Aquella mañana de reuniones de trabajo, Irina no se sentía cómoda ni siquiera con su propia piel. Los zapatos de tacón le hacían doler los talones y sentía que a cada micromovimiento de su cuerpo, el vestido se le subía hasta la barriga. Tampoco ayudaba mucho el hecho de que los inversionistas eran personas hoscas, de culturas diferentes y con pensamientos que distaban mucho de ser similares al suyo.
La frutilla del postre fue el pobre trabajo del equipo de intérpretes que poco hacían por amilanar el ambiente.
Cada una de las palabras que su padre, ahora sentado justo a su derecha, había cruzado con ella se repetían una y otra vez en su mente mientras intentaba prestar atención a lo que los presentadores decían.
La gente con la que se reunían el día de hoy eran personas importantes, adineradas y un bonus extra para cualquier compañía que los adhiriera como potenciales socios e inversionistas.
Irina se removió incómoda cuando la reunión finalizó y su asistente le sonrió tensamente.
Era una señal de mal augurio, aunque la muchacha intentase ocultarlo.
—Tenemos más reuniones, señorita Phillips. Pero de igual forma he dejado un hueco en tu agenda para que puedas desayunar tranquilamente —ella se acercó un poco más y susurró mirando que su padre se alejaba de la sala de reuniones. —En la sala VIP han preparado un conjunto de bocadillos que sé que te encantaran.
Los ojos de Irina se volvieron vidriosos, pero se negó a mostrar cuán agradecida se encontraba de que al menos una persona pensara en ella y sus nervios.
La joven Phillips caminó por los pasillos mirando su perfil en cada uno de los cristales que podía devolverle su reflejo.
Lo odiaba, todo su regordete cuerpo y la forma en la que la ropa le sentaba. El estúpido vestido que había elegido para la ocasión, recomendación y obsequio de su madre, era pequeño para ella. Las axilas le apretaban y era obvio que cualquier paso en falso la dejaría enseñando todo con lo que Dios la envió al mundo. A tal punto era su disgusto que Irina comenzaba a preguntarse si en verdad debía considerar la oferta de su madre y someterse a una cirugía para achicar su estómago.
La respuesta le llegó clara como el aire que respiraba. Irina abrió la puerta de la sala VIP y se encontró con una mesa llena de bocadillos que le volarían la cabeza a cualquier persona en sus cinco sentidos. Había desde fruta fresca y recién cortada, hasta las masas francesas más refinadas.
Sí, a Irina le encantaba la comida y no se imaginaba a sí misma tomando licuados por el resto de su vida.
Ella se acercó disimuladamente a la mesa y tomó una de las frutas, la olisqueó a conciencia y volvió a ponerla en su lugar. Sus ojos brillaron como dos estrellas cuando se acercó a las masas. Eran de sus favoritas, bollos franceses con azúcar impalpable rellenos con mermelada de arándanos.
Irina dio el primer bocado y sus papilas gustativas se deleitaron con el dulzor de ese bizcocho. Ah, que linda era la pastelería. ¡Cuanto placer existía en comer!
Ella se encontraba demasiado concentrada en disfrutar a sus anchas de las delicias al alcance de su mano, que no notó al hombre que se acercaba y la acechaba como a una presa.
—Vaya, vaya. Miren a quien tenemos aquí —dijo él con su habitual tono jocoso y viril. En realidad, nunca había oído que Herroc bromeara, pero él había encontrado, de alguna manera, el equilibrio perfecto para hacer sonar cada cosa que dijera como una broma. —Hola, Irina Phillips. Es un placer encontrarte en un lugar como este.
Oh, no. ¿Por qué, de todas las personas que podían encontrarla engullendo dulces, se tenía que tratar de él? ¿Es que la vida estaba empeñada en hacerla humillarse frente a sus ojos?
—Veo que disfrutas de los placeres de esta vida mundana.
¿Ah? ¿Había sido su gemido tan audible, que incluso él lo había escuchado?
Irina quiso maldecir. En su lugar, se giró rápidamente y soltó el bollo en sus manos.
Allí estaba él. Perfecto como siempre. Con su cabello castaño, bien peinado y lleno de rizos que parecían obedecer a su dueño. Su barba perfectamente recortada, que acariciaba su cutis con reverencia. Y sus ojos, ah, qué bonitos eran esos ojos enmarcados con largas pestañas.
Irina se percató de qué se había quedado callada mirándolo.
—¿Qué? —no quería quedar como una tonta, de nuevo, frente a él. Pero fue lo primero que atinó a decirle.
Herroc se acercó a ella y levantó su mano. Irina quiso encogerse al verlo tan cerca, no obstante, él solo acarició con el pulgar su mejilla.
¿Qué diablos estaba pasando?
El corazón de Irina comenzó a latir con fuerza al imaginarse que él se agachaba un poco más y la besaba finalmente.
¡Agh! ¿Por qué su atolondrado cerebro se imaginaba algo como eso? Era Herroc Briceton quien la acariciaba.
—Supe que tu padre dejará la negociación con el grupo de Shanghái a tu manejo.
Él se llevó el pulgar a los labios después de pronunciar esas palabras y ella no supo si sentirse más ofendida porque en realidad era un cerdo para comer o porque él supiera que ahora su soltería dependía de esa maldita negociación.
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Editado: 20.11.2024