¡hey, chica invisible!

Capítulo 8: Pesadillas

No hay peor pesadilla que una que distorsiona la realidad...

Febrero, 2015
La puerta entreabierta que había dejado por seguridad no paraba de crujir gracias a los movimientos de la casa. El viento vociferante no ayudaba a calmar la torrencial lluvia fuera y, estar sola entre cuatro paredes solo empeoraba más la situación. 

Me acomodé nuevamente en la cama bajo las sábanas, a la espera de que el miedo que sentía se fuera, crujían las puertas, se caían los objetos de los muebles y en lo único que me refugiaba era en la esperanza de que mis padres volvieran pronto, esperando que la lluvia no impidiera su trayecto de vuelta a la casa.

—mmm... mmm... mmm...— la suave melodía de una canción familiar estaba siendo tarareada por la casa luego del sonido de una cerradura. La puerta de mi habitación se abre, las tapas se corren y un cuerpo se desliza dentro de mis sábanas...

—¡Adara!— el grito junto a los movimientos bruscos ejercidos sobre mi cuerpo me obligan a despertar.

Ian estaba en frente sosteniendo mis mejillas mientras me escaneaba, sus ojos reflejaban la preocupación que estaba sintiendo. Era media noche y no sabía cómo había preparado una cama improvisada en el sótano.

Aferro las manos a mi pecho desesperada, intentando calmar mi pulso y la presión constante que siento en el. Algo me está desgarrando dentro, un camión de toneladas está estacionado sobre mi caja torácica impidiéndome respirar, intento tomar aire con los ojos cerrados, pero nada logra quitarlo.

Un dolor insoportable se propaga por mi pecho, quitándome la respiración, acelerando mi pulso desesperado y, no hay nada que lo impida seguir aumentando.

—Pequeña— la voz dulce de Ian se roba mi atención por unos segundos, el picor notable instalado en mis ojos. Las ganas de llorar se habían vuelto incontenibles. —Mírame. Respira... nariz, boca— se acomoda en frente para explicarme cada paso a seguir. 

Niego sollozando mientras aprieto mis puños, el dolor me rompía cada vez más. Los puntos negros se alojaban en mis ojos, entorpeciendo mi visión, avisando el desmayo que se avecinaba.

—Pequeña, mírame. Te estás quedando sin oxígeno... — sus manos toman mi rostro con brusquedad, su paciencia estaba llegando a su límite. —te vas a desmayar, —estaba comenzando a ver un círculo negro cada vez más grande —necesito que respires...— niego sintiendo su respiración en mi rostro. 

Antes de que pudiera asimilarlo Ian había estampado sus labios contra los míos. Sus manos acariciaban mis mejillas mientras se abría paso entre mis piernas para acomodarse en medio. Sensaciones indescriptibles nublaban mis pensamientos. Un beso tierno, dulce, que se tornaba posesivo y demandante con el pasar de los minutos. Un beso que pedía cada vez más, desprendía sentimientos por casualidad. 

Era imposible no responderle. 

Sus manos se deslizan ágilmente por los costados de mi cuerpo, borrando cada centímetro de separación entre nosotros. 

Lo deseo.

Mis manos por si solas juegan sobre su cuerpo, deslizo los dedos sobre las líneas de sus abdominales, elevándolos por todo su torso, recorriéndolo a mi antojo. No solo había recuperado el aire que en algún momento se hallaba perdido, me acostumbré al pulso y a la respiración desenfrenada del momento.

—Ian...— Estaba comenzando a asimilar las consecuencias. 

Sus manos arrancan mi camiseta de un tirón, destrozándola en medio del jalón. Se apodera de mi cuello, repartiendo marcas, presionándome cada vez más hacia él. Manos tocándome en contra de mi voluntad. Besos esparcidos por mi cuerpo, haciéndome sentir sucia. 

Muerdo mi labio inferior aguantando un sollozo mientras dejo que las lágrimas se deslicen por mi rostro. Los recuerdos de esa noche distorsionando la realidad. 

—No, por favor, no... —susurro sollozando, el dolor estaba de vuelta en mi pecho. 

—Mierda— Ian vuelve a acunar mi rostro entre sus manos, sus ojos color miel brillando bajo la luz del sótano habían perdido ese negro lujurioso. —Lo siento...— rasca su nuca nervioso mientras arruga su entrecejo, sabía que se sentía culpable. 

Lo abrazo y me escondo en su cuello, permitiéndome llorar de una vez por todas. Llorar por el dolor que tengo contenido, la rabia, angustia y desesperación del recuerdo. Libero todo, mientras siento sus brazos envolverme con ternura. 

—Lo siento, pequeña— deja un beso en mi sien sin dejar de acariciar mi cabello en un intento por calmarme. 

Nos cubre con la sábana improvisada de la cama de mantas, acurrucándome sobre su pecho con cuidado, como si fuera un cristal quebradizo que temía destrozar y, hacía todo lo posible por mantener intacto. Entonces, me rompo, con cada caricia que se mezcla con los recuerdos, me ahogo en el dolor, rogando por aire. 

—No de nuevo— niega sosteniendo mi rostro para que lo mire —Vamos... inhala, exhala— hago un puchero negando, me había cansado de respirar. 

Sonríe negando antes de comenzar a repartir besos por mi rostro, rozando nuestras narices con ternura, dejando pequeños besos cortos en mis labios. Obligándome a respirar para seguirlos. 

—Eso es trampa— suelto un quejido en medio de un beso. No podía negar que en una pequeña parte, lo estaba disfrutando. 

—Claro que no— jala mi labio inferior, mordiéndolo con fuerza, —se llaman técnicas de primeros auxilios— desliza su lengua por mi labio para quitar los restos de sangre de la mordidas. 

—¿Ah, si?— lo miro sonriente —Pésimas técnicas, Brown — me burlo soltando una risita.

—Tu cuerpo no decía lo mismo— su voz grabe, totalmente sexy me llena de escalofríos. 

— Cierra la boca, pervertido—soltó una risa negando mientras besaba mi frente con ternura. 

—Tu empezaste.

—Sabes que tengo razón— le saco la lengua arrugando la nariz, exactamente como cuando me burlaba de niña —Mejora tus técnicas, Brown




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