Hielo y Sombra - La guerra del norte

Capítulo 2

Dreysha - Castillo de Anakaris

 

 

El palacio real se parecía al de Itzoz, pero era indudablemente mucho más grande. Le habían asignado una habitación muy similar a la de su hogar. Aunque al principio se ilusionó pensando que su padre había hecho esto intencionalmente, algunos días después, cuando tuvo oportunidad de visitar otras estancias, notó que todas las habitaciones eran iguales.

 

Se sentía muy entusiasmada, solo faltaban dos días para el primer baile. El castillo se había llenado de invitados de distintas partes del mundo. Aunque su prometido aún no llegaba, confiaba en que le resultaría tan agradable como lo estaba siendo su viaje.

 

Hubiera deseado salir más y conocer a las personas que se alojaban allí, pero su cuarto estaba en el ala reservada al rey donde tenían un salón para la costura, uno para desayunar y almorzar, otro para cenar… suspiró pensando que era una prisionera de su título.

 

Miró el jardín por la ventana. Todas las mañanas los sirvientes quitaban la nieve que caía en las noches para que las flores quedaran a la vista. Imaginó que tal vez si bajaba hasta ahí en sombra, nadie lo notaría. Volteó a ver a su Nana que dormitaba en el sillón sobre su tejido.

 

Se dirigió a la puerta y la abrió con mucho sigilo y salió. Velozmente, recorrió los pasillos en sombra, esquivando los que estaban demasiado concurridos, hasta llegar al jardín, justo debajo de su ventana. Había allí hermosos tulipanes, rojos, naranjas y amarillos, bordeando tupidos setos, que formaban un semicírculo, acompañados de bancos de mármol tallado.

 

Se sentó allí y cerró los ojos levantando la cara al cielo para disfrutar del sol y del perfume del jardín. Quedó así unos minutos hasta que una voz suave y masculina la sobresaltó.

 

—Buenos días.

 

Saltó de su asiento, abriendo mucho los párpados hacia el lugar del que provenía la voz. En la entrada de aquel recodo del jardín, había de pie un hombre muy alto, más que cualquiera que hubiera conocido antes, su cuerpo se veía ancho con las gruesas pieles que lo cubrían. Sus ojos, del color del hielo, le hicieron saber que se trataba de un dragón. Tenía la piel blanca y su cabello era pálido, con algunos reflejos dorados. Lo llevaba largo, aunque no tanto como para tener que recogerlo. Su rostro parecía esculpido y duro, su nariz era recta y la mandíbula cuadrada se notaba recientemente rasurada. Pero sus labios ahora se veían suaves esbozando una sonrisa divertida.

 

—No quise asustarte—dijo al ver que ella no respondía.

 

—Lo siento—se disculpó.—Qué maleducada. Buenos días. La verdad es que me sorprendí—hablaba atolondradamente, se sentía muy tonta.

 

—Salí a tomar un poco de aire y te vi—explicó.—Yo también he sido imprudente, no pensé que pudiera molestarte mi compañía.

 

—No, no me molesta—dijo Dreysha.—Es solo que eres la primera persona que conozco aquí, que no es de mi familia.

 

—Oh, ¿y puedo saber quién es tu familia?

 

—Bueno… sí, yo… preferiría no hablar de ello.

 

—Pero seguramente podré saber tu nombre.

 

—Es... es... Alana—mintió pensando que aquel hombre se marcharía si supiera que era la princesa.

 

—Me llamo Praxius—ella ya había oído su nombre antes, en una conversación entre su padre y su hermano, pero no podía recordar lo que habían dicho.

 

—Es... Es un placer—respondió haciendo una estudiada y femenina reverencia.

 

—¿Por qué estás aquí sola?—Preguntó. Acostumbrado a dar órdenes, no se dio cuenta de que sonaba reprobatorio.—¿No tienes una nana?

 

—Me escapé—expresó.—Estaba cansada de estar encerrada y sola. Y deseaba aunque sea venir aquí a tomar sol. No pedí permiso porque sabía que se negarían—lo miró a los ojos de manera desafiante.—¿Vas a acusarme?

 

—No, lamento haber sonado así—dijo pasándose la mano por el cabello como si estuviera apenado.

 

—Entiendo—sonrió.—Yo también lamento haberte hablado así.

 

—¿Por qué no nos sentamos?—dijo él.

 

Tomaron asiento en el mismo banco en el que Dreysha estaba antes de que aquel dragón llegara. Cada uno en una punta del mármol, guardando el decoro.

 

—¿Hace mucho que llegaste?—Se animó a preguntar la joven.

 

—De hecho llegué en el mismo momento que tú, mi carruaje se detuvo detrás del tuyo.

 




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