—¡No sé distraigan! ¡Todos permanezcan en los muros! ¡Defiendan! — Eastwood organizaba a sus escasos guerreros, no sentía necesidad de defender la puerta gracias a Erina, quien blandía la espada llameante contra el enemigo — el resto está en tus manos Ernes.
—¡Solomon! ¡He cumplido con mi misión! ¡Y yo..! — bramaba Stone Mage intentando evitar entrar al castillo.
—Si, pero dudo que puedas pasar entre esos hombres — se refería a los hombres que aparecieron repentinamente en el campo de batalla, pero este le hablaba sin dirigirle la mirada — si quieres protección, quédate a mi lado.
—¡A donde te diriges es el lugar más peligroso, ni mi magia es capaz de someterla! — intentaba convencer al osado guerrero.
—Lo sé, es un lugar desconocido para hombres de conocimiento, un sitio donde las almas son torturadas constantemente, el descanso no existe y es donde el destino me a mandado para darle paz al alma de mi madre — el valiente hombre saca de su bolsa una pequeña flauta de madera con varios grabados — si estoy en lo cierto no necesitaremos pasar sus puertas, solo llegar con esa mujer.
Ernes apareció bajando por el muro deshecho, dando un fin a la charla del mago y el hombre.
—¡Solomon! ¡Llegó el momento de responder a mi duelo! — Ernes se interponía en el camino del hombre pelón.
—No veo la cabeza de Eastwood, yo no creo poder aceptar tu duelo — contesto Solomon sin deseo de perder más su tiempo.
—Si así lo quieres — saco una espada y tomo otra de un cadáver en la cercanía — ¡No te dejaré pasar!
—Si, así siempre fui, siempre quise que todos me notarán. ¡Solo deseo el reconocimiento! — por un instante vino a su mente la espalda de un hombre del pasado — ¿Ardían? ¿Por qué ahora vienes a mi? ¿Es por Eastwood?
Hace más de veinticinco años atrás, el niño Ernes vagaba por las calles, chocando intencionalmente contra las demás personas.
—Me dan pena, ni siquiera se dan cuenta que un mocoso les arrebata su oro — se burlaba Ernes en un callejón repleto de basura con una gran bolsa repleta con su botín.
—Sabes, tú eres el que da pena niño — una inesperada voz alarmó al pequeño, el origen venía del fondo del callejón.
Se trataba de un hombre en sus veintitantos, tenía su melena negra alborotada, portaba una pechera, la cual no pudo impedir que la camisa blanca se manchara la noche pasada, predominaba en él un aroma a alcohol; Ernes se puso en guardia ya había tenido experiencia con atracos a mano armada, pero está vez no dejaría su botín.
—¡Oye! ¡Oye! ¡Tranquilo! — levantó los brazos el hombre en un intento de mostrarse lo menos amenazante posible, pero solo hizo notar las dagas que tenía en su cintura.
—¡No me engañaras! — replicó Ernes sacando un pequeña daga oxidada.
—¡No! ¡No niño! ¡Yo no quiero tu dinero! ¡Yo solo soy un mercenario! — el pequeño dudo pero al no ver ninguna acción en su contra bajo su arma — si que has tenido una vida de mierda.
—La vida es una mierda, no importa donde uno nazca — esbozo la criatura resentida.
—En muchos casos, pero uno suele tener alternativas, uno decide la clase de mierda que será para el mundo — la mirada de Ernes solo parecía tener desagradó y pesar, pero podía comprender de lo que hablaba — si sigues en ese camino terminarás muerto.
—¡¿Qué se supone que haga?! ¿Solo irme a qué me traten como burro en el campo? ¡Sería lo mismo a ser un esclavo! ¡Un niño sin familia no vale nada para el mundo! — gritaba cansado de dicha realidad — ¡Es como si todos me culparan de ser un huérfano! ¡Yo no quise que mi familia muriera por esas estúpidas guerras!
—La guerra es la máxima bestia del ser humano, una cosa imparable que quema todo a su alrededor, alimentándose de carne y sangre, con un solo fin lo material y tristemente esto es único de nosotros, solo los humanos solemos ser corruptos — el mercenario parecía saber de lo que hablaba, en su rostro se reflejaba la crudeza de actos atroces, tras un breve silencio continuó sin ese aire desolado — deberías ser un aventurero, el reconocimiento lo es todo en este mundo, puedes acabar siendo patrocinado por algún lord. Tu vida estaría asegurada.
Sus palabras inquietaron al niño.
—Lo pensaré — respondió aún indeciso — pero me gustaría volver a verte.
—Claro, práctico en las afueras de la villa — se incorporo con una pequeña sonrisa por la buena noche embriagante — soy Ardían ¿Cuál era tu nombre?
—Soy Ernes.
A partir de entonces el niño frecuentaba al mercenario, este último siempre con un hedor a la bebida, Ernes aprendía a usar diferentes armas y dónde atacar para siempre tener la ventaja, el mercenario siempre observaba al niño, siempre dolido. En ocasiones Ardían se ausentaba días y hasta semanas en sus misiones, cada que volvía tenía un mayor pesar en su mirada, solo la bebida aliviaba su dolor, poco a poco el niño se percatado de ello.
Un día el pequeño se atrevió a preguntarle, luego de haber practicado.
—¿Por qué sigues siendo un mercenario? Te he visto como te hace sufrir — su pregunta molesto al hombre.
—Yo respeto tus decisiones, por ello no te he reprendido o cuestionado de tus continuos robos — respondió a la defensiva, cosa que extraño al pequeño Ernes.
—Perdón, solo quería ayudarte — respondió dejando el arma de lado.
—¡¿Tu?! ¿Ayudándome a mi? — minimizaba al niño, parecía disfrutar de su superioridad, el pequeño sorprendido y por el respeto tenido por Ardían calló, el mercenario lo miro despectivo — creo que he sido demasiado indulgente contigo, en una verdadera pelea el oponente no solo usará su arma para vencer. ¡Levanta el arma!
Atemorizado hizo caso de la orden, enseguida fue arremetido por la espada de su inestable maestro, el fuerte impacto casi logra hacer que se golpeara con el filo de su propia espada, obligándolo a usar ambas manos, estás apenas podían resistir la poder de uno de los brazos de Ardían, Ernes conecto con su mirada solo para verse abrumado por ella, tenía una expresión que nunca antes le había mostrado pero conocía bien, fue visto como basura, como una peste intolerable, el niño flaqueo, no esperaba recibir tal trato de alguien quien apreciaba y admiraba, tristemente el castigo apenas comenzaba, recibió un golpe en la boca del estómago y de una patada cayó al suelo.