Con las luces del alba, los soldados recogieron el campamento entre esporádicas pláticas y ojos atentos.
Clim permanecía recargado junto a la puerta del carruaje, cruzado de brazo y con la mirada perdida, entretanto yo paseaba frente a él, esperando que Cyna y Lyssa volvieran de "cubrir sus necesidades". A pesar de mi negativa a dejar la montura y subir al carruaje, él se había tomado las cosas con calma. Una calma que erizaba mis cabellos.
—No nos tomarán por sorpresa otra vez. Estaré preparada, no soy ninguna miedosa —dije una décima vez, intentando convencerlo con mis razones, o quizá convencerme.
Su escueto asentimiento, todavía sin dirigir su mirada a la mía, avivó la extraña molestia en mi pecho. Algo demasiado estremecedor intentaba salir de mi desde la noche anterior, y aunque trate de darle sentido, por mínimo que fuera, fui incapaz de detener mis pies en un nuevo giro.
—Bien, General. Ya estamos listas. —Anunció Lyssa, acercándose con el cansancio reflejado en su rostro.
Supuse que yo reflejaba tal estado, puesto que tampoco había logrado dormir. Cyna, tras los pasos de Lyssa, se limitó a bostezar tras una mano y subir al carruaje.
Clim asintió al paso de ambas, y apartándose del carruaje detuvo mis inquietos pasos sujetándome por los hombros. Su cálida y seria mirada finalmente dio con la mía, teñida de ese algo que no me atrevía a descifrar.
—Por última vez, sube al carruaje —dijo lentamente.
Cerré los ojos un momento para apartarme mentalmente de su tacto. Y luego le vi con decisión.
—No.
Para mi sorpresa, él dio un apretón a mis hombros y se alejó sin más hacia su corcel. Le observé, tratando de mantener el escaso desayuno en mi estómago y las dudas, insistentes tras ver que ni siquiera Lesson insistió, y en cambio él no dejó de insistir hasta el último momento...
Verhá acercó a Rhym, y ya montada en mi corcel me dispuse a seguirlo... sin embargo, Lesson se interpuso en mi camino. Su mirada suplicaba perdón.
—Me pidió que te insistiera —abrí mi boca, lista para gruñirle como nunca, pero me detuvo alzando una mano—. Entiendo que prefieres ir en Rhym, en lugar de encerrarte en el carruaje cuando hay peligro, pero también comprendo la preocupación de Clim.
—¿Preocupación? —inquirí, creyendo que mis oídos fallaban.
—Si. Él está preocupado por ti, Macy —asintió. Una parte de mi se calentó por ello—. Eres la virreina de Radwulf, después de todo.
Y el repentino frío tenso mis músculos. Apenas logre controlar el hielo que comenzó a envolverme. ¿Sólo por eso?
—Sal de mi camino, Lesson. —Medio gruñí, estrujando las riendas entre mis manos.
Él pestañeó varias veces, observándome con cierto asombro que no menguó mi molestia.
—Wah, espera —entrecerró los ojos, dando un vistazo a mis Guardias personales sobre sus corceles, ya apostados a mi alrededor—. Estas enojada, ¿que fue...? Oh, ¿lo de virreina? No seas boba, Macy. Lo que quería...
—A un lado —gruñí.
Ante mi tono, sus ojos se abrieron con sorpresa y todos aquellos en las inmediaciones de nuestra "plática", centraron su atención en mi.
Inhale y exhale lentamente, esforzándome en mantener el escaso control antes de herir a alguien. Y ese alguien podía ser Lesson, así que abrí la boca dispuesta a gruñir un poco más si eso lo sacaba de mi camino.
—¡Lesson! —gritó Clim en mi lugar, desviando la atención a su persona.
Sobre Sath, su corcel, él nos observaba con una tranquilidad inusual. Nada acorde con lo que hasta entonces parecía habitual.
—¡Abre la marcha! —ordenó.
Sentí la mirada de Lesson sobre mi, segundos antes de que trotara hacia su corcel, y abriera la marcha en medio de las miradas y susurros de sus compañeros.
—Esto, ¿milady? —dijo Verhá a mi lado.
—¿Qué? —Medio ladré en su dirección.
—No creo que Lesson sea un buen objetivo para su malhumor.
Encontrando su firme mirada, me obligue a destensar los músculos y espolear con tiento a Rhym, uniéndome a la comitiva sin otra palabra.
A medida que los minutos transcurrieron, medite en lo ocurrido... llegando a la conclusión de que había sobre reaccionado, enfadándome como raras veces con un buen amigo. Toda molestia anterior se esfumó, convirtiéndose en una persistente punzada de culpa y vergüenza. Deseaba disculparme, pero nuestras posiciones en la caravana apenas me permitían divisarlo. Así que repasé mis disculpa mentalmente, luchando contra la urgencia de acelerar la marcha e ir hasta él.
Cuando finalmente nos detuvimos a medio día, no perdí tiempo. Desmonte y me interné entre los soldados que desmontaban sus propios corceles, ignorando los llamados de mis Guardias, y me acerque hasta donde se hallaba Lesson. Unos segundos tarde, me percate de que la persona con quien hablaba era Clim. Y que su plática no debía ser para mis oídos.