Hey, tú ¡mi loco amor!

Capítulo 4| No me confundas

~ Amy ~

Maldición. Siento como si alguien golpeara mi cráneo con un mazo. Llevo una mano a mi frente y poco a poco abro los ojos.

Parpadeo acostumbrándome a la luz y me exalto sentándome de golpe en la cama. ¿Dónde estoy? Miro alrededor y me hago a una ligera idea. Mierda.

Me observo percatándome de que no estoy desnuda. Ufff. Por lo menos eso. Pero ¿Cómo carajos terminé aquí?

Me bajo de la cama y busco mi bolso. Noto que está sobre la mesa de noche por lo que lo tomo y saco mi celular. ¡Las 10 de la mañana! Y peor aún tengo más de veinte llamadas perdidas de Norman.

Masajeo mis sienes sintiendo el dolor de cabeza incrementarse. Me coloco mis zapatos y salgo de la habitación a pasos lentos. Debo haberme vuelto loca como para haber terminado en su departamento. Y lo peor es que no me acuerdo de un carajo, lo último que recuerdo fue haber estado en el bar, cuando Nick llegó salí de ahí intentando evitarlo, después de eso… estábamos conversando… o eso creo, Joder. Maldita memoria de pollo. No me acuerdo de nada más.

Camino por el pasillo y me detengo a unos metros de la cocina. Nick se mueve por el pequeño espacio como todo un chef experto. Lleva puesta una playera blanca que se moldea a su torso y marca los increíbles músculos de su espalda. Es raro verlo con otro color de ropa que no sea negro. En realidad, siempre creí que todo lo que tenía era de color negro.

Suspiro despacio, o eso creo, pero fui lo suficientemente evidente para llamar su atención. Se da la vuelta y me observa con una sonrisa moja bragas. — ¿Qué tal esa resaca?

— Ni me lo digas. Estoy que me muero — niega divertido.

— Siéntate, tomate un ibuprofeno, te ayudará. — me extiende un vaso con agua y un paquete de pastillas. Entorno la mirada. Me dirán desconfiada, pero algo me parece sospechoso de su actitud.

— Vaya que amable — replico caminando para sentarme en una de las sillas de su pequeña isla. Su apartamento es genial, de seguro le cuesta una millonada. Bueno tiene dinero, un maldito con suerte.

— También te preparé el desayuno — se da la vuelta dándome una privilegiada vista de su retaguardia.

¡Dios! ¿Qué rayos me pasa? ¿Cuándo me convertí en el tipo de chicas que les mira el trasero y el paquete a los hombres?

— ¿Cómo te gustan? ¿Duros o batidos?

— ¿Ah? — abro la boca volviendo mi vista a sus ojos. Se ríe. Maldito irresistible.

— Los huevos, Amy. ¿Cómo te gustan?

— Ah, eso. Batidos están bien. — hace un gesto divertido y vuelve a cocinar. Después de unos minutos se acerca con dos platos, uno con frutas picadas y granola y otro con huevos, jamón y pan. Guau. — ¿Todo esto es para mí?

— Debes alimentarte bien, créeme, necesitarás energías.

— ¿Para qué? — arqueo una ceja confundida.

— Come primero — me sonríe sirviéndome café. Ok, esto ya no me gusta.

— Nick ¿Qué carajos me ocultas? — me cruzo de brazos.

— ¿Yo? — lleva una mano a su pecho haciéndose el desentendido — no tengo idea de que me hablas.

Exhalo rápidamente. — espero que no te hayas pasado de listo anoche.

Sonríe de medio lado. — ¿A qué te refieres?

— No lo sé. Que hayas querido mandarme mano o besarme a la fuerza. — empieza a reírse. — ¿Qué? no es divertido ¿Lo hiciste?

— ¿Me crees capaz de eso? — se sienta a mi lado — creo que… no me conoces lo suficiente.

Suspiro. — es que tu actitud me parece sospechosa. — apresa sus labios entre sus dientes conteniendo la risa. — habla.

— Come primero.

— No quiero — refunfuño haciendo la comida a un lado. — exijo que me digas ahora mismo que es lo que ocultas.

Suelta el aire con ese aire de misterio que siempre carga encima. — ¿Revisaste tu buzón de mensajes? — arrugo las cejas. — puede ser… que tu novio te haya estado llamando.

Abro la boca estupefacta. — Emm…

— ¿Cuándo pensabas decírmelo? — inquiere.

— ¿Perdón? — frunzo el ceño. — ¿Por qué tendría yo que decirte que tengo novio?

Asiente mirándome inexpresivo. — Bien. Puede que tu novio ahora esté furioso.

Me levanto de la silla. — ¿Por qué lo estaría? — mi pecho se contrae.

— Quizás… solo quizás… tuvimos una conversación anoche. — ¡Mierda!

— ¡¿Qué?! — me sobresalto — no juegues con esto.

— No juego, él llamó mientras dormías, y como no tenía idea de que tenías un noviecito inglés contesté — se encoge de hombros con despreocupación — El chico empezó a gritar como loco.

— ¿Y tú no tuviste nada que ver con eso? — inquiero empezando a sentir la colera.

— No, para nada, solo le dije que dormías plácidamente y que no estabas disponible en ese momento, pero parece que esto terminó de alterarlo.

— Mierda — espeto alejándome de la cocina. Tomo mi celular y reviso mi buzón. Hay diez mensajes pendientes.




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