Historia de una Cantante

CAPÍTULO 4: MI AMADA CACHITA

Finalmente, había llegado el día que tanto esperaba; ese momento anhelado se materializó ante mí. Era el instante de mi primer encuentro en persona con Linda Roma. Mi corazón latía con fuerza y la ansiedad se mezclaba con un nerviosismo palpable. Linda, una mujer que imponía respeto con su sola presencia, había dejado una fuerte impresión en mí desde nuestro primer contacto. A pesar de nuestra previa interacción, no podía evitar sentir esa mezcla de emoción e inquietud.

Linda había escogido un restaurante realmente elegante para nuestro encuentro. Al entrar, me recibió un aroma sutil a flores frescas y especias delicadas. Las paredes estaban adornadas con cuadros impresionistas, y una luz cálida emanaba de hermosas lámparas colgantes, creando un ambiente íntimo y acogedor. Me condujeron a una mesa situada en un rincón tranquilo, con ventanales que ofrecían una vista panorámica del jardín exterior, donde el follaje verde y las flores en plena floración componían un cuadro natural digno de una pintura.

Mientras me preparaba para el encuentro, repasaba mentalmente todo lo que sabía sobre ella. Su reputación precedía cada uno de sus pasos, y yo ansiaba estar a la altura de la situación. Al llegar al lugar de la cita, observé cada detalle del entorno, buscando tranquilidad en lo familiar.

Linda apareció en el umbral, su presencia llenó la habitación de inmediato. Su porte elegante y su mirada firme me hicieron sentir un breve temblor en el alma. Con una sonrisa serena, extendí la mano para saludarla, intentando proyectar la confianza que aún luchaba por encontrar dentro de mí.

—Hola, Linda. Es un placer finalmente conocerte en persona —dije, tratando de mantener la voz estable.

Ella me observó por un momento que pareció eterno antes de responder con una sonrisa que suavizaba su figura imponente.

—Igualmente, me alegra que finalmente tengamos esta oportunidad —respondió con amabilidad.

Nos sentamos en la mesa reservada, y el murmullo del ambiente nos envolvió, creando una atmósfera más íntima y propicia para la conversación.

Linda era la encarnación de la elegancia y la serenidad. Su presencia irradiaba una calma majestuosa, como la brisa suave que acaricia los campos de lavanda al atardecer. Cada uno de sus movimientos, perfectamente calculados y gráciles, dejaba tras de sí un rastro de sofisticación. Sus ojos verdes, profundos y expresivos, reflejaban una sabiduría serena, como si hubiesen contemplado los misterios más profundos del universo.

Su estatura media se complementaba perfectamente con su esbelta figura, realzada por un vestido de seda en tono marfil que caía suavemente hasta sus tobillos. Los finos pliegues del tejido se movían con cada paso, reflejando delicadamente la luz cálida del entorno. Su cabello, una cascada de ondas castañas, caía libremente sobre sus hombros, enmarcando un rostro de rasgos suaves pero definidos.

Unos discretos pendientes de perlas adornaban sus orejas, añadiendo un toque de elegancia clásica. Completaba su atuendo con unos zapatos de tacón bajo en tono nude, que le conferían una postura aún más erguida y segura. Una ligera fragancia floral la rodeaba, dejando tras de sí un rastro sutil y encantador. Linda no solo era una figura imponente por su reputación, sino que su apariencia y porte en ese día particular reforzaban la sensación de estar en presencia de alguien verdaderamente especial.

Extrajo de su bolso un bolígrafo elegante, una pequeña libreta de cuero y una grabadora digital, colocándolos cuidadosamente sobre la mesa. Levantó la vista, esbozó una sonrisa cálida y, mirándome directamente a los ojos, dijo con voz serena:

—¿Te parece si comenzamos?

Asentí con una mezcla de emoción y nerviosismo. La atmósfera en el restaurante, con su luz cálida y el murmullo tranquilo de los comensales, se volvía el escenario perfecto para esta conversación.

Linda, tomó una ligera respiración antes de formular su primera pregunta. Sus ojos brillaban con una curiosidad genuina, reflejando su interés por las profundidades de mi arte.

—Dime Sofía Fe, ¿cómo definirías tu propia música y en qué te inspiras para crearla?

Me tomé un momento para organizar mis pensamientos, sintiendo la importancia de sus palabras resonar en mí. Al fin, respondí:

—Siempre he visto mi música como un reflejo de mi alma, una combinación de experiencias personales, emociones intensas y las historias de aquellos que me rodean. Es un viaje a través de mis sentimientos más profundos, encapsulado en melodías y letras. Me inspiro en la vida cotidiana, en los pequeños detalles que, a menudo, pasan desapercibidos pero que llevan consigo una carga emocional increíble. Desde la risa de un niño hasta el susurro del viento entre los árboles, todo puede ser una chispa creativa para mí.

Linda Roma sonrió, asintiendo lentamente mientras escribía en su libreta. Sentí que había captado algo esencial con mi respuesta, y su aprobación silenciosa me animó a continuar.

—La música es mi manera de conectar con el mundo y de expresar lo que a veces las palabras no pueden. Es una extensión de mi ser, un puente hacia las emociones más puras y sinceras. Cada canción es una parte de mi historia, y espero que, al compartirla, pueda tocar el corazón de quienes la escuchen.

Linda asintió y, con la misma calidez en su voz, continuó:

—Necesitaba saber cómo definías tu música para comprender la esencia de Sofía Fe. Ahora me gustaría conocer sobre tus inicios.

Hice una pausa, observando la expresión de Linda que reflejaba un interés genuino. Ella continuaba escribiendo en su libreta, atenta a cada palabra de la historia que empezaré a relatar, la historia de mi vida, la historia de una cantante…

La felicidad que irradiaban Paco y Magdalena el día de su boda iluminaba cada rincón de la ciudad donde nací. Por cierto, llegué a este mundo en una diminuta urbe, oculta en el corazón del país, lejos, muy lejos, de la bulliciosa capital.




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