Herroc - Un príncipe para la bestia

Cinco: Ver la tormenta con buenos ojos

Irina respiró profundamente el aire húmedo de la madrugada. La luz del alba apenas iluminaba los frondosos arbustos que la rodeaban y ella se sentía feliz. Ese era su lugar en el mundo y nada ni nadie podría hacerle creer lo contrario.

—Voy a alcanzarte, Irina —fue el susurro que le llegó con el aire.

Miró detrás de ella y su corazón se aceleró, él la perseguía… y le daría alcance en cuanto ella así lo quisiese. Se sentía traviesa y llena de una alegría inconmensurable. Sus senos se movieron rítmicamente a medida que Irina movía sus piernas y corría de manera dispersa a través del laberinto.

Él dijo su nombre una vez más y provocó un escalofrío, de los buenos, que reprodujo un pinchazo de anticipación en su zona íntima. La suave tela de su pijama de seda le acarició sus pezones sensibles y ella quiso gemir en voz alta.

Pero eso le gustaba, pensó sintiéndose aún más provocativa.

Herroc le dio alcance y la rodeó con sus largos brazos. Esos mismos con los que ella había fantaseado que se enroscaran en su cuerpo. No fue difícil llegar a la conclusión de que él tenía los miembros con la longitud perfecta para envolverla y protegerla del mundo entero.

Herroc bajó su cabeza y chupeteó su cuello a conciencia. La pesada bata roja que utilizaba se abrió y le entregó a Irina la perfecta vista de su torso desnudo. Sin embargo, ella no podía mirar. Su pudor era mayor que el deseo que sentía por él. Herroc no utilizaba nada de nada. Él la acorralaba y pensaba tomar todo de ella.

—¿Señorita Irina...? —su voz la desconcertó. Era familiar, pero al mismo tiempo no. ¿Desde cuándo Herroc Briceton tenía una voz tan dulce? Él parecía siempre estar chupando limón. Cosa que a ella le encantaba. —¿Señorita Irina? —repitió. —Debes despertar, ya es de mañana.

Mierda. Abrió sus ojos de pronto y se encontró con una de sus empleadas mirándola con ternura.

Ese había sido un mal sueño. Se mintió a sí misma.

—¿Mmh?

—Se ve que tenías un mal sueño, señorita —sonrió la muchacha con cortesía. —Te removías inquieta.

Irina quiso hundirse en la cama y desaparecer. Ella rogaba al cielo no haber sido demasiado obvia y que sus anhelos más profundos hubiesen quedado al descubierto.

Miró a la joven con desconfianza, pero esta no hizo más comentarios que los pertinentes para que ella iniciara su jornada.

Irina se dio un largo baño y se deleitó, de manera masoquista, en las reminiscencias del sueño que había tenido con Herroc.

¡Maldita sea! dijo mirándose al espejo. ¿Cómo era posible que un solo encuentro con ese ser del demonio la hubiese dejado tan alterada?

Su padre todavía echaba humo por las orejas a causa del desastroso encuentro con el heredero de los Briceton, pero al menos ya no molestaba a Irina.

Al menos, hasta el desayuno de aquel fatídico día cuando le informaron que todos sus planes se iban por el retrete.

—Haremos un viaje a Las Vegas —le informó él con tono neutral. Irina quiso protestar, ese fin de semana tenía su cumpleaños número veintinueve y pensaba pasárselo lo más lejos posible de sus padres.

—¿Qué hay de las negociaciones con los chinos? —preguntó con el corazón en las manos y presintiendo las malas noticias. —¿No deberíamos insistir con ellos?

Su padre dejó de lado el café que bebía.

—Sabes que no tienes posibilidad alguna de ganar ese contrato —escupió con acidez. —Los Briceton nos llevan la delantera y el imbécil de Herroc fue claro al decir que su interés en ellos era mucho.

Irina miró a su madre y se sorprendió de verla tan angustiada. Ella ni siquiera había probado su desayuno.

—¿Sucede algo? —preguntó inocentemente mientras un pesado agujero negro se abría paso en medio de su estómago. —¿Estás bien, mamá?

La delicada rubia con la que compartía muy pocos rasgos, pero si genes, la miró tristemente.

—Tengo muchas cosas que organizar.

—¿Para qué...? —Irina sintió que la voz se le apagaba a medida que caía en cuenta de que era lo que estaba ocurriendo con sus padres. —¿Ustedes…?

Su padre fue el primero en responder;

—Hemos arreglado la primera de las reuniones con el que será tu marido, Irina. Viajaremos a Las Vegas con el propósito de que tu futuro esposo pueda darte el visto bueno.

Ella por poco y se atraganta con su propia lengua al mordérsela con fuerza.

—¿Qué?

La necesidad de gritar y patalear se le hizo casi insoportable, pero sabía que ese berrinche sería en vano. Su padre estaba determinado a deshacerse de ella.

—Dijiste que me darías la oportunidad si el negocio con la gente de Shanghái funcionaba —peleó. —¿Ellos ya firmaron contrato con los Briceton? ¿Es un hecho entonces que los perdimos como inversionistas?

En ese momento quiso tomar el pescuezo de Herroc y retorcérselo. ¿Cómo era posible tener tanta mala suerte como para que justo él se viera interesado en los mismos negocios que ella?

Su padre le frunció el ceño.

—Los dos sabemos la respuesta a esa pregunta. Es obvio que ellos no nos elegirán por encima del grupo empresarial Briceton —él frunció sus labios con disgusto seguramente culpándola a ella. —Una sola cosa tenías que hacer, Irina. Pero al parecer ni para eso sirves.




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