Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XXV

Un par de días después, ingresábamos por la calle principal de Real conformando una pequeña comitiva. El ambiente lleno de vida que nos envolvía a cada paso, era tan diferente al que recordaba. Niños y niñas corrían y brincaban a nuestro alrededor, mientras éramos saludados con gentiles ademanes por la gente que iba y venía en medio de sus quehaceres. El aire se sentía un poco húmedo, cargado con el aroma de las flores que decoraban los rincones, y aquel dulce toque a comida recién hecha.

Observaba todo desde la ventanilla del carruaje en que tuve que viajar, con las ansias agitando mi vientre y mi sonrisa titubeando cada que fijaba mis ojos sobre Clim. Montando a Sath, se mantenía junto al costado izquierdo, precisamente donde yo me hallaba.

Entonces, casi salido de la misma nada, Lesson apareció a su lado sobre su propio corcel. Y en un movimiento con tintes infantiles, se interpuso entre nosotros regalándome una brillante sonrisa antes de decir;

—Milady, bienvenida a Real. Como Maestro del ejército, le puedo asegurar que esta temporada podrá disfrutar de las más variadas actividades y los más exquisitos... —Su fingido tono aristócrata fue sin duda la razón de que Clim golpeara su costado con un pie—. ¡Auch!

—Déjate de tonterías. —Le gruñó.

—Gruñón. —Se quejó Lesson, sobándose el costado.

No pude contener las ganas de reír, retorciéndome sobre el asiento mientras las chicas se asomaban y reclamaban a Lesson por no prestarles atención. Permitir que el entusiasmo y alegría me abandonasen, era algo que a lo que no estaba dispuesta.

Fuimos recibidos por un pequeño grupo de soldados en las puertas principales de Palacio, desde donde nos guiaron a una de las salas principales. Ahí, Clim y yo esperamos, mientras Doncellas y Mozos se encargaban de llevar nuestras pertenencias hasta las respectivas habitaciones. Poco después, mientras bebía una dulce infusión y Clim se paseaba frente a los ventanales que daban hacia uno de los pequeños jardines interiores, las puertas fueron abiertas de golpe, dando paso a una borrosa figura dorada que atravesó la habitación en un suspiro.

—Alteza, por favor.

Voltee hacia las puertas, descubriendo a Mara y Lorret ingresando con sus respiraciones agitadas. La segunda había sido quien hablo.

—Oh, Dioses. Disculpe a la Reina, milady —dijo Mara, con una palma sobre el pecho, mientras ambas se detenían frente a mi.

Dejé mi taza de té y voltee hacia donde Clim se hallaba, tan sólo para presenciar una escena más que desconcertante. La Reina rodeaba la cintura de Clim ocultando el rostro en su pecho, y él la sostenía con una pequeña sonrisa tirando de sus labios. Los murmullo inteligibles de ella, no ayudaron a aliviar de forma alguna la repentina punzada en mi pecho. Un sentimiento que no entendía razones.

Desvié la mirada a mi regazo, consciente del ligero calor que comenzaba a cubrir mis mejillas, y la tensión que engullía mis músculos.

—Lo-lo siento. —El acongojado balbuceo de la Reina pareció resonar por la habitación.

Voltee para encontrarle con sus llorosos ojos sobre mí, acercándose con pasos titubeantes, y un preocupado Clim que veía de ella hacia mi, y viceversa.

—Y-yo... —murmuré apenas.

—Disculpe mi arrebato, Lady Amace —dijo, algo más repuesta—. Estoy un poco... un poco...

—¿Susceptible? —Sugirió Lorret.

—¿Emocional? —Acotó Mara.

Ambas sonriendo con cierta... ¿travesura? Brillando en sus ojos.

—No necesitas disculparte, Hazel —dijo Clim, rascando su nuca con una pequeña sonrisa—. Macy no está molesta, ¿verdad?

Me dio una mirada cargada por una silenciosa súplica, indudablemente de que aseverase sus palabras.

—Por supuesto. Comprendo que extrañaba a Clim —dije, sonriendo.

Me force a mantener mis verdaderas emociones ocultas. Era lo correcto, aunque no lo más sencillo, y que consiguió sacar una sonrisa de la Reina.

—Oh, pero estoy verdaderamente apenada. No se supone que les recibiera así... —Su sonrisa cayó, y sus ojos comenzaron a lagrimear.

Pero, ¿qué...?

Clim llegó hasta ella y le abrazo, llevándola hasta el sofá frente a mi. Le vi arrodillarse y secar sus lágrimas con gentileza, y una familiaridad que creó una opresión en mi pecho, difícil de soportar.

¿Cómo es posible que se comporte de esa forma con ella?

¿Qué ocurrió entre ellos?

Intentando ignorar la tensión que las dudas provocaban en mí, me puse de pie y vertí un poco de infusión en la taza que Clim había rechazado, para luego dársela a la aún llorosa Reina. Ella me regaló una temblorosa sonrisa, recibiendo la taza con manos un poco temblorosas. Por otros cinco minutos, ella bebió de la infusión mientras era consolada por Clim, en murmullos casi incomprensibles. Y mi pecho dolía.

Ya más calmada, la Reina volvió a posar su mirada sobre mí, tomando una bocanada de aire como si se diera valor.




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