Hijo de la Luna

Capítulo 1

“Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darás cuenta de lo especial que eres para mí.” 

—Frida Kahlo.

 

 

 

— Cuando vuelva, quiero ver el aula impecable, ¿entiende, joven O’Neill? —El hombre lo observaba con una mirada firme a través de sus ojos opacos desde el marco de la puerta del salón de artes.

—Sí, señor —Exclamó con la pereza y el fastidio mezclado en su voz, rodó los ojos y miro al mayor con una ceja enarcada. El hombre de cabellos platinados suspiró con cansancio y resignación, le dedicó una última mirada al joven dentro del aula antes de darse media vuelta e irse en dirección a su respectiva oficina.

Tomó la cubeta que se encontraba en el suelo junto a unos escritorios y remojó un trapo en el agua con jabón que había adentro. Esperó a que su profesor se alejara del lugar y cuando estuvo seguro de que ya no iba a volver en un rato, dejó caer las cosas en el suelo y se sentó en una de las sillas del aula para luego sacar su celular del bolsillo delantero de su pantalón y revisar sus notificaciones. 

Esa tarde había sido castigado por serle “imprudente” a la profesora de cálculo III, pero él no tenía la culpa, su profesora no lo dejaba en paz en ningún momento, siempre lo incitaba a responder aun así el no supiera la respuesta. La clase de esa mañana le había hecho más preguntas que a cualquiera, es como si tuviera algo contra él, le había insistido tanto con las mismas preguntas que no aguanto más y le dijo todas sus verdades a la cara. Esa señora se tenía bien merecido lo que le dijo y muchas cosas más. Esa vieja ya debería estar cien metros bajo tierra, tenía como mil años y ella todavía no se jubilaba. Él mismo se iba a encargar de que la echaran de la universidad, sería como una jubilación adelantada, sería como un favor tanto para ella como para los estudiantes. 

El castigo que le habían impuesto consistía en que limpiara todo el salón de artes plásticas que estaba ubicado en la facultad de bellas artes que hay en la universidad. Tenía que cerciorarse de que no hubiera ninguna mancha de pintura ni en las paredes ni en el suelo y que todo estuviera bien organizado y en su lugar correspondiente. Él no iba a hacer nada de eso, le parecía una total pérdida de tiempo y energía. Entiéndanlo, no ordenaba su cuarto, ahora limpiaría un salón de la universidad. Lo bueno de todo el asunto era que no podían dejarlo en la universidad hasta después de las ocho así que solo se iba a quedar ahí, jugando y chateando en su celular hasta que dieran las ocho y podría irse, no podían decirle nada, él tenía derecho a irse y no podían obligarlo a quedarse después de aquella hora. No le importaba si le ponían problema, no era nada relevante para él. Su madre era de las mayores inversionistas que tenía la universidad y si se atrevían a expulsarlo, perderían una de las mayores fuentes de dinero que sostenían la institución, así que, técnicamente, no podían hacerle nada. 

Sonrió de medio lado con sorna y le escribió a su novia, Carol, algún que otro mensaje.

 El cielo ya se encontraba oscuro y nublado, el gélido aire golpeaba contra las copas de los arboles dejando a la deriva a aquellas hojas que volaban por las densas corriente de aire hacia ningún lugar  determinado. La luna, desde su perspectiva, se veía  un poco cubierta por las nubes, alejando toda luz brillante del cielo estrellado.

Escuchó unos fuertes ruidos provenientes del exterior del aula pero no le prestó mayor atención, debía de ser el señor Ramírez caminando por los pasillos, yendo hacia donde él se encontraba, seguramente  para cerciorarse de que cumpliera con su castigo. Casi nadie estaba en la universidad pasadas las siete de la noche, si mucho algunos pocos profesores que se quedaban hasta tarde revisando exámenes o diversos documentos, así que no habían muchas opciones. Tampoco es como que le diera demasiada importancia, no debía de ser nada relevante. 

De un momento para otro la oscuridad se hizo presente, de manera tan repentina que perdió el equilibrio y cayó al suelo, con un estruendo, por el susto. Sus ojos se acostumbraron a la sorpresiva oscuridad de la habitación, llegando a ver las ligeras sombras que se escurrían por la estancia, bailando un vals tenebroso por la llegada penumbra. Las oscuras nubes de la noche descubrieron la brillante luz del astro perlino, dejándose ver las delicadas partículas de aire y desterrando a sombría negrura que acechaba el lugar.

— ¿Pero qué…? —Murmuró con el rostro ceniciento siendo iluminado por la delicada luminiscencia que entraba por la ventana. Se levantó del suelo con dificultad, sintiendo un dolor agudo en la baja de la espalda. Trató de apaciguar el dolor ocasionado por el golpe recibido por la caída dando leves caricias en la zona. Escuchó pasos provenientes del exterior del salón, se acercó de manera pausada hasta la puerta, tratando de evitar todos los objetos que le pudieran provocarle alguna lesión, como alguna mesa o silla— ¿Profesor Ramírez? —preguntó, con la voz algo temblorosa, asomándose por la puerta de la estancia, logró ver una sombra caminando por el pasillo, acercándose hasta donde él se encontraba— ¿Qué sucede? ¿Acaso esta basura de universidad no tiene el presupuesto para conseguir buenas luces? ¿En qué se gastan el dinero que les brinda mi madre? —Frunció el ceño y lo miró de forma despectiva— ¿sabe qué? Olvídelo. Ella se enterará de esto, a ver si así deja de regalarles dinero para que lo gasten en porquerías como los clubes de teatro, música y arte.




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