Hielo y Fuego

2.

Capítulo 2 – Como si no ardiera

Anya.

No dormí.
O quizá dormí llorando.
Lo único que sé es que me duele la cara. Y los ojos. Y el pecho.
Y no es por el hielo.

Cuando mamá golpeó la puerta por tercera vez, me puse los auriculares.
No dijo nada más.
Tal vez entendió que ya era demasiado.
O simplemente se rindió.
Como siempre lo hace con todo, menos con él.

Dimitri.

Mi garganta se cierra solo de pensar en el nombre.
No por él.
Sino por lo que representa.

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Por la mañana

El pan está tostado. El jugo, recién exprimido.
Todo igual que siempre. Todo fingiendo que nada ha cambiado.
Pero mamá no puede ocultar esa luz en los ojos. Esa que no tenía desde hace años.
Desde antes que papá se convirtiera en un holograma.

—Anya… —empieza, sin mirarme directamente—. Sé que estás molesta. Pero necesito que sepas algo.
Bajo el tenedor. Espero.
No porque quiero escucharla. Sino porque me da miedo lo que va a decir.

—Lo amo —dice, y traga saliva—. Amo a Dimitri.
—¿Desde cuándo? —le pregunto con una voz que no siento mía.
—Desde que tenía trece.

Me río.
Un sonido seco. Cruel. Casi animal.

—¿Y qué hay de papá?

Mamá respira hondo. Le tiembla un poco el mentón.
Pero sigue. Porque claro, ya lo decidió.

—¿Qué hay de él, Anya? ¿Qué es lo que le he hecho?

—¿Lo engañas?

—Así como él me ha engañado a mí todos estos años. Con otras. Con todas.
—Tú lo sabes. No te hagas la ciega —dice. No grita. No llora.
Solo lo dice.
Como si fuera una verdad aburrida.

Y eso duele más.

—No se trata de él —respondo.
—¿Entonces?

—Se trata de Lev.
—No quiero tenerlo en casa también.

Mamá apoya las manos en la mesa.
Hay algo en su voz que intenta ser suave. Pero se rompe.

—Iremos con calma. Les daremos tiempo para que se lleven mejor.
—Tal vez el hielo… patinar juntos… ayude.

Me levanto. Busco mi mochila. Pero antes de salir, la miro.

—LO ODIO.
—Y no lo quiero aquí.

—Bien —susurra—. Trataré de que no venga. Hasta que te sientas más cómoda.
—Después de la competencia. Después de los regionales —digo, mirándola fijo—.
—Donde estoy segura que no vamos a clasificar.

Trago saliva.
Y entonces suelto lo que me quema por dentro.

—Después de eso… me voy con papá.

Ella da un paso. Como si eso pudiera detener lo que acabo de decir.
Pero es tarde.

—Te quedas con el amor de tu vida.
—Y con el hijastro que siempre quisiste.
—Tal vez él te dé el oro que Dimitri te robó.

—¡Anya!

Pero no me detengo.
No me giro.
Camino hacia la puerta sin mirar atrás.

—Por favor —dice ella—. No se lo digas a Lev.
—Deja que Dimitri lo haga.
—Sabes cómo es…

La miro.

Y le clavo las palabras como agujas.

—Claro.
—Soy la madre.
—Y tú… la hija.
—Se invirtieron los papeles, ¿no?

Cierro la puerta.
Y camino hacia el colegio.

El hielo no duele.
Lo que duele es esto.
Y no hay competencia que lo cure.

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Dimitri

El sol apenas filtra algo de luz a través de las cortinas cuando escucho el portazo de la entrada. Lev entra a la cocina como un huracán mudo. La capucha le cubre la mitad de la cara, pero no lo suficiente como para ocultar el corte en su ceja.

Me enderezo. Bajo la taza.

—¿Qué te pasó ahí? —pregunto, señalándole la herida.

—Me choqué con una tabla —responde, sin mirarme.

—¿Una tabla?

—Sí —dice, ya masticando el cereal con furia—. Una tabla con cara de niña rabiosa.

Frunzo el ceño.

—¿Anya?

Lev lanza una sonrisa torcida.

—La mocosa que tanto defiendes me atropelló en la pista.

—No digas eso —le advierto, seco—. No es agradable hablar así del cuerpo de una chica.

—¿Cuerpo? —Lev se ríe con desprecio—. Anya no es una chica, es una tonta.

Respiro hondo. Me levanto.

—Anya ES una chica, Lev. Y créeme… probablemente la única decente que has conocido en toda tu vida.

—¡Por favor! —revienta—. No me hables de Anya cuando desayuno. Me da náuseas.

Ahí se me corta la paciencia.

—Pues tendrás que aprender a llevarte mejor con ella.

—¿Por qué?

—Porque estoy saliendo con Claire. Y esta vez, quiero que funcione.

Lev se queda helado. Parpadea. Después se ríe, una risa amarga.

—No inventes Bro. ¿Qué mierda te pasa?

—Nada de “bro” —le suelto, alzando la voz—. Soy tu padre. Y me vas a respetar.

—Entiendo tu calentura con Claire, la tía está buen…

—¡Ni se te ocurra terminar esa frase! —exploto.

Mi mano golpea la mesa con fuerza. La cuchara de Lev salta del plato. Se queda quieto. Lo miro con toda la autoridad que puedo reunir.

—¡Eres un irrespetuoso! No tienes idea de lo que Claire y yo hemos vivido. ¡Y tampoco del esfuerzo que Mirov está haciendo al ponerte con Anya!

—¿Él los juntó?

—Sí. No fue Claire. No fue ningún juez. Fue Mirov. Y si Mirov dice que tienen potencial, entonces trabajas con ella. Punto.

Lev se queda inmóvil. Después masculla:

—No quiero a esa malcriada en mi casa. Me basta con que la mala suerte me la haya puesto en la pista para arruinar la oportunidad que esperé desde que tengo uso de razón.

Me acerco. Lo encaro.

—¿Oportunidad? ¡Si por ella tienes esta oportunidad! ¡Por su técnica! ¡Por su trabajo! Porque Mirov vio en ustedes lo que nadie más había logrado en años!

—¿Y qué se supone que haga? ¿Le agradezca que me empujó al hielo?

—Sí te empujó, fue por hartazgo. Tú no eres fácil, Lev. No todo el mundo te va a tolerar como yo.

Lev me mira, confundido. Como si no esperara esa respuesta. Como si, por primera vez, se sintiera realmente... visto.

—Después de las regionales me voy —dice.

—¿A dónde?

—A donde sea. Pero no me quedo en una casa donde se prefiere a una niña con cuchillas antes que a tu hijo.




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