Desperté esta mañana con una sensación inigualable en el alma, era como una especie de susurro de que todo había salido como debía y además había una promesa en el aire de un mejor porvenir. Braulio ya no estaba a mi lado en la cama; él, quien se había convertido en el centro de mi universo y mi auténtico salvador, ya estaba en pie. Desde el instante en que apareció ante mis ojos, supe que lo amaría, aunque en ese momento no lo comprendiera del todo.
Al bajar las escaleras, lo encontré en la cocina, preparando café. Su sonrisa, cálida y reconfortante, me hizo sentir en casa.
—Buenos días, amor —dije, acercándome para darle un abrazo.
—Buenos días, preciosa —respondió Braulio, devolviendo el gesto con ternura—. ¿Dormiste bien?
Asentí, mientras inhalaba el aroma del café recién hecho.
—Sí, desperté con una sensación de que todo va a salir bien —respondí, sintiendo cómo la tranquilidad se asentaba en mi pecho.
Braulio me miró a los ojos, su expresión reflejaba la misma certeza.
—Sabes, yo también lo siento así. Hoy es un día especial. —dijo, con una chispa de emoción en su mirada.
Me senté a la mesa mientras él servía el café. No podía dejar de admirarlo, preguntándome cómo había sido tan afortunada de encontrar a alguien como él.
Braulio representaba mi pilar inquebrantable, la elección más acertada de mi vida, mi confidente y la esencia misma de mi existencia. Tenía el porte de un hombre fuerte y varonil, con una mandíbula marcada y unos ojos penetrantes que siempre parecían estar analizando todo a su alrededor. Su cabello oscuro y cuidadosamente peinado reflejaba una personalidad meticulosa, mientras que su barba bien cuidada añadía un toque de madurez y seriedad a su semblante.
A pesar de su apariencia algo seria y reservada, Braulio poseía un corazón noble y un sentido del humor que solo los más cercanos llegaban a conocer. Sus manos, firmes y cálidas, eran el símbolo de su constante apoyo y protección. Cada vez que me miraba, podía sentir la profundidad de su amor y el compromiso inquebrantable que tenía hacia nuestra relación.
—Te amo, Braulio —murmuré, sintiendo la sinceridad de cada palabra.
Él se inclinó y me besó suavemente en la frente.
—Y yo a ti, más de lo que jamás podrías imaginar —respondió, con su voz llena de amor y promesas.
Esa mañana, mientras preparaba el café, noté la manera en que su camisa ajustada resaltaba sus hombros anchos y su espalda fuerte. Aunque Braulio no era el tipo de hombre que hablaba mucho, cada palabra que decía estaba llena de significado y propósito.
Mientras saboreaba el café recién hecho, recordé la magia de la noche anterior.
—El concierto de anoche fue increíble —dije, la emoción aún era palpable en mi voz—. No puedo creer lo bien que salió todo.
Braulio sonrió, asintiendo.
—Fue fantástico, cariño. La energía en la sala, la conexión con el público... todo fue perfecto. Sabía que sería un éxito.
Me sentí agradecida por su apoyo constante, era uno de los motivos por el que estaba tan enamorada de él.
—No hubiera sido lo mismo sin ti —le dije, agradecida.
Braulio tomó mi mano y la apretó suavemente.
—Siempre estaré a tu lado, en cada paso de tu camino —respondió con firmeza.
Después de acabar mi café, un deseo insaciable de comérmelo se apoderó de mi control. La mesa de la cocina, fue el soporte perfecto para sentir toda su fuerza descargarse en mi. Mientras Braulio se desprendía de su camisa, pude notar las perfectas líneas que marcaban su abdomen y sus pectorales, encendiéndome más. Lo despojé de sus bóxers negros notando la dureza de su intimidad.
Con una precisión casi ritual, abrió mis extremidades inferiores y entró en mi. Cada movimiento que hacía parecía cuidadosamente calculado para hacerme llegar a una explosión orgásmica. Solo me recuerdo gimiendo como nunca y que alcancé a decirle:
—Amor, hazme un bebé.
Después de acabar, subí a mi habitación, pasé al baño y entré en la ducha. La calidez del agua envolvía mi cuerpo, me sentía plena y feliz, como si la vida me estuviera sonriendo en cada aspecto. El agua tibia era un bálsamo delicioso que relajaba cada músculo, me quedé debajo de la ducha por un buen rato, dejando que mis pensamientos fluyeran libremente.
Pensé en Braulio, en su sonrisa tranquilizadora y su presencia inquebrantable. Pensé en la música, ese refugio constante que siempre me había acompañado. Y pensé en la película que querían hacer sobre mi vida, un reflejo de los sueños y desafíos que había enfrentado. Todo parecía alinearse perfectamente, como si el universo estuviera conspirando a mi favor.
Al salir de la ducha, me envolví en una toalla blanca de terciopelo y encendí la secadora de cabello. Las suaves ráfagas de aire caliente acariciaban mi cabello húmedo mientras me perdía en mis pensamientos. De repente, un sonido familiar rompió la quietud: el insistente timbre de mi teléfono celular. Sin perder un segundo, corrí a contestarlo. Una vez más, era Antonio.
—¡Sofía! —exclamó con entusiasmo—. ¿Te gustaría almorzar conmigo hoy? Quisiera afinar algunos detalles sobre la entrevista que tendrás con Linda Roma.
Mi mente se llenó de emoción al escuchar su propuesta.
—¡Claro, Antonio! —respondí con una sonrisa—. Pero llevaré a Braulio. Quiero darle la noticia sobre la película.
—Perfecto, Sofía —dijo Antonio con entusiasmo—. Nos veremos entonces en el restaurante La Brisa a las 12:30. Estoy seguro de que Linda Roma estará muy interesada en tu historia y tus proyectos futuros.
—¡Genial, Antonio! —respondí, sintiendo la emoción crecer dentro de mí—. Braulio y yo estaremos allí a tiempo. No puedo esperar para compartir todas las novedades contigo.
Colgué el teléfono con una sonrisa en el rostro, emocionada por la oportunidad que se me presentaba. Braulio entró en la habitación en ese momento, notando mi entusiasmo.
—¿Quién era? —preguntó, con curiosidad.
Editado: 13.12.2024