Aquella mañana, nos hallábamos en las praderas hacia el norte de Tallneh. Clim y yo, corríamos hacia la rivera del río, con el objetivo de encontrar una flor de amarillos pétalos y volver; ya que el maestro quería enseñarnos algo antes de ir hacia Kuejt. No debíamos tomarla, solo verla y podíamos volver al campamento. Como siempre, iba delante de Clim, solo que en esa ocasión, y como ya se iba haciendo habitual durante los viajes, llevaba ropas de niño. Aquella comodidad, sumada a mi cabello atado en una trenza, me hacía sentir más grande y ágil. Algo que Clim no apreciaba cuando continuaba dejándole atrás.
No tarde mucho en divisar la flor rodeada de verde pasto, exactamente como dijo el maestro que estaría. Entonces me tome un momento para recuperar el aliento en lo que Clim me alcanzaba. Mas no le di mayor ventaja. Corrí de vuelta, por entre las colinas, saltando y esquivando, con una sonrisa pues ya sabía que él no me alcanzaría antes de llegar al campamento.
Sin embargo, mientras me acercaba, más me faltaba el aire y más dolían mis músculos.
Llegué al campamento, viendo que el maestro Balkar se hallaba en el mismo lugar en que le habíamos dejado minutos atrás, sentado sobre un tronco en torno a una fogata. Y la liebre que había cazado ya estaba trozada y ensartada en varillas, lista para ser asada.
—¿Y bien? —Inquirió.
—La... la encontré —dije sin aliento.
Asintió y me dejé caer sobre el pasto, ignorando el ligero picor. Cerré los ojos y escuche a Clim llegar, tan jadeante como yo, recostándose a mi lado poco después.
—Pica —gimoteo.
—Lo sé —murmuré.
Cuando al fin me sentí lo suficientemente capaz de sentarme, lo hice, deslizándome hacia atrás hasta que mi espalda quedó contra un árbol. Clim continuo recostado en el pasto. Escuche el canto de algunas aves, y tras una mirada a la copa del árbol, buscando alguna señal de los cantantes, dirigí mi mirada al maestro... y la carne que ya se cocinaba en el fuego.
Mi estómago gruñó, pidiéndome un bocado.
—Bien, ahora quiero que se sienten —dijo el maestro, señalando el espacio vació frente a él y el fuego.
A regañadientes, Clim y yo obedecimos, sentándonos con las piernas cruzadas tal y como el maestro nos había enseñado. El aroma de la carne llegó a mi nariz, y escuche claramente el estómago de Clim, haciendo eco del mio.
—Se que ya están hambrientos, pero necesito que cierren los ojos y respiren profundo. —Obedecí, esforzándome por ignorar mi cansado cuerpo y aquel molesto retorcijón de mi estómago—. Inhalen y exhalen... —Habló lentamente—, permitan que sus fuerzas les acaricien. Tanteen... poco a poco... su centro.
»¿Pueden sentirse?
»Son uno con sus fuerzas.
»Repitan su mantra.
Tierra, dame tu soporte.
Viento, guía mis pasos.
Agua, abraza mi esencia.
Espíritu, cuida mi alma.
Poco a poco, el cansancio desapareció de mi cuerpo, tragado por un reconfortante soplo de mi frío. La vitalidad volvió a mí, logrando que me sintiera incluso más ligera y fuerte que antes.
—¿Cómo se sienten? —preguntó el maestro, sacándome del trance.
Le observe, incapaz de explicar todo lo que me embargaba.
—Me siento mucho mejor —dijo Clim, sonriendo.
Con una sutil sonrisa, el maestro asintió y centró su atención en mi.
—Este es un método muy eficaz para poder superar las dificultades de sus cuerpos humanos. Aunque también pueden hacerlo con mayor rapidez, tan solo envolviéndose con su fuerza un minuto, es más eficaz si lo toman lentamente. Quería enseñarles este método —Intercalo su mirada entre Clim y yo, borrando su sonrisa con una seriedad palpable—, pero no es un juego. Mientras más tiempo se aferren a sus fuerzas mágicas, en lugar de la física, más tiempo deberán descansar después, ¿entendido?
—Si —murmuramos al unísono.
—Bien, ahora vayan y tráiganme una flor amarilla, para que puedan comer.
Por un momento nos quedamos estáticos, intercambiando una mirada sorprendida.
—Ahora, que se enfría. —Nos instó el maestro.
Clim y yo corrimos de vuelta al río, riendo, mientras nos aferrábamos a nuestras fuerzas por primera vez. No teníamos más de siete años, y todas aquellas pruebas de nuestras fuerzas eran una experiencia nueva y divertida.
Hasta que...
Encerrada en mi habitación, cubrí mis oídos mientras Clim golpeaba la puerta y me llamaba, siendo inmediatamente regañado y detenido por Cyna y Lyssa. Los recuerdos escocieron mis ojos y apresaron mi pecho. Estaba mal, sabía que no debía hacerlo, y aun así, antepuse mi deseo de estar mejor. Me aferre a lo único que parecía tener sentido, cuando estaba tan rota y perdida...