Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XXVII

Me sentía demasiado cómoda, aún entre la calidez y dureza de mi "almohada". Inhalé profundamente la esencia que me envolvía, sintiendo como esta provocaba agradables estremecimientos desde lo más profundo... Nada puede arruinar esto, pensaba, deslizando una mano por la tela, hasta que mis dedos tocaron un poco de piel y... vello.

Salté ya despierta, apartándome de Clim con un chillido sorprendido, mientras caía en cuenta del lugar en que me hallaba: su habitación. Los recuerdos me golpearon, y entonces, intentando respirar a través de una ola de pánico, observe el infantil pestañear de un somnoliento Clim.

—¿Macy? —murmuró, rascando su nuca mientras se sentaba.

Su camisa desabotonada desvelaba un poco de su tostada piel y una fina capa de oscuro vello rizado. Lugar en que yo había deslizado mis dedos.

Queridos Dioses.

Ahogada en un potente bochorno, oculte mi rostro con mis manos. El corazón me retumbaba en los oídos, el calor me ahogaba y su ligera risa no ayudaba.

—Hey, ¿ahora te avergüenzas? —dijo, tirándome hacia su pecho.

Gimotee, alzando y descubriendo mis ojos justo cuando las puertas se abrieron. Su risa murió, y ambos volteamos hacia ahí... tan solo para ser víctimas de las mortales miradas de Cyna y Lyssa.

Si... nuestras posiciones no eran decentes. Por donde fuera visto.

Gruñendo cuanto fueron capaces, las chicas arrastraron a Clim fuera de la habitación. Balbuceando cuanto querían golpearlo por "deshonrarme", me ayudaron a vestir mientras tanteaba el frío. La nieve había dejado de caer, pero un grueso manto cubría toda la ciudad junto al frío aire que acariciaba todo.

El impulso de alejar el frío era grande, pero el miedo lo era aún más. No tenía la más mínima intención de hacer que los soldados saltaran sobre mi garganta, más de lo que sin duda debían desear ante la nieve repentina.

Ya vestida, fui a la sala de Clim, deteniéndome al ver que la Reina y el Rey se hallaban ahí. Sentados frente a Clim, con humeantes tazas en medio y una nerviosa Noemia dando vueltas tras ellos. Vehrá permanecía de pie junto a las ventanas, y Lyssa me instó a sentarme junto a Clim mientras Cyna dejaba la habitación a través de un pasadizo, llevando mi camisón con ella.

La tensión en el aire casi palpable.

Me senté con piernas temblorosas, incapaz de ver al rostro de nadie. Sintiéndome pequeña.

—Amace, no bajes la mirada —dijo la Reina—. No tienes nada por lo que temer... ni sentirte avergonzada.

Sus gentiles palabras y el hecho de que Clim sostuvo mi mano, me animaron a enfrentar la situación.

—Clim acaba de explicarnos porque anoche prefirió trasladarla a sus habitaciones, antes de informarlo a alguien —dijo su majestad Ambón, sonriendo ligeramente—. Y personalmente creo que es una excelente idea, dada la situación...

—Y pese a lo "incorrecto" que pueda verse —acotó su majestad Hazel, intercambiando una extraña mirada con su esposo—. Por lo tanto, ya hemos dispuesto que sea temporalmente trasladada a una habitación cercana.

—Pese a mis protestas —dijo Noemia, cruzada de brazos deteniéndose directamente tras el Rey—. Puedo perfectamente velar por su seguridad...

—De lo cual no dudamos. —Le interrumpió el Rey—. No obstante, hay más posibilidades de que el ir y venir de los soldados disuadan a cualquiera de cometer traición, a la presencia de las Doncellas que siempre son subestimadas.

El cansado tono con que explicó aquello, fue un claro signo de que había repetido más de una vez aquella lógica forma de ver la situación. Los pero perdían fuerza ante el hecho de que un ataque contra mi, sin ser oficialmente sentenciada como "traidora" por algún miembro de la familia Real, era una inmediata sentencia de muerte.

No quería eso sobre mi.

—Esta bien, Noemia. Es lo más conveniente. —Le dije, dando un apretón a la mano de Clim, para luego soltarla y ponerme de pie—. Sólo me preocupa que alguien pueda salir lastimado por esta tormenta.

Señalé el exterior tras Vehrá, donde las ráfagas de viento helado arrastraba una capa de hielo que impedía ver más allá de borrosas siluetas. El vidrio se agitó, con sus bordes cubiertos por escarcha, y pude sentir como el frío trataba de borrar el calor que emanaban las brasas en la chimenea.

El impulso de acabar con el frío palpitaba bajo mi piel.

—Debería hacer algo, ¿no? —inquirí, viendo a la Reina y el Rey mientras luchaba contra la ansiedad.

—No —dijo Ambón—. Ninguno de los dos hará algo al respecto. Esto se debe al daño acumulado durante más de diez años, por lo que tomará más que un poco de ambos el solo intentar arreglarlo. Lo mejor es que mantengan su magia al margen.

—Pero...

—Podemos con este temporal, Amace —dijo Hazel, dándome una sonrisa sincera—. No te preocupes, no ha pasado tanto tiempo como para olvidarnos de cómo sobrevivir al frío.




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