Acércate a mi
Bésame sin sentir
Que si sentimos vamos a morir...
Restriego mis ojos al compás de la música mientras bostezo despojándome del sueño.
Micro Tdh sonaba en el parlante de la casa a todo volumen. Estúpido Ian. Podía escuchar sus silbidos que marcaban el ritmo sin siquiera estar frente a él.
Me levanto con pereza hacia el baño moviéndome ligeramente por la música, quizá no estaba tan mal —Tu eres la rosa marchita por la que el cora palpita— canto escupiendo la pasta de dientes, admito que es pegadiza. —Querernos es fingir que nunca vamos a pasar de allí— tarareo el ritmo enjuagándome el rostro permitiendo que el agua helada me fuerce a despertar.
¿Dónde estás Ian?
—¡Buenos días!— mierda lo invoqué. Toco con rapidez mi cuerpo, no quiero estar casi desnuda si me ve. Camiseta, pantuflas de conejito, bragas... ¿bragas? ¿Y los pantalones de conejito?
Tomo una toalla envolviéndome de la cintura para abajo y salgo a la habitación encontrándome con un desayuno americano en una bandeja negra. Me quito la toalla no sin antes mirar alrededor y camino al closet en busca de los pantalones cortos de conejito. A pesar de que afuera hasta el más mínimo ser se congelaba dentro de la casa el aire acondicionado permitía que la temperatura estuviera estable.
—Pantalones de conejito, pantalones de conejito— susurro buscándolos. Joder, aparezcan por favor. Reviso la última cajoneta desesperada, acabo de perder mis pantalones de conejito. Levanto un par de camisetas divisando una prenda con orejitas.
Bingo.
—Lo siento, faltaba esto— Ian estaba con los ojos cubiertos mientras extendía un plato con panqueques y miel de maple. Era una ternura.
—Gracias— suelto una risita llevando el plato hasta la cama luego de colocarme los pantaloncillos —¿Tiernos?— frunzo el ceño al mirarlo, su vista estaba pegada en las orejitas de conejito mientras asentía, la expresión fría se volvía a apoderar de su rostro como si de un caparazón se tratase y tal como había entrado, con rapidez también se marchó.
—Tu mamá dijo que la llamaras— gritó, probablemente de camino a su habitación. Cierto llamada familiar de los Domingos. La única regla que me habían establecido.
Tomo la laptop y busco el contacto de mamá en Skype. Joder que buen tocino hace este idiota.
—Mamá... ¿Allen?— hago una mueca chupando mis dedos para quitar los restos de tocino. Mi copia casi igual se reflejaba perfectamente tras la pantalla. —¿Que haces en casa?— No era normal que mi hermano mellizo estuviera en casa a no ser que por peleas decidiera quedarse encerrado.
Allen y yo éramos todo lo contrario, él era la imagen viva de papá adolescente, un chico hormonal que se dejaba llevar, conocido por atraer chicas en Richwood. Odiaba estudiar y más aun leer. ¿Y yo? Yo era un ser indescifrable que no tenía la capacidad de entender ni siquiera su propio reflejo.
Allen era un fuerte fierro y yo un débil cristal.
—¿como están todos por allá?— arrugo mi nariz escuchando vidrios a través de la llamada. Algo anda mal.
—¿como crees que están?— me da una sonrisa triste para que disipe el sonido de fondo, otra discusión.
—¡Bueno entonces porque sigues aquí si estás tan coladito por Andrea! ¡Abandona a tus hijos igual que el primer año! ¿Que más da, si ya lo hiciste una vez puedes hacerlo de nuevo, no?— auch, no era papá pero hasta a mi me dolió eso. La voz dominante de mi madre se escuchaba tras la llamada, una mujer que amaba tener todo bajo control sin que nada se le escapara.
¿El problema? Papá era un ser incontrolable.
—¿Eso quieres Camille, que me vaya? Claro, se me olvidaba que amas abrirle las piernas a Tyler— el estruendo de una cachetada hace eco en la habitación mostrando a mis dos figuras paternales entrar a esta. No se molestaron en mirar la pantalla, solo podía ver a papá sacar una maleta en silencio. ¿En serio se irá? ¿Sentiré de nuevo un vacío familiar?
—Creo que será mejor que te corte— susurra Allen antes de apretar el botón para colgar y solo asiento acomodándome en la cama.
Esto no debía terminar así, pero aún así era algo que tarde o temprano se esperaba llegar. Mis padres eran la viva imagen de los polos opuestos, solo que en esta historia el tiempo hizo que la atracción se perdiera, y el precioso cliché amoroso había quedado ahí, en una simple historia que como todas ahora era parte del pasado.
¿Me afectaba?, claro que si.
Se suponía que me había ido para mejor, les había quitado una carga de encima o eso era lo que creía hace un par de minutos atrás. Ahora la carga se había transformado en un container pesado que se debía estabilizar entre visitas, padres, y una custodia.
Muerdo mi labio inferior moviendo la laptop a un lado y recuesto la cabeza en la almohada, lágrimas deslizándose por todo mi rostro ante la acción.
¿Se estaban engañando mutuamente?
Contengo un sollozo sintiendo la puerta abrirse, Ian. Sus ojos indagaban con rapidez para atar cabos, —¿Estas bien?— niego soltando el sollozo que aún tenía contenido. —Hey, pequeña...— sonríe lamentoso, acercándose con lentitud. Oh no, no quiero su lastima.
—No quiero tu lastima, si no necesitas nada te puedes largar— sorbo la nariz intentando tomar un poco de aire y cierro los ojos. Era la única forma de olvidar un poco.
La cama se carga a un lado y el calor se propaga por mi cintura, Ian me estaba abrazando y no pensaba apartarme. —Sabes que no siento lástima por ti— su aliento choca en mi oído mientras corre mi cabello, la sensación familiar se apodera de mi cuerpo, un choque electrizante recorre mi espina dorsal mientras me volteo para acurrucarme en su pecho.
Calor.
Eso es lo que siempre él me ha transmitido, me ha traspasado su fuego interior mediante abrazos para brindarme protección, anhelaba que nada rompiera esta pequeña burbuja llena de comodidad y tranquilidad.