Hielo en mis venas (radwulf #1)

Prólogo

—¡Espérame! —gritaba el niño de oscuros cabellos rojos, corriendo por el bosque.

    Iba tras la larga melena rubio-platino de su amiga, que se agitaba enredándose lejos de su alcance, mientras ella reía. Reía entre jadeos, disfrutando superarlo en algo que le frustraba.

—¡Wah!

Pero él finalmente logró sujetarla por las faldas, deteniendo su carrera con un brusco tirón. Las costuras se tensaron, no cediendo por pura buena fortuna, y ella cayó de nalgas a tierra.  Frotándose enfadada, observó a su jadeante amigo detrás, quien todavía sujetaba las faldas de su vestido con una mano, mientras rodeaba su estómago con la otra.

    Le frunció el ceño, siendo ignorada.

—Dioses, Macy, me vas a matar. —Se quejó él, dejándose caer de rodillas sin intenciones de soltar sus faldas.

—Suéltame —gruñó la pequeña, cruzando sus brazos sobre el pecho mientras le fulminaba con la mirada.

—Oh, vamos. Te encanta dejarme atrás, ¿por qué me disculparía? —Se observaron a los ojos un largo minuto. Azul pálido contra marrón rojizo—. ¿Macy?

Él sintió como el frío de su mirada se extendía mucho más allá de aquel rincón del bosque, espantando a las criaturas que ahí moraban.

—Cálmate, lo siento. —Soltando sus faldas, se inclinó hacia ella y beso una de sus mejillas.

    La pequeña finalmente descruzo sus brazos y tomó una profunda bocanada de aire. Lo amaba, pero a veces, solo a veces, le detestaba. Llegaba a ser incluso más fastidioso que su hermanito, y eso era bastante.

—Te amo —dijo él, inclinándose hacia ella, queriendo sentirla más cerca.

—Hhm —murmuró ella.

—Lo digo en serio.

    Sosteniendo sus mejillas, él beso su frente, su nariz y su barbilla con tanta delicadeza y cariño, que derritieron su corazón.

—¿Siempre? —murmuró Macy, aferrándose a su cuello.

—Siempre. —Le confirmó con una sonrisa.

    Se abrazaron y rieron envueltos en una pequeña tormenta de nieve y vapor. Sus fuerzas mezclándose como jamás debieron. Pero, quebrando su pequeño rincón de amor, escucharon gritos y estruendos provenientes de la ciudad. Él le observó sorprendido, y ella comenzó a negar asustándose de las ideas que inmediatamente cruzaron la mente de su amigo.

—No...

—Quédate aquí, yo iré...

—¡No! —Le cortó ella, más asustada por la suerte que pudiera correr él que de los ciudadanos.

—No temas, Macy. Todo estará bien. —Él enredó sus dedos en la larga cabellera de ella, y beso su frente.

—Clim...

—Te amo —dijo con una sonrisa tirando de sus labios.

—Y yo a ti…




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