Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XIV

La ceremonia, aunque hermosa, oscureció mis pensamientos con sueños imposibles.

Todos los asistentes y los seis testigos oficiales, se congregaron minutos después en el gran salón. Bocadillos y bebidas pasaron de mano en mano, incluyendo el brebaje de los Dioses, Jnah. Clim a mi lado, mantuvo breves conversaciones con algunos de estos alegres asistentes como yo con otros tantos, pero pronto nos quedamos solos con nuestros pensamientos en un rincón del gran salón.

Los recuerdos agridulces rodaban por mi cabeza.

No te emociones tanto, Macy. —Me decía él.

—Pero es taaaan emocionante —continuaba yo—. Viviremos tantas aventuras, y tendremos un precioso hogar donde queramos...

Y serás mi esposa —agregó él, logrando que mi corazón latiera desbocado.

Nos encontrábamos en la plaza central de Quajk, frente al pequeño lago congelado donde mi hermanito, mis padres y el maestro Balkar patinaban. Pero Clim se mantenía enfurruñado por el frío y la prohibición del maestro de derretirlo. Mi platica sobre nuestros "grandiosos" planes para el futuro no surtía efecto en animarlo, así que lo jalé de un brazo y nos adentramos entre los pequeños patinadores.

No, Macy... yo no... —Se quejaba.

—Vamos. Sé que no te gusta, pero al menos hazlo por mi —gimotee, frunciendo los labios.

Él gruñó antes de zafarse de mi agarre, y en su lugar, me envolvió con sus brazos mientras nos deslizábamos suavemente sobre el hielo.

—¿Ves que no es tan malo? —murmuré contra su pecho.

Varios niños y niñas se deslizaban a nuestro alrededor, riendo y platicando mientras él nos guiaba.

Ni Kuejt ni Quajk —dijo, tras un suspiro—. Viviremos en un lugar que sea agradable para ambos, ¿si?

Alce la mirada para encontrarme con la suya, más cálida y completamente centrada en mi.

—Sí —asentí efusivamente, perdiéndome en él como tantas otras veces.

¿Cómo era posible que mi corazón latiera de esa forma? Nunca lo supe, tan solo ocurría. Alentado quizá por su cercanía, o aquel instinto que me alertaba de su presencia. Pero era algo completamente distinto a lo que sentía con el maestro Balkar, o con algunos de los oficiales Bletsun que solían visitarme para asegurarse de que todo estaba bien cuando él no estaba, viviendo en mi pecho, alborotándose más y más con su cercanía.

¡Clim!

La voz del maestro nos arrastró lejos de nuestro íntimo momento.

Girando nuestros rostros en su dirección, vimos a Balkar junto a otros adultos que comenzaban a apilar leña a un lado, preparándose para la pronta falta de luz. Él señaló la pila a su lado, y ambos comprendimos la orden silenciosa.

Estupendo —murmuró Clim, antes de alzar una mano y encender esa pila con un nimio esfuerzo.

Algunas personas que permanecían cerca vieron el suceso con asombro. Pero nadie pareció notar que el niño en medio de la pista, quien miraba con disgusto la nieve y hielo a nuestro alrededor, había ocasionado tal.

—Una pequeña boda, de preferencia. —Le dije, apretando el agarre de mis brazos a su alrededor.

Pequeña. Bien —asintió, girándonos—. Una vez cumplamos los veinte años. Incluso podría ser ese mismo día.

La pequeña sonrisa que me regaló tras esas palabras, alentó una más grande en mi, mientras dábamos algunas vueltas más.

Pocos minutos después, el otro puñado de fogatas ardían y nosotros reíamos tras haber girado demasiado. El mundo blanco en que nací se tambaleaba, pero sus manos no se apartaban de mí, brindándome el calor y la seguridad que nunca creí necesitar.

Tras una noche en la que apenas dormí, por los insistentes recuerdos de las promesas y sueños en común, me levanté al alba y evadí los intentos de mis Doncellas por lograr que me colocara un vestido en lugar de pantalones. Nerviosas como estaban, no me fue tan difícil escaparme de sus miradas unos momentos antes de partir, y guardar en un morral, que pronto colgué cruzado sobre mi espalda, las anotaciones del maestro Balkar y la copia de La historia de los Dioses que Noemia me había dado.

Los quejidos de Lyssa y Cyna, de que no debería cargar con equipaje, que le dejara eso a los carros correspondientes, fueron rápidamente silenciados cuando nos encontramos con Clim y Lesson en el pasillo.

—Buen día, Macy, Lyssa, Cyna. —Saludó el rubio.

—Buen día, Lesson —respondimos las tres.

Cyna y Lyssa estallaron en carcajadas, mientras yo fruncía el ceño y mordía mi labio inferior. Clim rodó los ojos y suspiró, antes de agitar la cabeza y encaminarse frente a nosotras, hacia las caballerizas.

Tratando de mantener mi dispersa atención en mis acompañantes femeninos, quienes intercambiaban comentarios con Lesson, llegamos hasta los carros y caballos. Los soldados se movían con prisa, atando y acomodando los últimos elementos, mientras me dirigía a Rhym y lo salvaba de ser atado al carruaje en que viajarían Lyssa y Cyna. Puesto que yo me negaba a tanto mimo innecesario. Mi endeble rebelión.




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