Capítulo 5 – “Cuchillas"
Claire
El silencio dolía.
Miraba el parabrisas empañado, pero no veía nada. Solo sentía el golpe en la mano. El sonido. Ese crack que seguía repitiéndose en mi cabeza: mi mano contra la mejilla de Anya. Mi hija.
Iba hecha un ovillo en el asiento trasero, envuelta en la chaqueta de Lev. No hablaba. No lloraba. Solo miraba por la ventana como si quisiera salir por ella.
La espiaba por el espejo. Con culpa. Con rabia. Con un miedo que me apretaba el pecho.
Lev no decía nada. Sus manos apretaban el volante como si fueran a romperlo.
Tragué saliva. ¿Y si lo de Dmitri y yo siempre estuvo condenado? ¿Y si el amor —tan inmenso, tan desbordado— no era suficiente? ¿Y si no hacíamos más que arrasar con lo que tocábamos?
> “Nos amamos. Pero hay algo roto en nosotros. Algo que arrastra todo.”
Las lágrimas se asomaron, pero no lloré. Quise huir. Como siempre.
Y entonces los vi. Por el espejo. Lev mirando a Anya. Ella mirándolo, de reojo. Como si, en medio de tanto veneno, aún se buscaran. Como si, entre ruinas, quedara algo que pudiera salvarse.
> “No voy a esperar que las cosas estén perfectas para amar. Porque si lo hago… voy a pasarme la vida entera huyendo.”
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Dmitri.
La casa olía a lasaña. Y a derrota.
Había cocinado todo el día. Lasaña, pastel de manzana, ensalada. Puse la mesa con copas. Quería que fuera una cena familiar. La primera.
Pero cuando los vi entrar, supe que todo se había ido al carajo.
Lev tenso. Claire pálida. Anya destruida.
—¿Qué pasó?
Claire dejó las llaves. Exhaló.
—Iba a perder su virginidad solo para molestarme.
Silencio.
Anya alzó la cabeza.
—¡El mundo no gira alrededor tuyo! Yo también puedo hacer lo que quiera. Como tú con tus “amigos”.
Lev bufó.
—Sí, claro. Te dio un chicle y un beso. Ya pueden tener un hijo.
—Lev —lo advertí.
—¿Qué? Si vamos a hablar de moral, que sea parejo.
Anya lo fulminó.
Me acerqué a ella, suavemente:
—Anya… Sé que estás dolida. Pero hacerte daño no es la forma de castigarla.
Se tensó.
—No eres mi papá. Eres el novio de mi mamá.
Golpe certero.
Claire interrumpió:
—Suficiente. Vamos a comer. Lo hablamos después.
—No tengo hambre —dijeron Lev y Anya a la vez.
Se miraron. Y el odio volvió.
Suspiré.
—Lev, infla el colchón. Dormirá contigo.
—¿Qué?
—Lo escuchaste —dijo Claire.
—¡Ni siquiera quiero que entre en mi cuarto!
Anya sonrió como un cuchillo:
—¿Te avergüenza que vea tu pocilga?
—Esa eres tú. Malcriada. Tonta.
—¡Lev! —grité—. ¡El colchón!
—Sí, Lev —añadió Anya, tirándose al sillón—. Tiéndeme la cama, esclavo.
Lev apretó los dientes.
—¿Y si no?
Lo miré directo.
—¿Quieres que le diga a Miróv que no entrenas el sábado?
Chasqueó la lengua.
—Muévete, pesadilla —dijo.
Y Anya se rió. Lenta. Mortal
(...)
Anya.
Lev me lanza una toalla como si fuera un objeto pesado, pero en realidad pesa más la indiferencia en su mirada.
—El baño está allá —dice sin mirarme, como si quisiera que desapareciera.
Sostengo la toalla y pienso en lo raro que es todo esto.
—Porque, de todas las personas en el mundo, mi mamá decidió juntarse con tú papá. ¿Por qué?
—Siempre han estado obsesionados el uno con el otro —responde Lev, sin levantar la vista.
Lo miro fijo, queriendo atravesar esa muralla que tiene puesta.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Te lo dijo tu papá? ¿O escuchaste alguna vez a tus padres discutir? —le pregunto, hiriendo sin querer.
Lev se queda callado un momento. Puedo imaginarlo ahí, en su cabeza, reviviendo algo doloroso.
Pienso en lo poco que sé de ellos. De sus peleas, de lo que pasó cuando Claire apareció en sus vidas. Imagino a su mamá llorando, preguntándole si todavía ama a mi mamá. Debió ser doloroso para él mirar. Quiero preguntar pero ya tiene puesta esa cara de no quiero verte, menos hablarte.
Esa que usa cuándo se pone a la defensiva.
—Tu crees que...
No me deja terminar me corta sin más.
—Da igual lo que crea . Solo no me hables más. Está situación es exasperante, al igual que tú.
Me río con amargura.
—Bipolar —le digo—. Un día eres un idiota, otro día casi humano.
Lev se cruza de brazos y empieza a inflar el colchón con rabia. Puedo oler tristeza debajo de esa furia.
Me quedo ahí, con la toalla en las manos, tratando de ordenar mis pensamientos.
De repente el recuerdo de hace minutos me invade, cuando me cargó esa noche, en medio de todo el caos, se sintió real, liviano, más que en el hielo donde parece que le peso. Donde cada roce se siente como si estuviéramos a punto de estallar. Pero esa vez no, su piel rozó la mía al ajustar su cinturón, cerca, demasiado cerca. Y no hubo explosión, sino una calma que quema, que hace alberga dudas, y aprieta el pecho.
¿Que fue eso? ¿Por qué lo siento así?
—Te vas a quedar ahí parada inspeccionando. Vete ya, me tienes tenso.
Quiero escupirle alguna palabra fuerte. Pero no sale nada.
Silencio.
Saco la toalla y me dirijo al baño. Abro la ducha y me meto antes de que el agua caliente. Está helada, y hace mucho, mucho frío. Tanto que duele. Pero puedo soportar la sensación del hielo rompiéndome. Prefiero eso que sentir la calidez temporal de una sensación agradable que no va a quedarse.
Mientras el agua corre, dejo que mi mente se inunde de esos recuerdos que si quiero tener.
Recuerdo el beso de Daen, cómo se sintió en mis labios. Una mezcla de algo dulce y seguro. Sonrío con eso, aunque el peso en el pecho me aprieta más fuerte.
Luego recuerdo la cara de decepción de mi madre, el bofetón que aún me arde y abro aún más el agua helada. Porqué me duele hondo, me duele profundo.
Me abre una herida que creí cerrada: la ser despreciada por mi papá. Y me abre una nueva que me duele aún más: que mamá tampoco me elija.