Historia de fantasia

Capitulo cinco: El niño, la dragona y la hechicera

La puerta de la pequeña cabaña se abrió con un suave crujido, y el aroma a hierbas, incienso y libros viejos salió flotando hacia el exterior como un golpe de magia densa. Helena frunció el ceño apenas cruzar el umbral, con los brazos cruzados, observando cada rincón con desconfianza.

¿Y esta es la famosa hechicera? Vive en un arbol gigante y huele a sopa de ratas viejo... genial.

Del interior surgió una figura femenina, joven pero con una mirada demasiado viva como para pertenecer a una chica común. Pelirroja como una fogata descontrolada, con ojos anaranjados y un sombrero exageradamente grande que casi rozaba el marco de la puerta.

—¡William, regre...! —Beatriz abrió los ojos con entusiasmo, pero se detuvo al ver a Helena detrás de él—. Oh. Vaya. Trajiste compañía.

Helena la escaneó de pies a cabeza. Mismo tipo de cuerpo. Misma altura. Ojos igual de brillantes que los míos. Excelente, una competencia de egos.

William levantó la mano con una sonrisa nerviosa.

—Eh... hola Bea. Eh... tenemos un pequeño... problemita mágico.

Beatriz se acercó como una ráfaga. Su mirada se clavó en Helena.

—¿Es la dragona?

—¿Qué te hace pensar eso? —dijo Helena en seco.

—El aura. El fuego en tu aliento. Y que eres cornuda —respondió Beatriz sin inmutarse.

Helena rodó los ojos.

—Encantadora.

William intervino rápidamente.

—Beatriz, necesitamos tu ayuda. La poción que me diste… la usé. En ella.

Beatriz parpadeó.

—¿La experimental? ¿La de emergencia? ¿La que te advertí que tenía un efecto permanente?

Helena se giró lentamente hacia William.

—¿Qué dijo? —preguntó con una sonrisa tensa y una vena palpitándole en la sien.

William levantó ambas manos, retrocediendo un paso.

—¡No recordaba el efecto exacto! ¡Pero la usé bien! Más o menos… ¡Y la situación era muy, muy de emergencia!

Beatriz se llevó la mano a la frente, suspirando con un aire casi divertido.

—Esa poción, querida dragona, altera los lazos emocionales. No controla la mente, pero influye... profundamente. Si William puso un pelo suyo y una gota de sangre… entonces tú estás conectada a él. Para siempre.

Silencio era todo lo que se oyo despues...

Helena se giró hacia William, con fuego en los ojos —literalmente, pequeñas chispas comenzaron a brillar en sus pupilas.

—¿Para... Siempre?

—Técnicamente sí —añadió Beatriz—. Aunque se puede "reorientar" si trabajamos el vínculo. Con... entrenamiento.

William sonrió muy, muy débilmente.

—¿Entrenamiento suena bien?

Helena cruzó los brazos, con el ceño fruncido.

—Más te vale que entrenemos. Porque si voy a estar conectada contigo de por vida... vas a necesitar aprender a correr muy, muy rápido.

Beatriz no pudo evitar reír suavemente.

—Bueno, parece que tenemos mucho por hacer.

Beatriz se apoyó contra una mesa cubierta de frascos burbujeantes y cristales resplandecientes. Mientras observaba a William con los brazos cruzados, alzó una ceja inquisitiva.

—Entonces… ¿la tienes?

William asintió, y metió la mano en su capa. Con cuidado, sacó la esfera dorada, aún cubierta por una ligera capa de polvo de la cueva. El objeto brilló tenuemente bajo la luz del interior de la cabaña, irradiando una calidez casi viva.

—Por supuesto que sí —dijo William, y la extendió hacia ella.

Beatriz la tomó, y sus ojos se iluminaron con una mezcla de satisfacción y… genuino respeto.

—Vaya. Escapaste de una dragona salvaje, bajaste una montaña helada, sobreviviste a una persecución aérea, y encima llegaste entero. Me sorprende. Y eso que pareces un niño de cumpleaños.

Helena resopló desde el fondo.

—No lo halagues mucho, que se lo empieza a creer.

—Lo sé —respondió Beatriz con una sonrisa traviesa—. Pero no deja de ser impresionante.

Dejó la esfera sobre una plataforma rúnica y esta empezó a girar lentamente por sí sola.

—Eso significa que tu prueba está oficialmente cumplida. No todos los días un aprendiz regresa vivo de Solaz. Menos aún con todas partes de su cuerpo y sin estar parcialmente carbonizado.

Helena levantó una ceja.

—Por poco.

Beatriz le guiñó un ojo.

—Detalles técnicos. Pero un trato es un trato. Te ayudaré, William. Vamos a entender ese poder tuyo y ese vínculo nuevo y... encantador con tu amiga escamosa.

—¡No es...! —empezó William, pero se interrumpió, alzando una mano rápidamente—. Espera. Antes de cualquier entrenamiento... hay algo que tenés que saber.

Beatriz se volvió seria al instante.

William bajó la mirada por un momento y luego la alzó con firmeza.

—Nos atacó alguien. No algo. Un espía del Ojo Rojo. Me encontró en el valle. Conjuró sombras. Usó magia negra. Iba por mí. Dijo que no podía seguir escapando.

Beatriz entrecerró los ojos, su tono ligero desvaneciéndose.

—El Ojo Rojo... así que ya están aquí.

Silencio.

Incluso Helena, que había mantenido su expresión desafiante hasta ese momento, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Algo se había movido en la sombra más allá del bosque.

Beatriz guardó silencio por unos segundos tras escuchar el nombre “Ojo Rojo”. Luego se giró lentamente, se quitó su enorme sombrero —algo que Helena notó como un gesto inusualmente solemne— y lo dejó sobre una mesa atiborrada de libros viejos y frascos brillantes.

—El Ojo Rojo… no es un simple culto —dijo finalmente, mirando a ambos con seriedad—. Es una orden antigua, fanática, obsesionada con el control absoluto de la magia... y especialmente con los que tienen un poder que no comprenden.

William se tensó ligeramente.

—Como yo…

Beatriz asintió.

—Como vos. Y muchos antes que vos. Pero la diferencia es que su actual líder… es un verdadero monstruo. —Hizo una pausa—. Lo llaman Lord Madness, y créanme… el nombre no es poético.




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