Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XVI

Mientras comenzaban a alzarse las paredes y tejados, las tiendas y las plazas, el Palacete de Duhjía era el centro de las idas y venidas de cada persona imaginable. Desde soldados al más humilde agricultor, acudían en busca de permisos, consejos o ayuda. Ya fuera buscar algún elemento entre las colinas adyacentes a Quajk, consultar sobre la ocupación de los hogares, o simplemente buscando manos para acarrear mobiliario o escombros. El ambiente, a dos semanas de mi llegada, estaba cargado de agitación y sonrisas.

Sin embargo, mi abstracción en el trabajo inquietaba a Lesson.

—Solo un par de horas. La ciudad no va a caer porque te tomes un respiro. —Me decía, por décima o quizá onceava vez.

Encontrando su mirada por sobre la pequeña montaña de informes, intente no reírme a costa de su tierna preocupación.

—Entiendo, de verdad. Pero no estoy cansada...

—Excusas, milady —acotó Lyssa, desde el sofá en que bordaba unos pañuelos—. Apenas ha dormido y comido durante estas semanas.

Justo entonces, Cyna ingresó por las puertas abiertas con una bandeja cubierta en las manos, mientras tarareaba una alegre melodía.

—Buen día, Lesson. —Le saludó alegremente, dejando la bandeja en la mesita frente al sofá.

El dulce aroma a tarta de arándanos llegó hasta mí, logrando que mi estómago gruñera con fiereza. Apenas había desayunado, luego del par de horas en que me ejercite.

—¿Le apetece una taza de té con su tarta, milady? —Me preguntó, alzando la tapa que cubría la porción de tarta.

Asentí lentamente, entretanto dejaba los informes a un lado y me ponía de pie. Lesson soltó un suspiro, viendo como me dirigía al sofá y me sentaba junto a Lyssa, lista para ser una "niña obediente" con Cyna.

—¿Ves? Si no fuera por Cyna, ella no escucharía su estómago —dijo Lyssa a Lesson.

Me sentí ofendida, pese a que sabía cuán ciertas eran sus palabras.

—Oigan, estoy aquí —repliqué.

—Sí no escucha tendré que ir con Clim. Ya hasta tiene ojeras —acotó él, ignorándome.

Mi molestia fue mermada ante el suave aroma cítrico del té, y la dulce esencia de los arándanos que aguaban mi boca. Tomando un sorbo de la taza que me tendió Cyna, decidí escuchar en lugar de hablar.

—Y está más delgada. He tenido que ajustar sus corsés más de lo habitual —continuó Lyssa—. Podría jurar que pronto estará tan escuálida como cuando llegó a Palacio.

—Así no llegará a ninguna parte —agregó Lesson, agitando su cabeza en una negativa amarga—. Terminará desfalleciendo en cualquier minuto, y donde menos lo espere...

—¡Amace! —Clim irrumpió en la habitación, un tanto agitado.

Agradecí a Zafhró antes de responder a su urgencia.

—¿Si? ¿Ocurre algo, General? —inquirí con tal tranquilidad, que bien merecía unas palmadas en la espalda.

—Necesito que me acompañes.

Sin dudarlo, me puse de pie y le seguí fuera del Palacete, dejando al trió de regañones con sus quejas. Nos dirigimos al gran atrio público, apostado entre las estrechas calles tras el Palacete, y desde donde se podía escuchar una barahúnda.

Entramos al centro del caos, y vi como algunos soldados y campesinos eran separados por Garb, Wills, un joven algo bajito llamado Jahid y un pelirrojo casi tan alto como Garb, llamado Kayle. La multitud gritaba de un lado a otro, siendo apenas reconocible alguna palabra. Hasta que Clim alzó la voz.

—¡Callaos! —Las voces se apagaron casi instantáneamente.

La tensión saturaba el lugar, mientras los hombres y un puñado de mujeres se removían con inquietud. Clim se internó entre las partes, hasta llegar junto a Garb.

—¿Qué ocurre? —Le preguntó al rubio.

—Todo comenzó cuando Harbs flirteo con la esposa del señor Gustav. —Señaló a los dos hombres, quienes se fulminaban con la mirada pese a su apariencia desastrosa.

Las voces de ambas partes volvieron a alzarse, con los dos hombres en cuestión tratando de llegar al otro. Hasta que decidí intervenir. Tras un fluido movimiento de mis brazos, cree dos frías ventiscas con las que empuje a soldados y campesinos hacia lados opuestos. Solo Clim y los soldados con que Garb apenas mantenía el orden, permanecieron en medio de la estancia.

Me acerque hasta ellos en el consiguiente silencio, ignorando las miradas sorprendidas y atemorizadas, y la extraña sensación que me produjo el movimiento casi inconsciente de mi fuerza.

—Debo suponer que el señor Gustav se disgusto —dije a Garb.

—Bastante, milady. —Asintió.

—Señor Gustav, soldado Harbs, vengan aquí. —Les llamó Clim, apenas alzando la voz.

Los dos hombre se acercaron, dirigiéndose verdaderas miradas mortíferas. La tensión ardía bajo el silencio.

—Explíquenme lo ocurrido... —Ambos hombres comenzaron a hablar, ganándose un fuerte gruñido—. De a uno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.