Hey idiota, te quiero.

2. En manos del enemigo.

Quizás si cerraba los ojos por un momento y los mantenía así, apretandolos con mucha fuerza al abrirlos él ya no estaría aquí, con algo de suerte esto se trataría de uno de esos sueños en los que no se representaban otra cosa que nuestros peores temores o deseos reprimidos.

Y créanme, no sé trataba de esto último porque justamente lo que menos ansiaba era tener que toparme con este individuo de nuevo, si se hubiese mudado a Marte me habría hecho la mujer más feliz del mundo. Lamentablemente esa posibilidad estaba fuera de mí alcance.

—Mmm, ¿hola? Cassandra — posó sus frías manos en mis hombros y los movió sutilmente hacia adelante y hacia atrás.

Siempre me había preguntado cómo podía ser que sin importar en qué estación estuviésemos él las tuviera frías. Podían hacer 40° grados allí afuera, la ciudad podría estar derritiéndose, el calentamiento global estaría arrasando con la humanidad pero sus dedos estarían tan helados como un glaciar. ¿Acaso era un vampiro y esa era la razón por la cual su calor corporal no era similar al del resto de las personas?

Eso explicaría mucho, en especial su carácter desagradable y sus pocos escrúpulos a la hora de actuar.

—Cassandra, despierta— exclamó y esta vez fue un poco más brusco.

Mis párpados se separaron lentamente y mí corazón dio un brinco en mí pecho al darme cuenta de que esto no era una pesadilla sino la cruel realidad.

Él estaba aquí. No era producto de  mí imaginación.

—Hola— saludo cuando mí mirada se encontró con la suya— Bienvenida al planeta tierra— añadió riendo.

Un raro calor me invadió de repente ante semejante espectáculo. Tenía que confesarlo, la razón principal por la cual me enamoré de él fue por ella, por esa estúpida sonrisa y esos condenados hoyuelos que se marcaban cuando algo lo ponía feliz. Al parecer en esta ocasión mi conmoción era de lo más divertida para él.

Y odiaba tener que reconocer que el chico que tenía a muy pocos centímetros de mí, en nada se parecía al que había dejado atrás al recibir el diploma de manos de nuestro director. Su cabello estaba mucho más corto, unas diminutas arrugas habían salido en su frente decorandola de una manera delicada, no eran signo de los años que habían pasado, por supuesto que no, si lo eran de cuánto había madurado, y la señal más clara de eso era que había cambiado sus extrañas playeras por sacos, camisas y pantalones de vestir.

No obstante tenía la impresión de que todavía quedaba algo del antiguo Keith en él.

—Ho…Hola — murmure.

Dios, tanto había esperado por tenerlo aquí delante de mí para poder decirle todo lo que llevaba guardado durante más de una década y eso es todo lo que podía usar. ¿Tantas ocurrencias que tenía en mí cerebro, tantas frases hirientes que podía utilizar para dejarle en claro que no debió meterse conmigo, y esto era lo mejor que podía dar?

—Déjame ayudarte— sugirió sujetándome del brazo con toda la intención de colaborar conmigo para ponerle un fin a esta situación tan bochornosa.

—Yo puedo sola — respondí siendo un poco más rápida que él, sacudiendo  rápidamente el polvo que se había juntado en mí falda.

—Como tu quieras — afirmó y se quedó viendo algo — Lindas bragas. ¿Sabes? Siempre pensé que eras la clase de chica que combinaba toda su ropa, es un alivio haber comprobado mí teoría.

¿Alguna vez estuvieron envueltas en una circunstancia sumamente embarazosa que rogaron que un hueco se abriera en el piso y las tragara para poder desaparecer?

Bueno, justamente así me sentía yo. Podía jurar que solo eso podía aliviarme en este instante.

—¿Qué estás haciendo aquí?— inquirí acomodando mí ropa, tratando de hacer caso omiso a lo que había salido de su boca. Algo que sería una misión casi imposible para mí considerando que se había quedado contemplando mi ropa interior de ositos por un largo rato.

—Me transfirieron desde Londres, resulta que la empresa para la que trabajaba estaba a punto de caer en bancarrota aunque no sucedio ya que esta invirtió una gran cantidad de dinero para poder salvarla. Así y todo no fue algo gratis para mis antiguos jefes, pongamos lo así, debieron pagar con sus mejores empleados semejante favor, por lo que tras una cuidadosa selección, yo, junto a otros 10 más, fuimos trasladados a otro continente. No puedo hablar por los demás, nada más por mí y no exagero al decir que se siente bien volver a casa— agregó en un tono que sonaba más que condescendiente.

Era esta su manera de echarme en cara cuan exitoso había sido al poder salir del país y mudarse a Europa, mientras yo no había sido capaz de conseguir siquiera irme de nuestro aburrido pueblo?

¿O simplemente lo hacía para sacar un tema de conversación? ¿Para ponernos al día? Tal vez estaba tratando de romper el hielo y yo no me daba cuenta.

—Me alegro por ti—me límite a contestar.

— ¿Y qué hay de ti? ¿Qué has hecho de tu vida desde que dejamos la secundaria? 

Más bien desde que arruinaste mí vida y me expusiste frente a toda la escuela.

—Pude mudarme de la casa de mis padres — comenté siendo sumamente obvia.

Okay esto no estaba saliendo bien para mí, todo lo contrario, cada vez empeoraba más y más. Era como si él hubiese alcanzado el triunfo en todo su esplendor y yo apenas hubiese asomado mí cabeza del caparazón, temerosa de ser lastimada nuevamente.

De los él siempre había sido el más temerario.

—Es bueno escuchar eso— soltó dándome una palmadita en mí  brazo derecho— No todos tienen esa misma suerte.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para que esa parte de mí que moría por darle su merecido se manifestara. No podía darme el lujo de hacerlo aquí en el empleo ya que si lo perdía me quedaría sin absolutamente nada.

Había trabajado demasiado duro para llegar hasta donde estaba, había pasado largas horas y había invertido mucha energía para ir subiendo de nivel. Tuve que comenzar desde cero ofreciendo muestras de perfumes en el centro comercial local para llegar aquí, al edificio central donde la mafia ocurría y ser una de las cinco empleadas favoritas de Yves Tremaine, el dueño de la compañía y una de las marcas más famosas del país.




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