Hacía mucho tiempo que no había sentido la necesidad de hundir mí rostro en algo blando para poder gritar y así descargar toda la furia que llevaba dentro de mí.
No me malinterpreten, usualmente me consideraba a mí misma una persona más que pacífica, una que intentaba ayudar al prójimo y que no se metía con nadie porque era una fiel creyente del karma y que este no tendría problema alguno en darte una lección, por lo que iba por el mundo intentando dar mí mejor versión.
Y hasta ahora me había salido bien, no es como si me fuesen a dar el premio Nobel de la paz pero por lo menos no me iría de aquí con una enorme lista de enemigos. Hasta que llegó Keith.
A medida que iba recorriendo el estacionamiento sentía como un profundo hormigueo que recorría cada fibra de mí ser y juro que lo único que quería era llegar a m auto para poder desahogarme en paz, por lo que en cuánto coloque mí trasero en el asiento y puse mí llave en el contacto toda la tensión acumulada que traía desde que había dejado la sala se desvaneció.
—Tranquila, Cassie. Recuerda lo que Tiff te enseñó. Inhala, exhala. Inhala, exhala.
Tiff era mí mejor amiga, la primera y única que hice al poner un pie en la parte más alejada de mí ciudad porque a pesar de que me había ido de la casa de mis padres no había juntado el dinero suficiente para trasladarme más allá por lo que en cuánto tuve la oportunidad rente un apartamento en un pequeño condominio. Era viejo y anticuado, sin embargo no estaba mal. Todos los que allí estábamos teníamos algo en común, éramos solteros e íbamos detrás del mismo objetivo: dejar una huella en este mundo.
Era un lugar divertido, usualmente los fines de semana algún que otro chico o chica ofrecía una fiesta o algo por el estilo. Solo había una cosa que debía criticarle, la regla mayor que habían puesto los dueños del edificio, supongo que para sacar mayor beneficio y esta giraba en torno a que si un nuevo inquilino llegaba y no había un departamento disponible, uno de nosotros deberíamos recibirlo en nuestro hogar y tomarlo como compañero de piso. Por supuesto se seguía una serie de protocolos para asegurarse de que no se trataba de un asesino o algo similar.
Afortunadamente había pasado un largo tiempo desde que una persona había llegado allí por lo que esa posibilidad se veía muy, muy lejana. Lo que me brindaba cierta seguridad puesto que no debía compartir con nadie más mí espacio personal.
Mí teléfono sonó en mí bolso y tuve que hacer una maniobra inhumana para navegar a través de él y sacarlo antes de que fuese tarde. ¿Alguna vez se habían preguntado porque las chicas traíamos tantas cosas en ellos?
—Hola, cielo— exclamó mí madre desde el otro lado de la línea— ¿Cómo estuvo tu día hoy?
Era tradición que ella llamara todos los días para chequear cómo me encontraba. Consecuencias de ser hija única. Constantemente estaban al pendiente de mí.
—Muy bien por suerte. Cr…Creo que puedo conseguir ese ascenso,mamá— murmuré conmovida.
—Me alegro por ti, hermosa. Eso es una maravillosa noticia, en cuanto tu padre llegue lo pondré al tanto, seguramente se pondrá muy feliz.
—Si— respondí mientras trataba de hacer arrancar el auto— Solo hay un pequeño detalle— por más que lo intentase este no quería colaborar conmigo. Baje la vista al tablero de control y para mí disgusto observe que no tenía gasolina. Un gruñido salió de mí boca.
—Qué ocurre, cariño.
Definitivamente no podía contarle la verdad porque a cambio recibiría un sermón sobre cual irresponsable había sido. Una de las condiciones para mudarme lejos de ellos había sido que me hiciera cargo de mis asuntos y este era uno de ellos.
—Es solo que me han puesto a trabajar con un compañero que no es de mí agrado — solté— Y si cometo el más mínimo error él podría quedarse con el puesto.
—Tu eres una chica sumamente capaz. Eso no sucederá, solo da lo mejor de ti — apuntó señalando lo obvio.
Puse los ojos en blanco a sabiendas de que ella no lo notaría.
—Y no me hagas caras raras— me regaño.
Diablos, ¿cómo era posible que se hubiese enterado? Es como si tuviera superpoderes.
—Perdona, ma..
Un golpe en mí ventanilla dejó la frase inconclusa. Gire mí cabeza para confrontar a quien sea que se hubiese animado a interrumpirnos y me encontré con Keith sonriendome.
—Debo…Debo irme. Nos vemos luego— le informe— Te quiero, salúdame a papá de mí parte— pedí antes de cortar.
Dejé mí teléfono en mí falda y con mí mano izquierda bajé el vidrio para poder oír qué demonios quería el capullo que se encontraba afuera.
— ¿Qué se te ofrece?
—No he podido evitar darme cuenta de que llevas un buen rato aquí, todos se han ido y también he oído como este cacharro no quería arrancar por lo que asumo que está roto o que se ha quedado sin combustible. ¿Quieres que te acerque a casa?— preguntó.
Esto no podía estar pasándome a mí, por qué de todas las personas justamente él se tenía que venir a brindarme su ayuda.
—Primero que nada no te permitiré que hables así de mí auto— masculle — Fue un regalo de graduación — agregué como si a él le pudiese importar esto— Segundo, encontraré la manera de llegar a casa. No te preocupes por mí. Él se me quedó mirando y no supe si la expresión que había puesto se debía a la incredulidad que sentía o a cierta preocupación que podía sentir por mí.
—Perdón, mí mala. Debería saber apreciar un poco más las maravillas automotrices de fines de los 80. Al fin y al cabo gracias a Herbie este modelo se hizo muy popular.
Era increíble. Sinceramente lo era.
—Pues no todos tenemos la suerte de poder manejar un Audi.
—No es un Audi— me corrigió con ese tono que odiaba— Es un BMW pero cuando quieras puedo darte una vuelta en mí Harley Davidson — sugirió guiñandome.
Mis mejillas se tornaron rojas como una reacción inmediata a su gesto y sujeté con fuerza la tela de mí falda a modo de control.