Hielo en mis venas (radwulf #1)

Capítulo XXXIII

Refugiada durante todo el día en mi alcoba, no solo evite a Clim, también a Lesson y todo el que intentó averiguar qué iba mal conmigo. Habiéndome presentado con total normalidad al desayuno, supongo, era de esperar. Sin embargo, agradecí que su insistencia cediera tras unos minutos.

El aire ya era pesado en mi habitación mientras me forzaba en prestar atención a los documentos en mis manos, lejos de la presión de sus labios sobre los míos, su sabor...

Dioses, por favor...

Solo deseaba olvidarlo por un momento, continuar con mi vida sin estremecerme por el agridulce recuerdo.

Y entonces la noche cayó sobre Real.

—¿No comerá más, milady? —Me preguntó Cyna, al ver que apartaba mi plato.

—Hum... —Observé un trozo de patata en medio del caldo, sintiendo un nudo en la garganta—. Ya no tengo apetito.

—Bien —suspiró y procedió a retirar las cosas de la mesa, mientras me dirigía al lecho.

Caí sobre este deseando que el sueño me venciera. Deseando dormir sin soñar, sin revivir ese momento, ni crear ilusiones de algo que no ocurriría.

—Aquí —dijo Cyna, sacándome de mis pensamientos.

Me tendió el camisón que me coloqué sin aceptar su ayuda. Era obvio que deseaba decirme algo, pero no sentía fuerzas ni ánimo alguno para ello. Ya había escuchado sus palabras y las de Lyssa, que no hicieron nada por calmar mis sentimientos.

Ahora solo necesito dormir.

—Buenas noches, Cyna. —Le dije, arropándome mientras esbozaba una pequeña y falsa sonrisa.

—Que Suphnos le brinde dulce sueños —murmuró frunciendo el ceño, para luego marcharse.

Altón y Verhá se hallaban en la sala, podía sentir el calor de sus cuerpos, así como sentía a Clim a pocos metros dentro de su propia alcoba. Aunque... sólo me perturbaba él.

Por largos minutos intenté conciliar el sueño, removiéndome en busca de una posición adecuada, inhalando y exhalando a ritmo constante, contando los infinitos segundos, contando los latidos de mi corazón.

Uno, dos, tres...

Mis ojos abiertos hacia la penumbra.

Siete, ocho, nueve...

Por más que intente mantenerlos cerrados.

Trece...

Contuve el aliento y podría jurar que mi corazón se saltó un latido mientras sentía a Clim trepando hacia mi balcón.

Oh, no. No estoy lista para enfrentarle...

Temblando luche contra las mantas, deslizándome fuera de la cama y hacia las puertas tan rápido como mis débiles piernas me permitieron. Empero fue un esfuerzo inútil, que lamente en cuanto sus fuertes brazos me sujetaron y su mano cubrió mi boca.

—No grites —murmuró.

Tal vez se debió a la angustia en su voz, o el hecho de que aún sujetándome con fuerza no llegaba a causarme dolor alguno. Sabía que de haberlo intentado me hubiese liberado... mas no reuní las fuerzas. Con su cálido tacto estremeciéndome, le permití cargarme hacia la cama donde lentamente me depositó, y apartando su mano de mi boca murmuró un "lo siento".

Centré la mirada en mi regazo, incapaz de verle a la cara, respirando a través de las emociones que amenazaban con desbordarse y engullirme.

Por más que desee forzar un "descuida, olvidemos lo ocurrido". Por más que anhele enviar al olvido... todo. Me sentía demasiado cansada. Demasiado hastiada.

¿Por qué no puedo odiarte?

Todo sería más sencillo.

Quería ocultarme de la ligera luz que ingresaba por los ventanales, quería que él no comenzase a soltar excusas para recibir el perdón de mis labios...

Tomándome por sorpresa, se arrodillo y sostuvo mi barbilla con gentileza obligándome a verle. Sus ojos brillaban ligeramente en tonos rojos y dorados, el calor de sus dedos sobre mi piel provocó agradables hormigueos que se extendieron a cada rincón, y el aire escapó de mi pecho al ver que se inclinaba hacia mí... rozando sus labios con los míos.

Cerré los ojos abrumada por las sensaciones, olvidando durante largos y preciosos segundos todo el dolor, toda la rabia y la soledad. Mis temblorosas manos se aferraron a su camisa y sus labios abrieron los míos sin encontrar la menor resistencia.

Dioses...

Podría jurar que no había ni un solo centímetro de mi cuerpo indiferente a su tacto, pero cuando en mi garganta reverbero un gemido, mío, la realidad posó sus garras en mi corazón.

Le empuje, separando nuestros labios y escudándome con mi dolor.

Incapaz de verle a los ojos o decir una mísera palabra, me deslice por el lecho lejos de su alcance. Aferrándome a mi misma, sintiendo que los deseos de mi corazón escurrían entre mis dedos... La niña en mi todavía quería creer en castillos de colores, quería creer que todo mejoraría si tan sólo volvía a ser envuelta por sus brazos, sin importarle ni un poco cuánto dolía cada rechazo, cada golpe directo al corazón. No le prestaba atención a la realidad, ni mucho menos al enfado que ella misma alimentaba.




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