Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo IX

Lo recuerdo.

Tenía poco más de cinco años, y mis ideas sobre la vida tomaban forma. "Dónde se destruye, también se crea". Creía ingenuamente que todo lo que leía en los libros legados por el maestro, debía ser seguido al pie de la letra, que esa sabiduría antigua debía ser revivida por jóvenes como Clim y yo. Pero aquel intento de vida intentó lastimarme.

Era una criatura de hielo casi del doble de mi altura, con brazos y piernas, con boca, ojos y nariz en un rostro carente de expresiones. Un ser vivo para mi mente infantil.

De aquellos días aprendí algo importante: no importa qué tan fuerte sea, mi fuerza no puede crear vida.

Una lección valiosa que Clim pareció comprender más rápido que yo, y nunca me dijo que le llevó a esos acertados pensamientos. Sólo el maestro Balkar conocía en detalle todo lo que ocurría en la vida diaria de Clim.

Aferrándome con fuerza al libro, me puse de pie tambaleante y camine de regreso al toldo. La tela gruesa que lo componía, se mantenía exteriormente con una capa gruesa de hielo, pero el interior mantenía cierto aire cálido que menguó al ingresar yo.

También hechizado, como el libro, supuse.

Me acerque a la caja que resguardaba los alimentos y tome una porción de pan, queso y un vaso lleno de leche con alcohol. Dudaba que Clim hubiese autorizado lo último. Luego me senté sobre el camastro, nuevamente agotada, y comí viendo como la oscuridad comenzaba a envolverme convirtiendo la entrada en un agujero negro.

Al final, con mi estómago lleno de comida y alcohol, sentí unas extrañas ansias de beber un poco más. Y así hice. Sentada en aquel hueco oscuro, viendo la caída de la nieve como única diferencia en el entorno, me dedique a ahogar mis inútiles lágrimas en aquel brebaje asqueroso, hasta que mis parpados pesaban como piedras.

Por algún milagro, termine sobre el camastro.

Cuando reaccione, con mi cuerpo rígido y un agudo dolor sordo en mi cabeza, noté que apenas había luz. Al asomarme hacia el exterior, las gruesas nubes que surcaban el cielo tratando de apretujarse unas con otras fueron más que una obvia razón. La nieve continuaba cayendo, el gélido aire aún soplaba, el mundo continuaba su avance, incluso en la fuerte tormenta que no podía detener. Entonces fruncí el ceño molesta. Muy molesta conmigo.

Viví años escuchando las enseñanzas del maestro Balkar, años aprendiendo de los antiguos escritos la clase de cosas que fuerzas como las mías podían hacer, años comprendiendo que los Dioses no intervendrían en mis decisiones. Años, tantos, tantos años consciente de que lo único que me debía importar como primera cosa era mi familia y él... Clim. Me aferré a lo que creí quedaba de todo cuanto conocí y el resultado era ese: una enorme congoja. Todo borrado por diez años de aferrarme a las memorias, dejándome dolida, culpable y marchita.

¿Qué esperaba? ¿Que Clim estuviese esperándome de brazos abiertos siendo el niño que había amado con tanta intensidad? ¿No podía pensar que él estaría forjando su propio camino, su propia lucha en contra del maldito Tarsinno? ¿No pensé que crecería y tendría que ver toda la destrucción, toda la muerte de la que mis poderes serían culpables?

Oh, Dioses. Estaba tan equivocada.

Y así, sintiendo esa revelación como un buen golpe devolviéndome a la realidad, camine hacia el borde rocoso que dividía los ríos. Enfadada como estaba, di un buen azote de frío a la capa cada vez más gruesa de hielo, completando el congelado un segundo antes de dar un paso al frente y cruzar. Al otro lado, la tierra congelada me recibió como quien recibe a su reina, y centrándome en la vasta extensión de tierra hacia el oriente, cerré los ojos y sentí los elementos a mi alrededor. Ahí estaban las alturas de Quajk, sufriendo la perdida de nieve más extensa en toda la historia. Sin embargo yo, la portadora de la fuerza que lo provocó, hice lo que mi alma gritaba. Agité una mano hacia las alturas y congele una buena parte de la cumbre.

Hielo eterno.

Hielo imposible de derretir a no ser que fueras Clim.

Riendo sin alegría, mis piernas cedieron y mi vientre se retorció. La fuerza que había utilizado fue demasiada, así que sólo tuve un momento de visión borrosa antes de perder el conocimiento.

Durante mis casi veinte años, la única sensación en mi siempre ha sido el frío. Mi cuerpo es más frío que cualquier cuerpo humano, y la calidez de otros siempre se ha convertido en una molestia latente. Excepto por Clim. Nadie sabe a ciencia cierta porqué, pero la temperatura de Clim me es agradable. Algo que he logrado anhelar y disfrutar como pocas cosas de esta vida. No obstante, el maestro Balkar nos dijo que esto seguramente se debía a la naturaleza opuesta de nuestras fuerzas. Él, bajo la regencia del Dios del Sol, Déiw. Yo, bajo el seno de su contraparte y fiel compañera, la Diosa de la Luna, Zafhró. Estos, dos de nuestros amados Dioses, siempre han permanecido juntos y separados, velando por la humanidad de día o noche. Sus fuerzas principales se mantienen en equilibrio.




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