Hija de cenizas

Capítulo 1 - El nombre maldito

AERYN

El cielo parecía cubierto de cenizas, como si el mundo estuviera atrapado entre una tormenta que nunca terminaba y el recuerdo de algo que ardió demasiado. Me senté en la parte trasera del carruaje, con las manos embarradas y los dedos cerrados con fuerza sobre mis rodillas.

Frente a mí, la Academia Draconis se alzaba como un monstruo dormido: torres oscuras, murallas eternas, fuego en el corazón. Era más imponente de lo que había imaginado. Y aun así, no retrocedí.

—No tienes que hacerlo —dijo el cochero con voz baja, sin atreverse a mirarme—. Aún puedes dar media vuelta.

No respondí. Solo bajé del carruaje, ajusté la capa sobre mis hombros y me obligué a caminar. Paso a paso, como si cada uno fuera una declaración de guerra al pasado.

Mi nombre...
Valemore.
Ese apellido maldito que había marcado mi vida desde que aprendí a hablar. Ese que muchos quisieron arrancarme a golpes, a gritos, a miradas. Y que yo hoy traía de regreso, grabado en tinta sobre mi solicitud de ingreso a la Academia más temida del Imperio.

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Cuatro días antes, mi vida era otra. O quizás no. Tal vez solo estaba esperando el momento correcto para cambiarla.

Vivía con mi tía desde que mi madre desapareció. Elyra Valemore. La traidora. La bruja. La mujer que, según todos, había cometido el peor crimen contra el Consejo de Dragones. Pero yo nunca creí del todo en esa versión. Porque no había cuerpo. No hubo juicio. Solo silencio.

Crecí con odio a mi alrededor. Nadie me enseñó a defenderme, pero aprendí igual. A golpes. A escondidas. Tragándome las lágrimas. Convirtiendo la rabia en escudo.

Y entonces la encontré.
Una carta. Oculta en una caja de madera bajo el suelo.
Su letra, temblorosa. Su mensaje, claro.

“Si alguna vez lees esto, significa que no pude volver. Aeryn, tú no eres como ellos. Tienes algo que no entienden, algo que deben temer. No dejes que mi nombre sea tu sombra. Hazlo tu fuego.”

Ahí supe lo que tenía que hacer.
Tomé lo poco que tenía. Me colé en un carromato. Y ahora, estoy aquí.

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Las puertas de la Academia se alzaban frente a mí como si quisieran aplastarme. Pero yo no me aparté. Un hombre salió a recibirme: alto, con el uniforme oscuro de los instructores y una mirada que decía que no le gustaba lo que veía.

—Nombre —dijo, seco.

—Aeryn Valemore —respondí sin dudar.

Silencio. Sentí las miradas clavarse en mí como cuchillas. Escuché un par de murmullos detrás, como si hubiera pronunciado una maldición.

El instructor me observó con detenimiento.
—¿Estás segura de querer usar ese apellido?

—Estoy segura de querer escribir uno nuevo.

Me sostuvo la mirada un segundo más, y luego anotó algo en su pergamino.
—Bienvenida a Draconis. Que los dragones tengan piedad de ti.

Piedad.
No vine a pedirla.

Yo vine a encenderlo todo.




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