verte entrar? Todavía cree que vivimos en el 1800 donde tu familia puede arreglar un matrimonio conveniente. Estoy apostando mi cabeza a que cree que serías una excelente esposa para mí por el simple hecho de tener una vagina.

—¿Qué?

Herroc se encogió de hombros.

—El abuelo quiere bisnietos, Erica —resolvió con un suspiro. —Es el único de su círculo íntimo que todavía no cumple con esa meta. Los otros ancianos decrépitos que tiene como amigos ya van por el tercer o cuarto bisnieto y sabes que al abuelo nunca le ha gustado estar en desventaja con ellos.

Esa era la historia de su vida. Herroc también creía que su nacimiento había sido por el simple hecho de darle en el gusto al viejo Briceton de tener un nieto heredero. Su pobre y difunto padre había tenido que luchar durante toda su vida con la aprobación del anciano cascarrabias, y eso era algo que su hijo nunca podría perdonar.

Herroc jamás pasaría por alto todas las cosas que leyó en el diario que encontró, y que pertenecía a su padre, donde relataba las peripecias de su adolescencia y adultez como hijo de Archivald Briceton.

—Pero tú no deseas tener hijos, ¿él sabe que tienes repelús a la paternidad?

—En realidad no le importa —contestó con amargura.

—Vaya, eso es jodido —Erica le dirigió una mirada suspicaz al verlo detener su mirada sobre su escote. —Ni siquiera lo pienses, amigo. Yo no te daré uno de mis óvulos para que engendres una mini versión tuya. ¿Recuerdas que yo tampoco estoy en eso de la maternidad? ¡Duh, soy lesbiana por algo!

—Eres cruel… pero justa —sonrió él divertido con su conclusión. Los dos sabían que la preferencia sexual de la pelirroja distaba mucho de ser influenciada o no por la procreación. —No me importa, de igual manera el abuelo sigue pensando que soy gay.

—¿Y eso por qué? —Erica frunció el ceño y Herroc mostró una sonrisa orgullosa.

—Me encargué de que así fuera.

La oscuridad se hizo entre ellos durante unos segundos mientras ingresaban al subsuelo del edificio donde se llevaría a cabo su primera reunión de negocios del día.

—¿Por qué no le dices que eres un pobre corazón maltrecho y que la mujer que alguna vez amaste se marchó con otro…?

—Porque eso es una mentira —la cortó él perdiendo toda la diversión de su mirada. —Soy Herroc Briceton III, no puedo llorar eternamente por una desilusión amorosa que, cabe aclarar, sucedió cuando era un puberto.

Erica le dirigió una mirada que claramente anunciaba que ellos todavía tenían una conversación pendiente. Más allá de lo fuerte que pareciera su amigo, ella bien sabía que existían cosas que lo lastimaban profundamente.

—Es momento de la reunión con los inversionistas —le informó fingiendo que el cambio de tema no le importaba. —Debes tener tu mejor cara y hacer buenas migas con los chinos, el grupo Köerg también está interesado en ellos.

Herroc arqueó su ceja oscura y con una sonrisa abriéndose paso en su rostro preguntó;




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