Herroc - Un príncipe para la bestia

Diez: Reglas

La llegada de Irina a la impresionante mansión Briceton no fue lo que ella se esperaba, y es que ni en sus imaginaciones más disparatadas se le había ocurrido que llegaría a la flamante casa como la esposa del nieto heredero.

Lastimosamente, tanto Irina como su esposo, pisaron el terreno Briceton sin mucha pena ni gloria y en medio de la noche. Lo hicieron también con el sonido de los grillos como su único acompañante.

Herroc casi ni hablaba y la rubia comenzaba a pensar que toda la adrenalina caótica de la noche había sido en vano. Trágicamente comenzó a idear un escenario fatídico en su cabeza donde ella regresaba a casa de sus padres con la cabeza gacha y dispuesta a ser el saco de boxeo de su padre.

Un escalofrío de terror recorrió toda su espada al proyectar en su mente la imagen satisfecha de la sonrisa macabra de su padre regodeándose en su desgracia.

Las crueles palabras de su madre, de que de no ser por su apellido debería conseguirse un par de monedas a como diese lugar, comenzaron a resonar en su cabeza. ¿Cuánto le pagarían a una mujer como ella por…?

—¿Qué te sucede? —la voz de Herroc en su oído la exaltó, pero disimuló bastante bien el escalofrío placentero que le recorrió la columna al oírlo tan cerca. —¿Te comieron la lengua los ratones o qué?

Ella suspiró, ni amenazándola de muerte le confesaría que estaba pensando en cómo sería su vida si se prostituyera. Tardíamente los pensamientos cuerdos llegaron a su mente, diciéndole y convenciéndola de que ella tenía formación académica de más como para conseguir un buen trabajo en alguna oficina administrativa. En última instancia, podría demandar a su marido y sacarle un buen par de billetes antes de que la dejara.

—Diablos, Herroc —lo empujó lejos volviendo a centrarse en sus ideas. —Déjame respirar al menos un segundo. Estoy procesando toda esta situación, ¿de acuerdo? No todos los días te revelas en contra de tu familia y te pones al mundo en tu contra, ¿sí?.

Él le devolvió una sonrisita sospechosa, pero milagrosamente no continuó su asedio.

Irina rodó sus ojos y tomando la maleta entre sus manos, siguió a su marido a través del enorme pasillo que llevaba a las habitaciones. Ella se sorprendió de la impecable decoración de la casa e incluso, se imaginó a su madre babeando por el lujo que allí había.

—Ven aquí, esta es mi habitación —la voz de Herroc era neutral, como si no le importara estar metiendo a una extraña a su casa. —Puedes dejar tu maleta en cualquier lugar y dormir…

—¿Qué? —boqueó ella todavía sintiéndose tonta ante sus arrebatos.

—Al menos hasta que tengamos nuestra propia casa, allí puedes elegir la habitación que quieras —Herroc señaló una pesada puerta doble y de madera color rojiza.

—¿Qué? —repitió Irina por segunda vez y él se giró a mirarla como si fuese sorda o, en su defecto, estúpida. —Escuché todo lo que dijiste. Mi pregunta es respecto a que si compraras una casa para… para nuestra mentira —susurró la última palabra como si estuviese compartiendo el más terrible de los secretos entre los dos.

Herroc frunció el ceño y se acercó más a ella que parecía ansiosa por cuchichear.

—Claro que sí… —desvió sus ojos hacia esos bonitos labios rosas que lo provocaban a… pero él se detuvo de pronto y la sonrisa se borró de su rostro al ver a una jovencita acercarse a ellos. —Cecele, estimada hermana. ¿Quieres decirme qué haces despierta a esta hora?

La niña no le hizo mucho caso.

—¿Y a ti que te importa lo que yo hago con mi?... —sus ojos viajaron a la bonita rubia con cara de muñeca que estaba junto a su hermano. —¿Y ella quién es? —preguntó groseramente.

—Esta es Irina Phillips. Ya la conoces.

—Sí, se quién es —rebatió la joven castaña con disgusto en su voz. —Mi pregunta es qué hace en nuestra casa. ¿Estás fraternizando con el enemigo, Herroc?

Él frunció el ceño. No era difícil vaticinar la enemistad que tendrían ambas mujeres. Sin embargo, era prioritario recalcar que dichas enemistades se debían al mero prejuicio de antaño entre los patriarcas fundadores de ambas familias.

—O mi oído está realmente mal o tienes un serio problema con lo de darte a entender —Herroc llamó la atención de su hermana. —Esta es Irina, mi esposa.

Cecele, que hasta el momento se medía palmo a palmo con la rubia bonita, tuvo que detenerse a prestarle atención a las boberías que su hermano le decía. ¿Es qué pensaba que ella era tonta? ¿Cómo podría creer que él, una persona que pregonaba a los cuatro vientos las peripecias del matrimonio, ahora estaba casado? ¿Y con alguien como Irina?

—Veo que esta noche también eres un bromista. ¿Qué sucedió contigo? ¿Decidiste romper todas tus tradiciones por esta mujer? —se burló ella y tuvo que hacer el rostro de piedra al ver la sonrisa escalofriante que apareció de pronto en el rostro de su hermano. —¿Qué excusa pondrás ahora?

—En resumidas cuentas, estoy casado con esta belleza de cabellos rubios y hoy fui a buscarla para mantenerla a mi lado.

A Cecele se le secó la boca.

—¿Esto es en contra de su voluntad? —miró a Irina que tenía las mejillas sonrojadas y miraba a su estúpido hermano como si fuera una estrella. Pobre tipa, ni siquiera se imaginaba en donde se metía. —¿La obligaste a hacerlo?




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