EL CAMPAMENTO.
La noche se asentó sobre las ruinas después de la batalla. El grupo había improvisado un campamento en un claro, con una fogata en el centro. El aire olía a humo y hierbas quemadas.
El silencio era pesado, roto solo por el crepitar del fuego y los suspiros cansados. Cada uno, a su manera, lidiaba con lo vivido.
Luna se mantenía de pie, vigilante, como si su propia respiración pudiera romper el equilibrio. Kael, sentado frente a ella, afilaba su cuchilla solar con movimientos meticulosos. Entre ambos había una tensión tan palpable como el brillo de sus armas.
—¿Vas a quedarte toda la noche en pie? —preguntó él sin mirarla.
—¿Y si lo hago? —replicó Luna con voz fría.
Kael soltó una risa breve, áspera.
—Entonces supongo que alguien tiene que enseñarte a descansar… aunque seas demasiado orgullosa para aceptarlo.
Ella apretó los labios, pero en el fondo sintió un calor extraño recorrerle el pecho.
SUSURROS ENTRE SOMBRAS.
Alma se había apartado del grupo, observando la luna reflejarse en un charco cercano. Elias la siguió, apoyándose contra un árbol, con su típica arrogancia.
—No deberías estar sola después de lo que vimos.
—¿Y qué harás tú si aparece otra criatura? ¿Salvarme otra vez para luego recordármelo eternamente? —Alma lo miró con calma, aunque su corazón latía rápido.
Elias sonrió, esa sonrisa que ocultaba más de lo que revelaba.
—Quizá. O quizá solo disfruto verte enojada… haces que todo se vea menos sombrío.
Por primera vez, Alma no supo qué contestar. Y Elias, que nunca se quedaba sin palabras, se descubrió mirando sus ojos más tiempo del necesario.
EL JUEGO DEL FUEGO.
Estrella estaba sentada cerca del fuego, jugando con una piedra que giraba entre sus dedos. Soren se acomodó a su lado, demasiado cerca.
—Podrías prenderle fuego a eso con solo pedírmelo —dijo él, con una sonrisa ladeada.
—Y tú podrías aprender a callarte por cinco minutos —respondió ella, sin mirarlo.
Soren soltó una carcajada baja. Pero entonces, en un impulso que ni él mismo entendió, tomó la piedra de su mano y la envolvió en una diminuta flama dorada, devolviéndosela sin quemaduras.
—Para que tengas una chispa del sol, aunque seas de la luna.
Estrella lo miró fijamente, sin bromear esta vez.
—No necesito nada de ti.
Pero cuando cerró el puño sobre la piedra aún tibia, su corazón no opinaba lo mismo.
UN ENCUENTRO PELIGROSO.
Más alejados, Violeta se había recostado contra una roca, observando la oscuridad. Sus sombras parecían moverse solas, como serpientes inquietas.
Lucan apareció frente a ella, con paso firme, cruzando los brazos.
—Tu magia es demasiado inestable. Si sigues dejándote consumir por ella, acabarás siendo peor que esas criaturas.
Violeta arqueó una ceja, divertida.
—¿Y tú qué sabes de inestabilidad, sol brillante? No todo es control ni fuerza bruta.
Lucan se inclinó, quedando a su altura, con los ojos dorados ardiendo.
—Sé lo suficiente como para reconocer a alguien que camina sobre la línea del abismo.
Violeta lo sostuvo la mirada, y por un instante ninguno de los dos habló. El silencio estaba cargado de algo mucho más peligroso que el odio: deseo disfrazado de desafío.
LA CONEXIÓN.
Cuando la fogata se fue apagando, ninguno de ellos dormía realmente.
Luna sintió la mirada de Kael, Alma el calor de Elias, Estrella el roce invisible de Soren, y Violeta el ardor de Lucan.
Todos entendieron lo mismo: lo que había nacido esa noche no era simple enemistad, ni simple alianza.
Era algo más fuerte, más incontrolable… tan inevitable como el ciclo entre el día y la noche.