Lo recuerdo bien, desde siempre me había encantado observar el brillo de la luna y contemplar el cielo obscuro surcado de brillantes estrellas. Una noche, cuando aún me sentía humana, cuando aún podía ser dañada, cuando aún mi vida me pertenecía, decidí cometer el peor error que pueda existir. A mis 20 años estaba hambrienta de aventuras, me sentía frustrada por lo que veía en mi futuro, un día en especial quedó grabado en mi mente: 18 de noviembre de 1887, aquella tarde había tenido una severa pelea con mi madre. Ella, como siempre, hacía esfuerzos por convertirme en una dama de sociedad, yo por mi parte me mostraba reacia a el matrimonio que había arreglado para mí algunos años atrás, no quería casarme, no quería tener una familia, mis sueños estaban en otro lugar, yo quería viajar y conocer el mundo, sin embargo, ese día me dieron un ultimátum. Tendría que aceptar mi matrimonio a la fuerza. Me encerraron en mi habitación como si fuera una prisionera, a pesar de mis suplicas y llanto, nadie me hacía caso, a esa edad ya debería tener hijos, si seguía sin marido, nadie me querría y mi familia quedaría en la arruinada sin herederos, o al menos así lo veían ellos.
—Madeleine, por favor, déjame salir —le supliqué a una criada de la casa.
Ella me había acompañado desde que tengo memoria, pero ahora me había visto apartada de su lado, la veía por unos cuantos segundos al día cuando dejaba una bandeja de comida y una jarra de agua.
—Perdóneme mademoiselle —se excusaba—. Madame Ravenscroft lo dejó muy claro, quizá es hora de sentar cabeza... Aunque me duele verla así.
No pude dar respuesta, era peor que la muerte. Claro que nunca había estado expuesta a peligros como para saber lo que era tener cerca de la muerte.
Tres días pasaron hasta que decidí hacer algo. Tomé mi abrigo, y mientras abrochaba cada delicado botón, un millón de pensamientos se arremolinaban en mi cabeza; escaparía.
Aunque no sabía qué haría después ¿A dónde iría? No tenía dinero, ni ninguna pertenencia en realidad, todo era de mis padres. Pero poco me importó. Bajé como pude de aquel segundo piso desde mi balcón, rogué por que nadie me viera y la noche fuera lo suficientemente oscura para ocultarme. En lo alto brillaba la luna, tan pálida como siembre. Una vez fuera, corrí calle arriba, en una dirección conocida, a unas cuantas casas vivía un amigo, alguien que siempre me había apoyado. Muchas de las cosas que sabía era gracias a él y a los libros que me prestaba, seguro comprendería la razón de mi escape y me daría asilo por unos días. Esperanzada fije mi objetivo, sin darme cuenta de las sombras que me pisaban los talones. Unos metros antes de llegar a su puerta, me vi atraída hacia atrás, una mano me tapó la boca, mi corazón se aceleró y el miedo se apoderó de mí. Intenté gritar, pero fue en vano. Una pistola apuntaba a mi cabeza. Observé aterrorizada a dos hombres, uno me tenía sujeta y el otro revisaba mis pertenencias.
—Está vacía —gruñó uno de ellos—. No tiene nada valioso.
Forcejeaba para liberarme, pero era demasiado fuerte para contenerme.
—¿Seguro? Es una Ravenscroft, imagina cuánto pagaran por ella. Seremos ricos.
El otro rió a carcajadas, fue una carcajada tan fría que me heló la sangre.
—Es muy hermosa, quizá deberíamos quedárnosla.
Los dos intercambiaron miradas y después asintieron en señal de complicidad. Se me encogió el estomago, había empezado a llorar, intentaba suplicarles que me dejaran ir, les daría lo que fuera. Me arrastraron a un callejón obscuro. Por un momento la fuerza que ejercían en mí disminuyó y aproveché eso, golpeé a uno en la cara, no estoy muy segura de qué pasó después; se escuchó un disparo, sentí un ardor tremendo en el hombro y después pasos alejándose mientras yacía en el suelo y sentía como mi sangre brotaba esparciéndose a mi alrededor. De repente todo estaba frío, mis párpados pesaban toneladas, divisé un par de botas que se acercaban, pero todo se nubló a mi alrededor hasta quedar en plena obscuridad.
***
Desperté asustada, no sabía en dónde estaba. Me encontraba recostada en un sillón dentro de una elegante habitación, mi abrigo había desaparecido y mi herida había sido tratada, todo lo que quedaba era una venda en mi hombro y una gran mancha de sangre en mi vestido color esmeralda.
Frente a mí se encontraba una chica, vestía muy raro, llevaba pantalones ajustados y una especie de corsé. Su cabello era rojo como el rubí y ondulaba a su alrededor, estaba muy entretenida leyendo, pero en cuanto notó un leve movimiento de mi parte se giró en mi dirección.
—No me hagas daño, por favor —rogué.
Una amplia sonrisa se formo en su rostro, parecía que le divertía la situación, sin embargo en su mirada pude notar que se compadecía de mí.
—Tranquila, aquí estás a salvo, ella te ha elegido.