Herroc - Un príncipe para la bestia

Tres: La indigestión y su nombre van de la mano

Las mañanas en casa de Irina Phillips eran calmadas y llenas de una soledad casi aplastante. Ella se levantaba tarde, desayunaba rápidamente y luego comenzaba con lo que fuese que su agenda le tuviese preparado. No que hiciera mucho en realidad. A veces tenía que asistir a las clases de economía de su posgrado, y otras veces se quedaba toda la mañana mirando videos de nail art en su teléfono celular mientras mantenía una expresión concentrada y seria. Cualquiera que la viese desde fuera pensaría que era una futura genio de los negocios por la forma en la que siempre fingía prestar atención a las movidas en la bolsa.

El único que no le había comprado ese numerito era su padre, quien al encontrarse decepcionado de que su primogénito no hubiese sido un varón, ponía a Irina en toda clase de situaciones incómodas por el simple hecho de no poder lidiar con sus frustraciones.

Era como si la odiara, pero no lo expresaba en voz alta.

El padre de Irina Phillips Kroërg siempre había estado decepcionado de ella y cualquier cosa que hiciera. ¿Irina quería aprender idiomas? Su padre le decía que era un ser mononeuronal y que debía agradecer a los cielos por tener una herencia bilingüe, de otra forma ella jamás sería capaz de manejar más de dos sílabas en otro lenguaje. ¿Ella quería manejar su propio vehículo? Su padre le decía que era una total pérdida de tiempo y que terminaría por hacer ricos a las compañías de seguros, si es que alguna osaba brindarle sus servicios. Y la lista seguía y seguía.

Aquella mañana de otoño no fue muy distinta a las demás. Irina respiró profundamente e hizo una mueca en cuanto su ayudante cerró el cierre del vestido que tenía que utilizar el día de hoy.

—No creí que hubiese subido tanto de peso —comentó con voz triste y decepcionada de sí misma porque los batidos horribles que bebía a diario no habían cumplido con lo que prometían. —Este vestido solo destaca la gordura de mi cuerpo.

Su asistente, una muchacha joven que laboraba en su casa desde pequeña, la miró con ojos entrecerrados.

—La ropa debería quedarte a ti, señorita, no tú a la ropa —ella hizo una mueca al jalar con demasiada fuerza el delicado cierre del vestido negro de negocios que su jefa tenía que utilizar. —No te sientas mal por no quedar en una prenda que es tres veces más pequeña que tu talle habitual.

Irina quiso llorar.

—Fue un regalo de mi madre. No es como si pudiese rechazarlo.

Alguien golpeó delicadamente su puerta y luego de que la joven diera su aprobación para que quien fuese que la buscara, entrara, una figura masculina se abrió paso en el medio de su habitación.

—Necesito hablar contigo —fueron las escuetas palabras de su padre. Ni siquiera unos buenos días, o un gesto de simpatía. Él se dirigía directo a sus asuntos. —Quiero comentarte las directrices que tomaremos respecto a ti a partir de ahora.

Carajo, y por el retrete se iba su esperanza de tener una mañana normal y corriente.

Sin embargo, Irina hizo todo lo posible por mantenerse impasible y no mostrar ningún signo de vulnerabilidad frente al hombre con el que compartía sangre. Ya había aprendido a las malas que eso era aún peor que hacerle frente.

Ella fingió un bostezo y golpeó delicadamente la punta de su tacón contra el suelo.

—¿Y bien? ¿Qué has decidido hacer conmigo tú y mi encantadora madre?

A ella realmente le dolía no contar con el apoyo de ninguno de sus padres. Irina se sentía tan sola que la desesperanza amenazaba con abrumarla en más de una ocasión.

—Tu madre habló conmigo, ella me pidió que te diese una oportunidad en la empresa.

Ella se quedó de piedra, sin querer prestar atención a la parte en donde él le aclaraba que una idea como esa jamás saldría de su cabeza.

—¿Qué?

—Tenemos en vista a un grupo de inversores chinos —él caminó alrededor de su habitación ojeando cada detalle del lugar donde su hija dormía. —Lamentablemente y para desgracia de nuestro grupo empresarial, uno de los miembros orientales tuvo discrepancias con George, nuestro contador en jefe asignado para este proyecto.

—¿Y yo que tengo que ver en eso?

Su padre sonrió de una manera que provocaría escalofríos a cualquier persona cuerda, pero no a Irina. Ella ya estaba más que acostumbrada a ser el blanco de los ataques del hombre que la había engendrado.

—Que te daré la oportunidad de que te redimas con tu familia.

—¿Ah?

—Tu madre y yo queremos arreglar un matrimonio que sea provechoso para nuestra familia, no obstante, tu abuela ha puesto el grito en el cielo por eso y amenazó con iniciar un escándalo si continuamos con nuestros planes —comentó él con voz monótona, como si el hecho de decirle a su hija que planeaba usarla como moneda de canje, fuese algo que se hacía a diario. —Por ese motivo es que he decidido hablar contigo. Te daré la oportunidad de escoger a tu esposo y escapar del matrimonio ventajoso que tengo para ti, solo si consigues que los chinos nos elijan sobre el otro grupo empresarial que planea reunirse con ellos.

Eso… era cruel e Irina lo sabía. Ella no tenía la experiencia necesaria para llevar a cabo un trato como ese y era claro que su padre también lo sabía y que por eso mismo le ofrecía esa oportunidad. Él quería joderle la psiquis a tal punto de que ella pensara en el futuro que su matrimonio forzado no era culpa de nadie más que de ella misma.




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