Herroc - Un príncipe para la bestia

Seis: Que nadie lo sepa

Herroc se despertó con una resaca que le partía la cabeza en dos. Su lengua estaba viscosa y se sentía fatal. Los recuerdos de su jornada anterior se negaron a mostrarse en su memoria y ni siquiera pensar en su baño de burbujas matutino pudo incentivarlo a dejar la cama.

El último recuerdo que tenía, en su sano juicio, era de haber bajado de su avión y haberse encontrado con su amigo de la infancia, dueño del hotel donde ahora descansaba. Luego, tuvo dos reuniones de negocios, charló con Erica a través de videoconferencia y se reunió a cenar con Karim, quien estaba harto de su pobre vida de niño rico traumado y se quejaba de un supuesto matrimonio arreglado. De allí… nada. No había recuerdos en su mente...

Eso, hasta que un delicado y suave brazo hizo contacto con su piel.

¿Qué… carajos era eso?

La pregunta era retórica, claro está. Obviamente, en el transcurso de la noche el heredero de los Briceton se había buscado compañía y no necesariamente para tomar el té. Ambos no habían perdido el tiempo. El calor del otro cuerpo desnudo le daba la premisa de eso.

¿Pero, cómo había llegado a suceder eso? Herroc odiaba, en serio que sí, que las personas pusieran sus manos sobre él.

Abrió uno de sus ojos con un esfuerzo sobrehumano. Listo para comenzar una batalla campal, con quien sea que fuese su indeseable acompañante, hasta que divisó un largo mechón rubio que se enroscaba en su antebrazo. Y no uno cualquiera, él conocía perfectamente esa tonalidad y la ondulación de esa cabellera.

Era…

—¿Hola? ¿Mmm… ya estás despierto? —preguntó Irina Phillips con voz de niña pequeña que ha cometido una travesura. Ah, es que la condenada estaba en un gran aprieto ahora. —¿Herroc?

Maldita fuera su suerte, por el retrete se iba la fachada que tanto tiempo y esmero había dedicado a imponer. Sin embargo, ¿sería la vida así de agridulce con él? Esta era una oportunidad en bandeja de plata.

—¿Te aprovechaste de un hombre borracho, señorita Phillips? —preguntó con voz adormilada y haciendo un sacrificio en envolverla con sus brazos. —No conocía de estos oscuros apetitos tuyos.

Ella chilló indignada y Herroc sonrió internamente.

—¡Yo no me aproveché de ti, idiota! —se alejó de su contacto, llevándose la sabana consigo y dejando todo su cuerpo a su vista y escrutinio. —Fuiste… fuiste tú quien me buscó de aquel bar donde me emborraché.

Ah, la belleza de ojos hermosos tartamudeaba. ¿Quién lo diría? ¿La ponía así de nerviosa despertar en brazos de un hombre al que detestaba?

—No recuerdo haber hecho eso —él paseó sus dedos por su cabello fingiendo que no se sentía perturbado de no recordar una noche junto a sus redondeadas caderas. ¿Qué carajos estaba mal con su cerebro? —¿Por qué te buscaría? Ni siquiera sabía que estabas en este hotel.

Herroc hizo una mueca al pensar en una única persona que pudiese haber propiciado su encuentro con la muñeca nórdica.

Iba a asesinarlo.

Pensaba en cortar cada miembro del cuerpo de su amigo cuando notó que Irina corría al baño. Para ser una persona resacosa como él, se movía con bastante ligereza y velocidad. ¡Cómo la envidiaba!

Un par de minutos después ella emergió del baño utilizando un vestido que Herroc recordó desabotonar en la noche, ¿o no?

Todo era demasiado confuso.

—Que nadie se entere de esto, por favor.

Fue como un puñetazo a su ego.

—No quiero ser yo quien lo mencione —señaló un punto en el techo, —pero este hotel tiene cámaras de vigilancia por todas partes. Me sorprendería de mala manera que no tuviesen una cinta de nuestra aventura de anoche.

Ella gimió angustiada y sus mejillas se colorearon de un rojo brillante.

—¿Qué?

Herroc aprovechó para levantarse de la cama y envolver su cuerpo en una asquerosa bata de algodón que encontró cerca.

—Siempre me gustó como me veía en cámara. Espero haber dado una buena performance anoche —se acercó más a Irina tentado a acariciar su cabello color oro. —¿Tienes alguna queja o te gustaría repetir?

Ella le dio un bofetón que sería la envidia de todas las personas a las que alguna vez exasperó. A Herroc le tomó un par de segundos procesar ese hecho.

—Lo siento —llorisqueó ella y le tomó el rostro, acariciando con cuidado la zona donde le había dado un buen revés. Y si a Herroc le hubiesen ido las prácticas masoquistas, en ese momento hubiese conseguido un vergonzoso orgasmo por las atenciones de la rubia. —Estoy muy nerviosa. Nunca había hecho esto y no quiero que mi familia tome represalias en mi contra.

Él se alejó de su contacto y sonrió, volviendo a sus cinco sentidos.

—Es tu vida, preciosa. ¿Qué tiene que decir tu familia respecto a esto? —bromeó intentando aligerar el ambiente y que ella quitara su rostro mortificado. —Tampoco es como si yo fuese un sátiro maligno que robó tu virginidad…

El pesado silencio se hizo entre ambos y solo el movimiento de sus pestañas marcó que los dos estaban vivos y no eran estatuas de yeso.

—¿Qué…? —pero el heredero de los Briceton se quedó con todas las palabras en la boca cuando la rubia, hija única del agrio Phillips, echó a correr desapareciendo de su vista. —¡Irina!




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