Hielo y Fuego

1.

Capítulo 1 – Hielo y Fuego

Anya

Hay algo que nunca te dicen sobre el hielo: no perdona.

Puedes estar girando, volando, incluso sonriendo… y en medio segundo, estás de cara al suelo, con las costillas hechas nudos.

Pero esta mañana, el hielo no era el peor enemigo.

Lev sí.

—¡Otra vez! —grita Mirov desde la baranda, con su voz de demonio soviético—. ¡Sin contacto visual no hay conexión!

Intento mantener el ritmo de mi respiración. El frío quema los pulmones cuando estás patinando a este nivel. Mis mejillas arden. El sudor me corre por la espalda, atrapado bajo la malla negra del entrenamiento.

Lev no me mira. Nunca me mira.

—Quizá no me mira porque teme convertirse en piedra —murmuro.

Él bufa. Ni siquiera disimula.

—Quizá no te miro porque cada vez que te acercas me dan ganas de huir.

Sus palabras entran como cuchillas. Ojalá dolieran menos. Ojalá me importaran menos.

—¡Silencio! —grita Mirov—. ¡Repitan el giro! ¡Y esta vez, sin parecer dos gatos peleando!

A mí me gustaría que dejáramos de parecer dos personas que se odian.

Pero no se puede fingir cuando el hielo refleja cada grieta.

Intentamos el giro. Mi pierna se tensa. Me desequilibro. Él me sujeta con fuerza, demasiada. Me suelto bruscamente, el enojo ganando la partida.

—¿Vas a romperme el brazo?

—Tal vez si dejaras de patinar como si tuvieras un palo en la espalda…

—Por lo menos no estoy enamorada de mí misma.

Y sí. Nos gritamos. Porque es más fácil discutir que admitir lo que de verdad duele: que no funcionamos. Que hay química en la pista, sí, pero también fuego. Fuego que quema mal.

—¡Desayuno! ¡Ahora! —Mirov termina la sesión con una sentencia.

Me encantaría lanzarme al hielo y no levantarme.

---

El cereal suena como piedras cuando Lev lo mastica. Yo intento no mirarlo mientras muerdo mi tostada como si fuera su cara. Mirov nos observa desde una mesa cercana, tomando notas. Seguro escribe cosas como “Desastre emocional con cuchillas” o “Equipo bomba nuclear”.

Me prometo no hablar. Él también.

Duramos siete segundos.

—No me hables —le digo.

—No lo haré, me basta con tu cara, me corta el apetito.

—Entonces mírate en la cuchara. Y vomita.

Cojo el teléfono por debajo de la mesa. Mi única salvación:

Lucía. Mi cable a tierra.

> Anya: Día uno. Me quiero lanzar al hielo.

Luci: ¿Lev te empujó otra vez?

Anya: No. Pero me miró como si pudiera hacerlo.

Luci: ¿Qué romántico.

Anya: JA.

Luci: ¿Y el entrenador de pesadillas?

Anya: Grita como Stalin. Pero… sabe lo que hace.

Luci: El tipo de miedo que da medallas.

Anya: ¿Puedo tenerlo sin el idiota al lado?

Spoiler: no puedo.

---

El entrenamiento de la tarde comienza con más gritos. Sorpresa.

—Carrera de fondo. Ida y vuelta. ¡Y cuidado con las caídas! —anuncia Mirov.

Lev se prepara como si fuera la final olímpica. Yo me amarro el moño con rabia.

Lev me mira justo antes de la carrera con esa sonrisa ladina que siempre usa cuando va a decir algo venenoso. Su voz fue apenas un susurro en ruso.

—Доска.

Doská.

“Tabla”

Como si yo no entendiera.

Como si yo fuera solo una niña canadiense con apellido que suena a vodka, pero alma de vainilla.

Idiota.

Claro que lo entendí.

Mi abuela me enseñó ruso antes de que pudiera atarme los cordones.

Me hablaba con ternura mientras me cepillaba el pelo, me contaba historias de San Petersburgo y me hacía repetir trabalenguas imposibles con la boca llena de galletas.

Decía que si olvidamos el idioma de nuestras abuelas, nos olvidamos de nosotras mismas.

Pero Lev no lo sabe.

O no le importa.

O sí lo sabe, y justo por eso lo hace.

No reaccioné. No físicamente.

Por dentro, me quebré un poco.

Él arrancó como si nada. Yo me quedé unos segundos quieta, disimulando. Pero el hielo ya se había derretido bajo mis pies, por dentro.

“Tabla”

Podría decirle mil cosas. Que al menos yo no soy un idiota que se cree estrella. Que no necesito inflar el ego con chicas nuevas cada mes. Que él no es tan bueno como cree.

Pero no lo dije. Solo apreté los dientes.

La verdad es que me dolió.

No solo porque él lo dijo.

Sino porque lo he pensado yo misma.

A veces me miro al espejo del vestuario y me pregunto si mi cuerpo se quedó a medio formar.

Mientras las otras chicas tienen curvas, yo tengo líneas.

Mientras ellas parecen mujeres, yo sigo pareciendo una niña estirada.

Quizá por eso los chicos no me miran.

O me miran como si fuera aire. O como si el hielo fuera más interesante que yo.

Y entonces me pregunto por qué me importa tanto.

No se supone que debo importarme yo misma, primero. Pero… tengo quince años. Estoy cansada de hacerme la fuerte.

Y por un instante deseo tener diez otra vez.

Volver al tiempo en que mamá aún no se reencontraba con Dimitri y Lev. Cuando mi vida giraba solo en torno a patinar, y no a sobrevivir encuentros "amigables" entre Dimitri y mamá, Lev y yo.

O mejor…

Quiero retroceder aún más.

Al pasado. A 1998.

A las Olimpiadas de Invierno.

Y gritarle a mi mamá desde las gradas:

“¡Gánale! ¡Demuéstrale a ese ruso que tú eres mejor! ¡No pierdas!”

Porque Claire Andrejeva perdió.

Frente a Dimitri Smirnov.

Estados Unidos contra Rusia.

Ella y su pareja, coreografía impecable. Pero él y su compañera eran… fuego. Gélido. Preciso. Irresistible. Y ganaron el oro.

Y mamá nunca lo olvidó.

Ni él a ella.

Ahora dicen que todo está en el pasado. Que fueron solo rivales en el hielo . Que son mejores amigos, que se respetan. Que el tiempo lo cura todo.

Mentira.

Hay algo raro en cómo mamá baja la voz cuando habla de él. En cómo se ríe con una nostalgia que nunca tuvo con papá.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.