Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XIII

Esa tarde, resistí el impulso de golpear al "sanador Kant", cada vez que murmuraba una observación sobre mis cicatrices, alegando que debí atender las heridas de mejor forma, o el desarrollo de mis músculos, huesos, e incluso la palidez de mi piel. Todo lo cual es diferente por quién soy, y él insistía en destacar que no era normal y debía consumir ciertos brebajes y aplicarme ungüentos además de dejar de ejercitarme "como un hombre".

Gracias a los Dioses Noemia estuvo conmigo, o no hubiese logrado pasar la tarde sin cometer un crimen.

Pero luego de los dos siguientes días llenos de ajetreo, que transcurrieron más rápido de lo que me hubiese gustado, llegó la mañana de la boda Real. En la antesala de uno de los salones del área inhabitada de Palacio, meditaba unos últimos minutos en lo que esperaba a que los asistentes oficiales, compuestos por su majestad Ambón, Lady Hazel y los doce miembros del Gran Consejo, tomarán asiento en sus lugares predispuestos.

Noemia y Lesson aparecieron por las puertas, y fueron hasta mi con seguridad. Una seguridad envidiable.

—¿Lista? —Me preguntó Lesson, avivando el agitar de mi estómago.

—¿Realmente quieres que responda eso? —gimotee.

Ellos intercambiaron una mirada aprensiva, antes de que Noemia interviniera.

—Confiamos en ti, Macy. Incluso Clim —insistió, extendiendo sus manos para ayudar a que me levantara del suelo.

Suspiré sonoramente y acepte la ayuda. Mis piernas temblaron un poco, sin embargo, me obligué a mantenerme erguida. Los pantalones que llevaba aquella mañana, de color negro ajustado a mi cuerpo, quedaban más o menos cubiertos por el fino abrigo con capucha de un tono azul oscuro, que lograba destacar el claro azul en mis ojos. Mi cabello trenzado caía sobre mi hombro derecho, y un suave rosa daba algo de color a mi más que pálida tez.

Camine tras ellos hacia las puertas abiertas y mantuve mi pasos lo más firme posible, hasta quedar en medio del destartalado salón. Las catorce butacas apegadas a la pared frente a mi, destacaban sobre las descoloridas paredes, y la mayor parte de sus ocupantes ataviados en su formal rojo, eran opacados por la suntuosa informal presencia de Ambón y su prometida a su lado izquierdo. Noemia se situó detrás y entre ambos, mientras que Lesson se movía hacia Clim, quien acababa de ingresar con el señor Kant tras sus pies. Él y el detestable hombre permanecieron de pie a pocos pasos de las puertas.

—Bien, Lady Amace. Prosiga —dijo el Rey, luego de un largo minuto de silencio.

Asentí y cerré los ojos, inhalando profundamente el aire que comenzaba a enfriarse a mi alrededor. Clim tenía la orden de mantener sus fuerzas flexibles en torno a la mía, así que al abrir mis ojos, centre mi mirada en el hielo que comenzaba a cubrir el intrincado pero gastado diseño bajo mis pies, y tantee de mi memoria los ejercicios de control que el maestro Balkar solía instruirnos en hacer.

Con una sacudida de mi mano, extendí la franja de cristales helados, aumentando la cantidad y silenciando los jadeos sorprendidos cuando estos comenzaron a girar en torno a mi, tintineando sin cesar. Cuando la columna de frío alcanzó el alto cielo, extendí mis manos hacia lo alto y sacudiendo mis dedos cree delgados carámbanos de forma que, al alzar la mirada, fuera notoria una estrella de doce puntas. Al mismo tiempo, esparcí los cristales por el aire manteniéndoles a un metro de cada espectador, y en una sacudida sincronizada deje caer los carámbanos a mi alrededor y desintegre los cristales en pequeñísimas volutas de nieve que cubrieron cualquier rastro de los carámbanos antes de que tocasen el suelo.

La nieve se mantuvo suspendida en el aire, enturbiando la vista de los espectadores tanto como la mía. Mi corazón se agitaba nervioso, pero mantuve el control ignorando la fría humedad que cubría mi piel, y deje que la nieve descendiera hasta el suelo.

El silencio en que todos los ojos viajaban sobre los carámbanos a mi alrededor, y la carga sobre mis hombros disminuyó, perduró el suficiente tiempo como para que llegara a la conclusión de que había dejado sin palabras a mas de uno. Entorno a mi, los carámbanos permanecían de pie con la parte superior, que en un inicio era la inferior, destrozada hacia los lados congeladas cual flores Jnah en plena madurez. Y la punta inversa se escondía en la capa de nieve.

Cerré los ojos sintiéndome aliviada de que llegados a ese punto nada hubiese salido mal, y sacudiendo suavemente mis manos, suspiré permitiendo que el hielo se convirtiera en cristales con forma de estrellas de doce puntas. Estas cayeron sobre la nieve con un suave tintineo, y recibí con un poco de tensión el replicar de las palmas de su majestad Ambón y Lady Hazel. Los miembros del Concejo le imitaron con renuencia, y por sobre todo escuche las alabanzas de Lady Hazel.

Maravilloso.

Abrace la cálida sensación que había dejado aquel éxito, permitiéndome respirar la ligereza que desde hace tanto no sentía. Gracias, Diosa Zafhró. Y di una titubeante reverencia, dirigida exclusivamente al Rey y su prometida. Permitiendo que Clim deshiciera el hielo mientras Ambón hablaba.




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