ELIAS SOLHART.
Elias nació con el sol en los ojos.
Desde su primer aliento, su piel ardía con un resplandor cálido. Las sacerdotisas dijeron que era una señal: el elegido. El niño forjado por Helios. El futuro líder de los Hijos del Sol.
Pero no hay luz sin sombra… y Elias lo supo desde muy joven.
Creció en la Fortaleza Solar, un templo escondido en lo alto de las Montañas del Fénix, donde solo los dignos eran entrenados. Sus días eran fuego, combate y disciplina. No conocía los juegos, ni las risas, ni los abrazos. Solo órdenes, estrategias… y advertencias:
"Las Hijas de la Luna son la amenaza. La oscuridad disfrazada de belleza. Si las encuentras… destrúyelas."
A los quince, quemó a su primer enemigo con un rayo solar convocado desde su palma. A los diecisiete, ya era comandante.
Pero a los dieciocho… empezó a dudar.
Porque aunque su fuego era inquebrantable, su alma comenzaba a enfriarse.
Veía la mirada vacía de sus soldados. Escuchaba los susurros sobre las visiones que tenían algunas noches. Soñaban con mujeres de ojos lunares y piel que brillaba en la oscuridad.
Y entonces, Elias también comenzó a ver… a Ella.
Una chica en sus sueños.
De cabello oscuro, mirada profunda y un aura que lo rodeaba como una marea.
No hablaban. Solo se miraban.
Pero cada vez que despertaba, el fuego en su pecho ardía más fuerte.
LA MISIÓN.
—Ha llegado el momento —le dijo el Gran Maestro, una figura encapuchada que nunca mostraba su rostro—. Debes encontrarlas. Antes de que despierten por completo.
Elias asintió. Sabía que hablaban de las Hijas de la Luna.
—¿Y si no son una amenaza? —preguntó por primera vez.
El Gran Maestro se giró lentamente.
—Entonces las destruirás por amor al equilibrio. El sol no negocia con la noche.
Esa noche, Elias partió solo. El mapa sagrado en su mano ardía con una dirección clara. Lo guiaba hacia un bosque. Un pueblo. Un tejado.
EL ENCUENTRO.
Luna Avelar estaba de pie sobre la cima de una colina cuando lo sintió.
No lo vio llegar. Lo sintió.
El aire cambió. El viento retrocedió. El fuego del mundo se detuvo un segundo.
Y entonces, él apareció.
Elias.
El sol caminando en forma humana.
Sus ojos se cruzaron.
Un instante.
Una eternidad.
Ninguno dijo nada.
Sus almas lo gritaban todo.
Luna dio un paso hacia él.
Elias no retrocedió, pero sus puños se cerraron con tensión.
—Tú… —susurró ella—. Eres real.
—Lo mismo pensé —respondió él, mirándola con una mezcla de odio, deseo… y miedo.
La tensión era eléctrica. Mágica. Peligrosa.
—¿Vienes a matarme? —preguntó Luna.
—No lo sé —admitió Elias, con la voz rota.
Ambos sabían que el destino acababa de poner en juego algo
más grande que ellos.
No era solo un encuentro.
Era el inicio de la guerra.