Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo III

Noemia estuvo a mi lado las horas siguientes. Contándome desde las medidas que el nuevo Rey tomaría para restaurar la ciudad Real, hasta los arreglos a los jardines del Palacio, a los que planeaba llevarme cuando me sintiera con más energía. Mientras que sus tres jóvenes y sonrientes Doncellas me ayudaban a bañar, vestir, e instaban a que comiera ante sus miradas demasiado alegres.

    Sin embargo, apenas probé bocado. Estaba agotada, tanto mental como físicamente, y aunque habían pasado tantos años desde la última comida recién hecha y sustanciosa…

—Entonces, descansa —dijo, guiándome al mullido lecho—. Mañana podrás comer más, estoy segura.

    Demostrándome gentileza, acomodó las mantas sobre mi, tal como haría una madre, y acarició mi frente dirigiéndome una pequeña sonrisa antes de marcharse.

    Admito que esa sensación tan cálida y familiar me brindó algo de confort. No obstante, todavía sentía la fuerza de Clim, no muy lejos, manteniendo a raya la mía y de paso, suprimiendo cualquier sensación de tranquilidad en mi.

    Si no me sentenciaron a muerte, como se suponía harían, ¿qué pretenden hacer conmigo?

    Cuando mis ojos se abrieron con pereza ante la luz del sol que se filtraba por entre las cortinas, lo primero que pensé fue... Clim. Estaba cerca. Lo sentía como sentía mi propio corazón, palpitando con rapidez y fuerza. Luego, recordé todo lo ocurrido y sentí la urgencia de llorar.

    Pero dejar correr mis lágrimas era lo último que me permitiría hacer.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó Noemia, apareciendo de la nada a un lado de mi lecho.

    Quizá, si las fuerzas hubiesen vuelto a mi con apenas una noche de sueño, habría saltado por el susto. Pero solo le observe detenidamente, esperando que desapareciera ante mis ojos.

—Si te parece, puedes permanecer en cama todo el día. Lo que necesites se te traerá, no debes forzarte –dijo, extendiendo una mano hasta mi frente, tocándome con sus dedos templados—. No parece que tengas fiebre.

    Dio un paso atrás frunciendo los labios, justo cuando sus Doncellas se asomaban por las puertas.

—¿Desea desayunar, Lady Amace? —Me preguntó una con gentileza.

    Asentí y las tres abandonaron la habitación, dejando las puertas abiertas tras su paso. Poco a poco, reuní las fuerzas para sentarme, tratando de sentirme cómoda con esos pequeños detalles. Las esponjadas colchas, la madera, el olor del pan recién horneado. Las muchachas colocaron una bandeja sobre mis piernas, con un poco de pan y un caldo de pollo que hicieron rugir mi estómago.

—¿Quieres leer o jugar algo? —preguntó Noemia, sentándose a mi lado con sus oscuros ojos buscando los míos.

    Negué, ella suspiró, y sin más comencé a comer el cálido caldo, forzando mi atención lejos de las emociones que la presencia de él provocaba. Cualquier sensación de seguridad era efímera, a pesar de estar con aquellas gentiles mujeres en la habitación. Tan cerca y ante mi poca fuerza física, estaba segura de que podrían haberme matado si lo hubiesen intentado.

    Y aún no sabía porque no lo hacían.

—Bien, no puedo dejar que te aburras sola —decía entonces Noemia, sacando un pequeño libro de la cinturilla de sus faldas.

—Quiero dormir —dije rápidamente, antes de que las Doncellas terminasen de llevarse los restos de comida.

    Tan quietas permanecieron durante un minuto, Noemia y las Doncellas, que llegue a preguntarme si de alguna forma desarrolle semejante poder. Si bien eran las primeras palabras que decía, no veía motivo para tal reacción.

—Bien, como desees —concedió Noemia, y haciendo una seña a sus Doncellas me dejaron sola.

    Sentía mi garganta cerrarse otra vez, con los ojos irritados y el cuerpo tembloroso. Dioses, odiaba sentirme débil. Odiaba la incertidumbre. Odiaba que Clim no me reconociera, que no recordará esos días felices que mantuvieron mi mente al borde de la locura.

    Odiaba que su fuerza siempre fuera la que anhelara.

    Podía verme ahí, entre las frías paredes de mi celda, sintiendo el frío de las garras de los oscuros Monstruos de Tarsinno. El dolor de los azotes en mi espalda, las marcas en mis muñecas de cada vez que me alzaron y golpearon contra la pared, como si no fuese más que basura. Las oleadas de hielo que habían manado desde mi interior, eran nada para ellos. Sus figuras deformes, su putrefacto aroma, ello gobiernan mis pesadillas…

    Me senté de golpe.

    A los pies de mi lecho se hallaba Ambón, con un ceñudo Clim no muy atrás. Ambos me observaban, y la mezcla de calor y nauseas no ayudaban a mis reacciones.

—Lady Amace —dijo el Rey, dando un paso más cerca de mi. Me tensé, pero el golpe de calor que envió Clim aflojo en parte mi cuerpo—. ¿Podemos hablar? —Inquirió, frunciendo el mientras volteaba para darle una mirada a Clim.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.