Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo X

Tres días después, desperté a cerca de mediodía con un sobresalto. Había tenido un sueño extraño, pero no lograba recordar de qué trataba, sólo sabía que mi despertar no tenía que ver con ello.

Mi corazón saltaba alborotado, mientras me vestía con rapidez y abandonaba el toldo. A lo lejos, el tronar de los cascos solo confirmaban lo que mi corazón e instinto ya sabían. Clim.

La impaciencia bullía en mis venas mientras les veía llegar. Uno a uno, los soldados desmontaron sus corceles y tras saludarme con asentimientos y murmurados "buenos días", comenzaron a desarmar el toldo y todo lo del interior, empacando con rapidez y eficiencia. Mi fuerza, todavía inestable, fue menguada por la de Clim, mientras este dejaba a Sath siendo alimentado por un soldado, y se dirigía hacia mi. Mi corazón dio una especie de voltereta inestable cuando nuestros ojos se encontraron. Y era una locura. Extrañarle, anhelarlo... no debía, y aún así, después de todos esos días separados ansiaba su compañía como al aire.

Que alguien me golpee...

Desvié la mirada hacia Rhym, feliz de verlo, y besé su cabeza, volviendo a preguntarme porque a este corcel en particular no le molestaba el frío de mi piel. Hice nota mental de consultarlo con Lesson.

Clim carraspeo a unos pasos.

—Lady Amace.

—General. —Asentí, sin voltear a verle. En su lugar me centre en el enredado crin de mi corcel.

—Todo ha salido como se esperaba. Volveremos a la ciudad Real cuanto antes —dijo lentamente.

Algo en el tono de su voz atrajo mi mirada y completa atención. A pesar de que evitaba mi mirada, había un algo en el semblante de Clim. Un algo que solo me provoco analizarle con más detenimiento. Su ceño fruncido, sus labios apretados en una fina línea, su postura firme pero evidentemente tensa, su mirada oscura evitándome y sus manos, una cerrada con fuerza sobre la empuñadura de su espada y la otra marcando sus nudillos en un dorado mucho más claro de lo normal.

El revoloteo en mi pecho se entremezcló con ansiedad.

—Bien —murmuré—. A casa.

Di media vuelta dispuesta a alejarme con Rhym hacia donde estaba el toldo, pero me congele un largo segundo ante la caricia de su fuerza que, prácticamente, se sintió como una caricia piel con piel. Obligadamente a continuar en movimiento, terminé por apartarme de Clim dirigiéndome a Wills y Garb.

Minutos después, la comitiva cruzaba el lacónico bosque hacia Duhjía. Ya que Clim deseaba comprobar las cosas ahí antes de partir directamente hacia la ciudad Real.

La vista de las ruinas rodeadas por tierra enlodada, vegetación petrificada y soldados entre los pocos ciudadanos de afligido semblante que se dejaban ver, envió una punzada de culpa a lo más hondo de mi pecho. Persistiendo por sobre las bromas de los chicos, la sensación no me abandonó. Mi único alivio egoísta fue dejar la ciudad con rapidez.

Emprendimos la cabalgata apresurada por las extensas tierras, solo deteniéndonos en un claro mucho después del anochecer. El único toldo preparado fue el mío, donde debí refugiarme por una orden de Clim, que para mis oídos fue como una mal disimulada petición. Pero eso no tenía sentido. Me negué a escuchar los ruegos de aquella sensación que gritaba por esperanza. Algo había cambiado, algo en Clim ya no era frío y extremadamente apático... y la esperanza dolía casi tanto como su desinterés anterior.

A medio día, dos días después, nos hallábamos cruzando la calle principal de la ciudad Real. En un gran contraste a mi primera llegada, la ciudad y la gente rebosaban de una alegría que casi ignoraba la escasez de habitantes. Las calles, casi completamente desprovistas de escombros, eran decoradas con cintas de colores vivos y flores de claros colores perlados. La gente vitoreaba felicitaciones y canciones de celebración después de guerras, danzando, bebiendo y comiendo en un jolgorio digno de ser narrado. El ligero aire cálido tenía un tinte a lluvia, la vegetación luchaba por extenderse cada vez más a través de las calles y callejones.

Radwulf, finalmente comenzaba a levantarse.

Apenas ingresamos por el umbral de las grandes puertas exteriores de Palacio, fuimos recibidos por las espadas alzadas de los soldados de la Escolta Real. En las puertas principales, el Rey y su prometida esperaban mientras desmontábamos nuestros corceles, con Noemia a sus espaldas. Al acercarnos, yo a pocos pasos tras Clim, fue evidente la alegría que los ciudadanos se extendía a través del aire.

—Bienvenidos, Lady Amace, General. —Saludó Ambón.

—Es un placer tenerles de vuelta —agregó Hazel.

—Gracias, majestad, Lady. —Me incliné levemente—. Es un júbilo poder volver.

—S-si. Gracias —murmuró Clim.

Viéndolo de reojo, no me pasó desapercibida su confusión.

—Adelante, tenemos mucho por hablar. —Nos instó el Rey, girándose hacia el interior del brazo de Lady Hazel.

Asintiendo y murmurando sís, Clim y yo nos adentramos tras ellos, aunque no sin antes permitirme una mirada a los soldados de la Escolta Real, quienes ya fuera de sus posiciones de honor ayudaban a descargar el equipaje.




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