Hielo y Fuego

10.

Capitulo 10

Lev

El auto olía a ambientador barato, de piña dulce y nauseabundo como el beso de Anya y Daen. El conductor no hablaba, lo cual agradecí.

Anya iba en el asiento de copiloto,mirando por la ventana como si el mundo afuera fuera más interesante que cualquier palabra.

Yo iba detrás.Callado. Tranquilo. Enterrado.

Había visto el beso.

Vi cómo se aferró a Daen, cómo se le encendió la cara como no lo había hecho en todo el partido.

Y no sentí nada.

O eso decidí. Porque si algo he aprendido, es esto: si no lo nombras, no existe.

Hay algo en Ella que me descontrola. Quizás. Un poco.

Pero no soy idiota.

Ni me permito estupideces.

Una estupidez es desear lo que no puedes tener.

Una estupidez es encariñarte con lo que no debe importarte.

Una estupidez es tener sentimientos por personas equivocadas. Como le pasó a mamá.

Así que yo elijo no sentir. Pero ella rompe todo siempre, y por eso odio a Anya.

No hablamos.

Perfecto.

Hasta que Anya, como siempre, necesitó romper el silencio.

—¿Por qué no volvimos en tú auto? —preguntó sin voltearse.

—Porque tomé —dije—. Y aunque no fuera gran cosa, no manejo con alcohol encima.

Responsabilidad. ¿Te suena?

Ella bufó.

—Lev el ejemplar. Qué sorpresa.

No respondí.

La canción que sonaba era suave, una voz femenina repitiendo algo sobre corazones rotos y caminos torcidos.

El tipo de letra que odio.

No por cursi.

Sino porque a veces es tan honesta que molesta.

Anya cruzó las piernas, movió el pie al ritmo de la música. Pero no podía quedarse callada.

—¿Vas a estar así toda la noche?

No respondí.

—¿Te molestó lo de Daen?

Mi mirada se mantuvo en el respaldo del asiento.

—¿Estás celoso?

Entonces hablé. Solo una palabra. Clara. Seca. Perfecta.

—No.

Ella giró levemente la cabeza. Lo noté en el espejo retrovisor.

—Podrías fingir que te importa —murmuró.

—Podrías fingir que no quieres provocarme —dije sin cambiar el tono.

Silencio.

Unos segundos. Luego más.

Ella no volvió a hablar.

Y yo me quedé mirando al frente, con el rostro impasible y el pecho tranquilo.

Demasiado tranquilo.

Como un lago que ya aprendió a tragarse las piedras sin hacer ruido.

---

Claire.

A veces pienso que el amor es un músculo que se atrofia si no se usa.

Pasé años tratando de olvidarme de cómo se sentía amar a Dmitri. Lo logré, o eso creí. Aprendí a querer a Max, a criar a Anya, a llenar mi vida con tareas, medallas y silencios. Y sin embargo, aquí estoy. En un sofá, con los pies fríos y el corazón torpe, viendo una película romántica demasiado mala como para admitirlo... y sintiendo que tengo diecisiete otra vez.

Dmitri está a mi lado. No dice nada, solo juega con mis dedos. No como antes, cuando los entrelazaba con seguridad. Ahora lo hace con torpeza, como si también estuviera recordando cómo era esto.

Él se ríe de un chiste estúpido en la película. Yo lo miro. Tiene esas arrugas nuevas en los ojos, marcas del tiempo que no pasamos juntos. Me dan ganas de besarlo. Así, sin más.

Me acerco.

Él también.

Ya casi...

Y entonces la puerta se abre.

—Dios —susurro, separándome como si me hubieran echado agua fría—. Han llegado temprano. Estoy... sorprendida.

Lev entra primero, seco como siempre. Anya detrás, lanzando la mochila como si la casa fuera una extensión del hielo.

—Mi padre vuelve a tener 16 —dice Lev, sin mirar a nadie—. Esto es patético.

—Jeje... no exageres —intenta Dmitri, incómodo—. Solo vemos una película. Además, ¿por qué llegaron tan temprano?

—Porque Lev no tiene sentido de la diversión —salta Anya, cruzándose de brazos—. Arruinó todo el partido. Se tomó muy en serio lo de ser el niñero. No pude ni beber una cerveza ni quedarme a celebrar la victoria.

—Fue un empate —responde Lev, sin levantar la voz—. Además, tú no tienes sentido de la responsabilidad. No esperaste ni un segundo para ir a meter tu lengua en la garganta de Daen.

—¡ANYA! —grito antes de poder detenerme.

Ella me lanza una mirada que conozco. Desafiante. Esa que heredó de mí, para mi desgracia.

—¿Qué? Tengo Casi 16, ya puedo tener un novio.

Suspiro y le contestó con voz firme.

—No, no puedes.

Lev suelta una risa sarcástica, se burla. Eso empeora la situación.

—Y tú —salta ella ahora, girándose hacia él con los puños apretados—, podrías contar que también tomaste una cerveza. ¿O vas a fingir que eso no pasó?

—Chicos... —intenta Dmitri, pero su voz se ahoga.

—Por eso mismo volvimos en Uber —añade Lev, más rápido—. Porque ella es una inmadura y yo, desde los once años, tengo que soportar todos sus caprichos.

—¿Ah sí? ¿Y yo qué? ¿No tengo que soportarte a ti? ¿Andar adivinándote todo el tiempo? —Lo empuja. Yo me enderezo—. ¡Eres insoportable!

—No me toques —dice él, y su voz es hielo puro.

No sé en qué momento me puse de pie. Siento el nudo en la garganta. Miro a Dmitri. Él está paralizado. Como si no supiera de qué lado ponerse.

—¡Anya, ya basta! —le digo, con esa voz que solo uso cuando sé que está a punto de pasar algo imperdonable.

Lev gira hacia Dmitri. Su voz cambia. Es más baja, más peligrosa.

—No la quiero en mi habitación.

—Lev... por favor. Ya lo habíamos hablado. Es solo por unos días. Hasta que termine de acondicionar el estudio.

—Dormiré en el sofá —interrumpe Anya, con los ojos brillando—. Me da igual. No quiero respirar el mismo oxígeno que este.

—Muy bien —responde él, dándole la espalda—. Al fin tomas una decisión sensata.

Silencio.

Un silencio espeso, de esos que solo dejan los adolescentes cuando entran y sacuden todo.

—Duerme en nuestra habitación. Mañana tendrása tuya lo prometo.

Dimitri se dirige a Anya. Lev aprieta el puño muy enojado. No le gusta la idea de Dimitri. Auna si no dice nada.




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