Mi nombre es Victoria Jefferson, hija única de ambos padres, una estudiante más en el mundo, una simple adolescente, claro que no la típica puberta que solo piensa en tener novio, eso no es algo que me importe. Mi cabello rojo siempre ha llamado la atención, pero eso no está ni cerca de ser lo que realmente me hace especial; no digo que sea diferente porque lea, no salga a beber o esas idioteces que las chicas de todos los libros juveniles dicen. Esas son estupideces, ellas son simples mortales, y no hay nada que puedan hacer para cambiarlo.
"¿Por qué les dices así si tú también eres una humana?"
Porque no soy una humana, no soy una mortal, jamás podría serlo ni aunque quisiera —y no es que yo quiera serlo—. Yo soy una Hija Divina. No, no soy una semidiosa, en lo más mínimo. Nosotros somos aún más poderosos, podemos doblegar a la humanidad a nuestro antojo, si quisiéramos podríamos dominar al mundo, pero no vinimos a la tierra a hacer eso, de hecho vinimos a cuidarla, ese es nuestro propósito en el mundo. En lo personal me parece un propósito muy mediocre, para eso están los pocos semidioses que andan por ahí, nosotros deberíamos ser parte del Olimpo. Pero no, somos los putos guardianes de un mundo sin salvación.
¿Saben cuántas veces he tenido que luchar con un maldito cíclope solo para que no apuñale a un mortal? Es un trabajo bastante absurdo, lo peor es que ellos solo ven a un chico siendo golpeado por una pelirroja agresiva. Nunca hemos recibido un gracias, mucho menos el favor de algún dios, solo somos sus jodidos títeres. No les tengo rencor, pero tampoco me agradan, si fuera por mí viviría sin ligarme con ellos, pero le prometí a alguien terminar su trabajo, y yo soy una chica de palabra.
Los Hijos Divinos tenemos variedad, hay algunos que ni siquiera saben que lo son hasta que mueren y van al inframundo. Están los Hijos de Atenea, que son muy inteligentes, pero hay otros que su inteligencia es tanta que son capaces de usar el 98.9% de su cerebro, aún no sabemos qué tanto son capaces de hacer. También están los Hijos de Ares, que pueden aumentar tu adrenalina, tu ira o incluso tu fuerza, es como si fueran una fuente de poder infinita. Luego están los Hijos de Hades, esos son los más geniales, pueden invocar un ejército de muertos, pero no como zombies, sino en perfecto estado, como si nunca hubiesen muerto. Y así como ellos hay más, pero eso lo verán más adelante.
—¡Victoria, ven a comer! —me llama mamá desde abajo—. ¡Tu padre ya está aquí!
Y con esas 5 palabras ya me cagaron el día, lo último que quiero es ver a ese imbécil. Thomas Jefferson —algo irónico lo sé, pero mis abuelos eran muy fans de ese personaje histórico—, mi padre, es el ser más despreciable que pude conocer alguna vez. Cuando yo tenía apenas 6 años, llegó a la casa, totalmente ebrio y no llegó solo, llegó con una puta a la casa. Mi mamá le exigió que la sacara de su casa, pero mi padre la mandó a la mierda y se cogió a esa mujer frente a ella en su propia sala, y lo peor es que esa mujer no fue para nada silenciosa, me despertó y salí a la sala para ver qué pasaba, se imaginarán lo desagradable que fue ver a mi padre coger en mi sala frente a mi madre a mitad de la noche.
Después de aquella vez mi madre no lo perdonó, por más que él le rogó, le aseguró que no lo haría jamás, que solo fue porque estaba muy drogado, pero mi mamá se mantuvo firme y lo mandó a la mierda, igual que él a ella aquella noche. Desde ese día mi mamá se volvió mi heroína, no es fácil ver todo lo que vió y seguir adelante sin caer en el intento.
Resignada, me levanto de mi cama y camino hasta mi baño, me meto en la ducha y me baño rápidamente. Salgo de la ducha y comienzo a empacar algunas cosas para pasar el resto de la semana con Thomas, para luego meter todas las cosas que necesitaré hoy en la escuela. Me visto con una camisa a cuadros roja con negro, unos pantalones negros rotos y unas botas al estilo militar, luego busqué mi brazalete dorado y ya estaba lista para ver al hijo de puta que se hace llamar padre.
Baje de mi habitación en total silencio, al llegar al final de las escaleras veo a mi padre sentado en el mueble de la sala de estar; usando un traje negro que se veía ridículamente caro, zapatos mocasines negro y un reloj Casio adornando su muñeca. Lo ignoro por completo y paso directamente a la cocina, dónde está mi pelirroja madre sirviendo mi plato de desayuno. Preparó huevos revueltos, tostadas francesas y tocino, más zumo de naranja. Mi favorito. Suele hacer eso, preparar mi desayuno favorito como diciéndome:
«Lamento no haber podido ganar tú custodia completa.»
Cuando la realidad es que no es su culpa, mi padre había comprado al jurado y al abogado de mi madre para tener que compartir mi custodia, lo sé porque a pesar de todas las veces que regresé y traté de evitar que mi padre hiciera eso no podía. Siempre lograba comprarlos, no importa cuántas veces cambien al jurado, él siempre tiene dinero para comprarlos. Hasta que me di cuenta que habían cosas que no podía cambiar, hay personas que son capaces de todo solo por conseguir lo que ellos quieren.
Mamá me pasa mi plato y comienzo a comer en total silencio, hasta que mi querida madre decide molestarme un rato.
—¿Qué tal dormiste, Vicky? ¿Bien? —dice riéndose al ver mi cara.
Odio que me digan "Vicky", es el apodo que más detesto, el único apodo que tolero es el de "Vic", solo ese, y mi mamá lo sabe perfectamente. Le encanta sacarme de mis casillas, y por suerte a mi me encanta devolver los favores.
—Sí, muy bien. ¿Y tú, Erika? —es su nombre, pero detesta que no le diga «mamá» o «mami». Me mira divertida, lo hemos hecho tanto entre nosotras que ya no nos enfurece tanto cuando la otra lo dice.
—De maravilla.
—Lo mismo digo.
—¿Es necesario que tarden tanto? Tengo una junta dentro de media hora —habla el engendro que se encuentra en la sala.
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Editado: 11.06.2021