Hielo y Sombra - La guerra del norte

Extra - Las hadas 2

Lidia — Ewen, al sur de Ga’Til

 

Para completar el terrible cuadro que había provocado, al llegar a la ciudad de Ewen, sobre el Océano Del Sur, supieron que aquella terrible maldición también había matado las hembras de los dragones de fuego. Esto hizo muy difícil convencerlos de permitir a las hadas descender a Ghina por la entrada que había en su territorio, pues en medio del dolor, los agresivos seres no estaban dispuestos a mediar conciliaciones con las causantes de su pérdida, más allá de las buenas intenciones que dijeran tener. Sin embargo, la reina Catanea, luego de varios días de conversaciones, obtuvo autorización de Bacco, el actual regente de los dragones para circular por su territorio.

 

— No se interpondran en nuestro camino — explicaba la reina, — pero tampoco nos prestarán ayuda.

 

— ¿Es decir que estamos a la deriva? — Preguntó Flavia.

 

— Es una manera suave de decirlo — continuó Catanea. — Lo bueno es que podemos pedir ayuda o contratar un guía entre los locales y si esa persona quiere colaborar con nosotras nadie se lo impedirá.

 

— Majestad, esto significa que el rey dragón piensa que nadie querrá ayudarnos — expresó Diamela con desánimo.

 

— Confío en que el Hálito Creador pondrá en nuestro camino a las personas indicadas.

 

— El Hálito ya nos ha abandonado — lloriqueó Eloína.

 

Lidia, por su parte, igual o más desanimada que las otras, mantenía silencio, sabiendo que no tenía nada bueno para aportar a la conversación, le parecía que con los comentarios de sus compañeras era más que suficiente.

 

— Eso no es así, ya cálmense — reprendió la regente. — Salgamos de este lugar — dijo refiriéndose a la posada en la que pernoctaban, — y recorran el pueblo en busca de un guía.

 

Sus palabras no daban lugar al oposición, por lo que todas se pusieron de pie y fueron saliendo de la pequeña habitación una a una.

 

***

 

Catanea — Ewen, al sur de Ga’Til

 

 

Al atardecer del segundo día, luego de haber recibido la autorización de Bacco, Catanea se encontraba en su habitación de la posada, considerando la posibilidad de emprender solas el viaje, puesto que no creía que nadie quisiera acompañarlas por lo profundo de la cueva de los dragones.

 

Habían recorrido el lugar e intentado hablar con los pobladores sin éxito, pues eran vistas como las portadoras de la calamidad. No sabía ni cómo les habían arrendado estas habitaciones, seguramente porque necesitaban del oro que las hadas traían.

 

Un suave golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento, y al mismo tiempo un aura mágica poderosa la sorprendió. Se acercó lentamente hasta la entrada, y al abrir tuvo que levantar la cabeza para observar a dos hombres allí parados, uno de ellos del cual emanaba una poderosa magia, era delgado y alto, con cabellos de plata y ojos color amatista, un elfo. El cayado que portaba delataba su condición de druida. Por su parte el acompañante, era un dragón de fuego, aún más alto que el elfo y de cuerpo robusto, de largos cabellos dorados y piel broncínea, sus ojos resplandecían como el llamaradas.

 

El druida se inclinó ante ella en un saludo reverente, mientras que él dragón solo inclinó la cabeza en una suerte de saludo que lo llevó a mirar hacia un lado, evidentemente disgustado.

 

— Majestad — habló suavemente el hombre de cabellos plateados.

 

— Ponte de pie, por favor — respondió, — el Hálito te bendiga.

 

— Gracias.

 

— ¿Qué te ha traído a mí?

 

— Majestad, hemos sabido de la desgracia acontecida en el norte y nuestro regente me ha autorizado a ponerme a vuestro servicio. Mi nombre es Kaíl.

 

— Eres bienvenido en nuestro grupo — respondió cortésmente incómoda por la presencia del dragón, el cual evidentemente estaba disgustado.

 

Catanea hizo una sonrisa sin mostrar los dientes y deslizó su vista hacia el acompañante del elfo, en una pregunta tácita sobre su presencia.

 

— Este es Kin, será nuestro guía — explicó Kaíl.

 

Kin realizó una suerte de gruñido que simulaba una afirmación o la reina así quiso interpretarlo.

 

Conversaron sobre los pormenores y puso al tanto a los hombres de lo sucedido y de los planes que tenían. El dragón resultó ser el chamán de la población, a ella le había parecido un guerrero al verlo, pero la verdad era que todos los pobladores del lugar presentaban aquellas características.

 

Acordaron emprender el viaje en la mañana.

 

 

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