AERYN
Si el exterior de la Academia Draconis parecía intimidante, el interior era otro mundo. Paredes de piedra negra con runas antiguas, techos tan altos que el eco de las pisadas parecía un rugido. Todo olía a poder, a secretos… a peligro.
Nos llevaron por un pasillo principal donde estatuas de antiguos jinetes de dragones nos observaban desde sus pedestales, como si juzgaran si éramos dignos de cruzar sus tierras sagradas. Yo no sabía si lo era. Pero ya no había vuelta atrás.
—¿Valemore, dijiste? —La voz de una chica me hizo girar.
Era alta, de piel oscura y ojos color dorado. Llevaba el uniforme de la Academia, pero lo usaba con arrogancia, como si hubiera nacido para ello.
—Sí —respondí, sin darle más.
—Tienes agallas al presentarte con ese nombre. —Me estudió de arriba abajo y luego sonrió de lado—. Me agradas.
—Genial. No vine a agradar.
Ella se rió. Fuerte. Libre.
—Me llamo Nyssa. Ven, antes de que te coman viva.
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El comedor principal era más grande que cualquier templo que hubiera visto. Había largas mesas de piedra, un techo encantado que mostraba el cielo real —gris, como siempre—, y estandartes de las cuatro casas: Ignis, Ventara, Silvara y Umbra.
—¿Cuál es tu casa? —pregunté, mientras tomábamos asiento.
—Silvara. Magia, conocimiento y secretos. Aunque mi dragón probablemente me quiera para Umbra —respondió con una sonrisa traviesa.
—¿Y si no te elige ninguno?
Me miró, y por un segundo no se burló.
—Entonces mueres.
Tragué saliva. El silencio entre nosotras lo dijo todo.
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Más tarde, nos guiaron a los dormitorios. Todo era frío, funcional. Nada era “hogar”. Solo piedra, metal y silencio.
Mientras los demás hablaban entre ellos, yo me senté en mi cama y saqué la carta de mi madre. La había leído mil veces, pero cada vez parecía más críptica. “Tienes algo que deben temer.” ¿Qué significaba eso? ¿Qué se suponía que tenía?
Mi habitación tenía una ventana pequeña desde la cual se veía una parte del campo de entrenamiento. Allá abajo, los dragones rugían. No los veía, pero los sentía. En el aire. En el pecho. En la sangre.
—No todos los dragones tienen alas —murmuré para mí misma—. Algunos solo esperan su momento para despertar.
Y yo… estaba lista para despertar.