ESTRELLA De Lys.
Estrella nació durante una lluvia de meteoritos.
Su madre la sostuvo por primera vez bajo el cielo abierto, y juró que en sus ojos se reflejaban galaxias enteras.
Desde pequeña, Estrella no caminaba… flotaba.
Era frágil como una mariposa, pero dentro de ella había una energía que nadie podía explicar. A los tres años recitaba constelaciones. A los cinco, predecía eclipses. A los seis, soñó con una luna que le hablaba en un idioma hecho de luces.
Vivía con su padre, un astrónomo que se volvió loco el día que vio a su hija brillar —literalmente— bajo la luna llena. Desde entonces, él le temía, y ella se volvió más callada, más sola. Miraba las estrellas desde su ventana y les contaba secretos que ni siquiera entendía. Sabía que el cielo la escuchaba.
A diferencia de las demás, Estrella no sufrió una pérdida traumática. Su herida era más profunda: sentirse siempre fuera de lugar. Como si no perteneciera a este mundo. Como si fuera un error cósmico.
EL DESPERTAR.
Todo cambió la noche de su cumpleaños número 16.
La electricidad de la casa se fue sin razón. El cielo se tornó violeta. Y cuando miró su reflejo en el espejo, sus ojos eran negros… llenos de estrellas.
El aire crujía. Su cuerpo flotó levemente. Y una voz, suave como el universo, susurró:
"Tú eres la llave, Estrella. Eres la que abre. La que une. La que recuerda."
Al día siguiente, el cielo seguía turbio. Estrella sintió cómo las mareas respondían a su respiración. Y lo supo: ya no podía esconderse.
Era una Hija de la Luna.
Y el tiempo para brillar… o para caer, había comenzado.
EL EXTRAÑO.
Mientras caminaba por el borde de un lago una noche, buscando respuestas en las estrellas, lo vio.
Estaba allí. Sentado sobre una roca, con la cabeza inclinada hacia el cielo, dibujando mapas en la arena con los dedos. Un chico de cabello plateado y rostro melancólico. Su presencia no era fuego como los otros Hijos del Sol. Él era luz… pero fría, lejana. Casi… triste.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella con curiosidad.
Él no se sorprendió. La miró, como si ya la conociera.
—Estoy buscando respuestas en la luz. Pero parece que tú eres una de ellas.
Estrella se acercó. Podía sentir el dolor en su aura. No era odio. No era rabia.
Era soledad.
—¿Quién eres? —preguntó ella.
—Lucan.
—¿Un astrónomo?
—Algo parecido. Un Hijo del Sol… pero distinto a los demás.
Ella se sentó junto a él.
—¿Y qué ves en las estrellas?
Lucan la miró en silencio por unos segundos.
—Veo que estás destinada a romper las reglas. Y a cambiarlo todo.
Estrella sonrió.
—A veces, para que algo nuevo nazca… hay que romper el cielo primero.
La luna brilló con más fuerza. Y el lago reflejó dos figuras unidas por un hilo invisible, tejidas entre constelaciones y antiguos juramentos.