Historia De Una Prostituta

RESIDENCIAS

El despertador sonaba fuertemente. Lo apague. ¡Demonios! Por primera vez en mucho tiempo no me quería levantar. Hoy comenzaba mi residencia para obtener mi título médico. Este día lo odiare siempre, maldita la hora en que sorteamos los nosocomios, tengo que soportar a los ancianos durante un año. ¡Maldición!

Me metí a bañar, papá me esperaba en la cocina con el desayuno listo.

-Hoy es tu primer día de residencias Chaparro, sé que te irá muy bien

-Eso espero –dije con una media sonrisa

-¿Qué pasa?

-Pa… sabes que no me agradan los ancianos, nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que tienen

-Poco a poco te acostumbraras, a veces son las personas que más saben

-Pero no de medicina

-Pero si de la vida –dijo mi padre sonriendo

Desayune rápido, aunque no quería llegar al hospital debía de hacerlo, no quería que mi calificación se viera afectada por mi impuntualidad.

Llegué al hospital cinco minutos antes de la hora acordada. Un lugar grande, un edificio de tres pisos lo conforman así como un enorme jardín con bancas dispersas, a más de parecer nosocomio parece una casa de descanso.

Baje del auto y con lo primero que me encuentro es con un policía, anciano también ¿qué podrá hacer este hombre en caso de una emergencia?, nada seguramente, los ancianos son torpes, solo son un estorbo en las familias y por eso los vienen a dejar a los hospitales en donde los residentes de medicina como yo debemos velar por su salud.

-No puede estacionar su auto ahí joven –dijo el anciano sacándome de mis pensamientos, una sonrisa se dibujó en su rostro.

-¿Por qué?

-Sólo personal del hospital

Anciano tenía que ser, ¿qué no me veía?, soy un médico, bueno un estudiante de medicina, visto de blanco y llevo una bata médica con el nombre de la escuela bordado en el costado del brazo izquierdo, suspiré.

-Soy residente de medicina general, trabajaré aquí durante un año.

-¡Ah! De los residentes, veamos –saco una lista del bolsillo de su pantalón -¿Nombre?

-Omar Iván Montero Carvajal

-¿Medicina General?

-Sí

-Perfecto –saco una pluma y escribió algo en la hoja

-¿Ya puedo pasar?

-Sí joven, adelante, esta es su casa, o al menos lo será durante un año.

Trate de sonreír, su broma no me agradaba, junto con él tendría que soportar a más ancianos; me acomode al hombro mi portafolio. Caminé dejando atrás a aquel anciano policía, corbo por los años sesenta o quizá setenta, las canas ya cubrían su cabeza, sus ojos color gris transmitían tranquilidad, sus labios eran delgados, las arrugas no hacían falta, su rostro con cara de Bull Dog imponía, apenas le quedaba para su trabajo, aunque el viejo parecía ser entusiasta, era solo eso… un viejo.

Tome el pasillo que me llevaría directamente a la recepción, ese hospital ya lo conocía, fuimos al inicio de la carrera, dos o quizá tres días de prácticas, camine rápido, esa conversación con el anciano me había quitado valiosos minutos. Llegue a la sala de espera, ya estaban ahí dos compañeros más, para variar no había podido quedarme con mis amigos de clase. Saqué el celular y escribí un mensaje a mi padre “He llegado al hospital” lo envié, apenas escribía otro para desearle a mis amigos suerte pero se presentó ante nosotros una enfermera, aproximadamente media 1.50 m, de tez blanca y ojos azules, cabello rojo, guapa muy guapa, su pantalón blanco se amoldaba a un cuerpo perfecto, caderas prominentes, nalgas perfectas y senos… uf… sus senos eran dos grandes montañas que prometían el paraíso.

-¿Residentes?

-Sí –contestamos al unísono

-Síganme

A donde quieras, pensé; caminamos detrás de ella, yo aún llevaba el teléfono en la mano, veía como paso a paso sus hermosas nalgas me invitaban a seguirla, algún día tendría que llevármela a la cama, iba tan absorto en las caderas de la enfermera que no me di cuenta que iba una chica corriendo; chocamos, mi celular salió volando y le siguieron varios hojas y unos libros.

-¡Maldición! –dijo la chica agachándose e intentando levantar todo lo que se había caído, la enfermera y mis compañeros se detuvieron.




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