Hill's Mortem: Requiem For The Flaming Sword

The Phantom Agony

—Una vez un viejo brujo me  contó que el tiempo era relativo, un fenómeno natural cuyo flujo podía ser cambiado, tomando las vías adecuadas, eso decía… — relataba la guerrera al estar presente en una situación abrumadora.

Erina se encontraba con Relgon, ambos eran testigos de como un ejército de cadáveres andaban sobre un enorme tesoro, en medio del salón se imponía una torre, un extraño fuego nacía de ese lugar y se extendía por diferentes áreas del lugar, los muertos corrían al origen con armas en mano, el sonido era dominado por el choque de las monedas de oro bajo los pútridos guerreros, junto los gemidos de las anómalas criaturas.

—No llegué a entender sus palabras, pensaba que eran solo disparates para impresionar a una joven, pero ahora… — Erina temblaba ante la siniestra presencia de los no muertos.

—No puede ser… nosotros estábamos bajando… bajando a las mazmorras… — el líder del grupo parecía que se quebraría en cualquier momento, llevando sus manos a la cara.

—¿El tiempo a sido torcido? — musitó la mujer, el hombre alcanzo a oírla.

—¡No! ¡No puede ser! ¡Ningún mago ni hechicero a sido capaz de lograr algo así..! — gritaba llenó de pavor y negación, al ver el gran número de muertos vivientes.

Los cadáveres escucharon los gritos del hombre, sin dudar un grupo de quince muertos fueron dónde los vivos.

—¡¿Qué es este lugar?! — con temor y resignación levantó su arma, lista para defenderse.

Horas antes, el grupo se adentraba en el castillo esmeralda, el interior estaba impecable, muebles, sillas, cuadros de hermosas pinturas y armaduras en cada pasillo.

—Es un sitio muy amplio — la desanimada voz de Sablon hacia eco en el interior del castillo.

—Separémonos — propuso Lermin sin mucho pensar — si alguien termina ayuda al resto.

—Me agrada tu idea — aceptaba Relgon, miro a su grupo — Lermin y Erina buscarán en este nivel, Dimos en los niveles superiores y Sablon vendrás conmigo a la mazmorra.

—¿Estas seguro? ¿Dejaras a Dimos solo? — renegaba como de costumbre.

—Sera un trabajo pesado allá abajo, les dará el tiempo suficiente para revisar hasta la última habitación — contestaba sin tener ánimos para discutir con el guerrero hablador, este acepto de mala gana.

Erina y Lermin inspeccionaron el primer piso, solo encontraron muebles y las relucientes armaduras plateadas, hasta llegar a la biblioteca, estaba repleta de libros, pero algo les llamo la atención, un libro estaba abierto sobre una mesa, ambos se miraron insólitos.

—Esto es raro.. todo el lugar está impecable, sin rastro de suciedad y luego esto.. — miraba incrédulo el libro.

—¿Crees que fue uno de nuestros hombres? — pregunto al no sentir la presencia de alguna persona.

—No, solo tres personas saben leer en el grupo, el Barón Eastwood, tu padre y tú — una extraña atmosfera los rodeaba. 
La guerrera tomo el libro, leyó el título de este.

“Memorias de Lord Walter de Hill’s Mortem” 
 


—No creo que nadie le prestaría atención a esta clase de libros — se burló, dejándolo en la mesa.

—Todo esta sumido en el silencio, el eterno hogar de la muerte — el guerrero tenía un mal presentimiento.

—Siento que debemos temer a lo imperceptible para nuestros ojos — sin darse cuenta detrás de ellos el libro levito, volviendo al anaquel perteneciente.

—Yo creo que eres muy fácil de asustar, un lugar tan solitario y lúgubre es suficiente para que el guerrero Lermin se reduzca a un niño cobarde —  el hombre prefería la presencia de Sablon.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡¿Acaso no sientes está aura siniestra?! ¡Algo aquí no es normal! — Erina le miraba con pena, tras su arrebato.

—Iré ayudar a Dimos, cuando te serenes acompáñanos — luego de esto dejo atrás a Lermin, el cual se sentía devastado por la humillación.

—¡¿Por qué?! ¡Si estoy seguro que ella también lo sintió..! — se repetía a si mismo, pero lo comprendió al pensarlo detenidamente — ella.. ella lo notó, fue por eso que prefirió irse, solo no puede aceptarlo..

Una luz brillo en el fondo de la biblioteca, Lermin toma su arma y va a encontrarse con la misteriosa luminosidad, en la biblioteca bajo la temperatura, la piel del guerrero se enchino.

—¡Quien está allí! ¡Identifícate! — ordenó intentando ignorar el miedo, pero al verlo, su piel se arrugó y perdió su brillo, su cabello negro quedó blanco, incluso su cuerpo perdía fuerzas, el hombre había envejecido.

Carente de fuerzas Lermin cayó de espaldas, intentaba alejarse de aquella temible visión, pero sabía que quitarle la vista de encima era demasiado peligroso. 
Una espectral mano se aproxima al hombre y la luz desaparece, dejando la biblioteca vacía. 
Erina llegó con Dimos en los niveles superiores, ambos revisaban diferentes habitaciones, encontraban únicamente muebles, estatuas y cuadros de gente con gestos de tristeza andando por largos pasillos siniestros.

—¿Quién tenía tan mal gusto? — pregunto al notar la gran cantidad de cuadros con las mismas características.

—La gente rica suele ser extraña — la respuesta de Dimos tomo por sorpresa a Erina, la cual dio un brinco por el susto — Parece no haber nada que nos ayude contra el enemigo, creo..

El metálico sonido de unas cadenas alarmó al dúo, el ruido venía del pasillo, ellos seguían en la habitación, preparados con sus armas.

—Seguramente es Lermin — dijo con calma la guerrera.

Abrió la puerta con seguridad y del otro lado de la puerta apareció un cuerpo carcomido, con el vientre abierto y las entrañas de fuera, en sus piernas yacían las cadenas que en algún momento lo sujetaban a una pared, su tono de piel era de un verde putrefacto, uno de sus ojos estaba pálido y miraba de lado opuesto al otro, el cual miraba atentó a los guerreros, una de sus deterioradas manos sostenía una daga, la criatura maltrecha se arrojó sobre Erina, un grito le siguió y el forcejeo comenzó.




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