Hill's Mortem: Requiem For The Flaming Sword

The Flaming Sword

—Las runas del apóstol, son cinco objetos mágicos de grandes dotes, en mi infancia siempre escuchaba cuentos sobre ellos, la runa del penitente, con la insólita habilidad del castigo eterno y ahora frente a mi yace otro, la runa del engaño — se decía a sí mismo el mago, mientras era atraído hacia el jinete, como una polilla a la luz — su poder no esta liberado a su totalidad debido a que su dueño no es un usuario mágico, si lo fuera todos incluso un mago como yo caería bajo su complejo poder.

El jinete se percatado del encapuchado, este último extendía sus manos al hombre montado, un escalofrío recorrió la espalda del guerrero al ver cómo el hombre parecía inmune ante el poder de la runa de Solomon y su apariencia cansada solo brindaba un mayor desagradó.

—¡Joder! ¡Aléjate! — bramó atacando con su lanza en su desesperación.

—Dame la run… — fue callado por la lanza que atravesó su boca, sus ojos que brillaban con gran anhelo se apagaron y en su ocaso fue testigo de su vida.

—La verdad es un hecho absoluto dividido en tres, debes tener esto siempre en mente Sam — le enseñaba un hombre calvo en un sitio repleto de libros.

—¿Pero eso que tiene que ver con el círculo de fuerza vital? — el pequeño solía cuestionar a su maestro, esto no le caía en gracia — me estabas hablando de cómo todos los usuarios de magia estamos conectados a este eterno ciclo de poder sin fin y ahora..

—Tu pequeño Sam eres alguien bendecido por las voluntades de tus vidas pasadas — cambio el tema abruptamente logrando callar a su aprendiz — esto significa que tienes el conocimiento intuitivo de esas vidas, por ello aprendes a gran velocidad y podría apostar que también es el motivo por el cual eres un usuario mágico.

Sam notó que tenía más cosas que contar sobre el así que se negó a hablar.

—Pero también significa que tú tienes la carga de esas almas, ellas intentarán guiarte por su propio sendero, limitando tu propia vista — eso hizo preocupar a Sam — por eso intento hablarte del circuito de la fuerza vital, la serpiente que se muerde a si misma, en ella van nuestras almas y claro una porción de otra, en raros casos sucede lo que a ti, ellos intentan enmendar sus errores en tu vida, resultando que no hayas vivido tu propia vida.

—¿Qué puedo hacer? — pregunto angustiado.

—Busca la gran verdad, aquella que está en mi verdad, en tu verdad y en la verdad de los terceros.

—Tus palabras me hacen notar un llamado al viaje, pero temo sea más largo que mi tiempo.

—El viaje suele iniciar en uno mismo y usualmente la satisfacción se logra encontrar en la travesía y no en la meta.

Tras el pasar de los años Sam logro convertirse en un mago y al sentirse preparando comenzó su viaje, conociendo a varias personas, diferentes lugares, fue testigo de la aparición de más magos, los cuatro fundadores de la orden de magos.

—Me gustaría que te nos unieras alguien tan hábil sería de mucha ayuda— lo invitaba a su proyecto.

—Su idea de crear un lugar para los magos no está mal — decía el joven adulto recordando como su vida fue difícil antes de ser descubierto por su maestro — pero conociendo a los humanos buscarán conseguir algo de nosotros, terminaríamos siendo solo un arma para los nobles y reyes.

—Intentaremos llegar a un acuerdo, el mundo está sumido en caos y si nosotros podemos proteger a los débiles…

—No existe seres más débiles que los niños.. ¡Y serán soldados! ¡Serán obligados a pelear por la humanidad! ¡Entregando sus cuerpos y vidas sin dudar! ¡Y lo peor es que pensaran que está bien!

—Sam me duele escuchar eso de ti, pero tu oscura visión jamás ocurrirá, cuando lo veas ven con nosotros — le pidió el extraordinario mago, dejando solo al preocupado mago.

La guerrera acabo tiempo después, Sam se enteró que los magos lograron conseguir un castillo en la capital, donde llamaban a todo usuario de magia para convertirlo en mago, con los años próspero y el mago errante se unió a la orden, pero una nueva guerra explotó radicada de las criaturas del cielo, seres inmunes a la magia, siendo este el motivo de la casi extinción de los magos, quienes fueron los primeros en notar la ventaja del enemigo, jóvenes e incluso niños fueron llamados al campo de batalla, donde vieron su final, Sam quedó devastado, llenó de odio y resentimiento por sus compañeros y los humanos optó por abandonar la orden, intentando encontrar la paz.

—Han pasado años y décadas de mis errores, pero no puedo aliviar este dolor, incluso el viaje que inicie no he podido llegar al final — se lamentaba el ahora hombre y bastante desaliñado Sam.

El desierto donde decidió ir a purgar sus pecados había oscurecido su piel, junto con la misma magia del mago, sus pensamientos eran cada vez más turbios con cada mes que pasaba en el inhóspito lugar.

—Si este camino es el que yo mismo escogí hubiera preferido seguir a algún otra de mis vidas pasadas.. yo dejé que cientos de vidas fueran sacrificadas, yo ayude aún sabiendo que solo podía acabar de está forma y aún ahora la guerra continúa — miraba con impotencia sus manos, estás temblaban sabiendo que no era capaz de cambiar su realidad.

Un día mientras vagaba por el extenso desierto tropezó con algo, su curiosidad lo llevo a desenterrarlo, era una tableta antigua, sus letras talladas en la piedra apenas eran legibles ante el desgaste de la erosión, en ella hablaba de unas runas antiguas, las primeras hechas por un forjador de nombre Arteo, estás runas primigenias otorgaban poder y maldición, pero sobretodo daban una segunda oportunidad, al menos así lo veía Sam. Bajo el dañado texto habían cinco ranuras redondas y solo una tenía un objeto tallado, el mago retiro el objeto redondo, en el instante que lo hizo la piedra se desmoronó.

—Realmente es cierto.. ¡Las runas del apóstol existen..! — en su mente se armaba un plan, el cual le hizo volver el brillo en su mirada — si los obtengo todos podré lograr todos los caminos, no tendré que seguir en este viaje de dolor y lamento. ¡Viviré libre de ataduras y lamentos!




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