Levanto la mirada. Estoy sentada en una habitación, yo sola. No entiendo nada. Miro a mi alrededor, buscando respuestas.
La habitación es blanca. Tiene ventanas en cada una de sus paredes. Me siento en el hábitat de un animal en el zoológico, pero afuera no hay nadie. Estoy solo yo y la habitación.
Me levanto y empiezo a recorrer la habitación. Toco las paredes. Son muy ásperas. Trato de encontrar una manera de abrir las ventanas, pero no la hay. Están incrustadas en la pared. Observo el techo que está como a unos tres metros de mí. Hay una escotilla. Por ahí debe entrar el aire, porque el resto de la habitación esta completamente sellada.
No se cómo fue que llegue aquí. Nisiquiera hay una puerta por la que me podrían haber metido. Pero no importa. No me gusta estar aquí. No quiero estar aquí. Necesito salir. Ahora.
Mi respiración se agita. Noto que el corazón me late cada vez mas deprisa. Me empiezo a desesperar. Tomo aire para gritar con todas mis fuerzas, con la esperanza de que alguien me escuche y pueda ayudarme, pero ningún sonido sale de mi boca. Nada. Ni un quejido. Sigo intentando, pero sin tener éxito. Me dirijo hacia una de las ventanas y empiezo a golpearla. Tal vez alguien escuche los golpes.
De repente escucho una voz. Me giro y hay alguien detrás de la ventada de la pared de enfrente. Corro hacia allí con una esperanza que se desvaneció tan rápido como llegó. La persona no está feliz. Me grita, me insulta, y por mas que yo trato de defenderme sigo sin poder emitir sonido.
Minutos después otra persona aparece en otra ventana. También parece enojada. Me habla sobre la decepción que le causé, me hecha la culpa de las cosas malas que pasan entre nosotros. Pero me cuesta entenderle porque la primera persona sigue hablando como si lo escuchara, como si estuviésemos hablando solo nosotros dos. Incluso después de que me alejé. Una tercera persona aparece con el mismo enojo, pero diferentes quejas sobre mí. Los tres gritan al unísono, y aunque sé que es en vano yo trato de hablar y explicarles que las cosas no son como ellos creen. Trato de disculparme, pero nadie me oye.
Y así siguen llegando más y más personas. Todos conocidos. Familiares y amigos cercanos. Todos gritándome todas las cosas que odian de mí. Echándome la culpa de todo. Diciéndome que los hago enojar, que no pongo de mi parte en la relación, que esperaban más de mí, haciéndome sentir culpable. Todos tienen algo para decir, pero ninguno está dispuesto a escuchar.
Es muy raro darme cuenta de que mi prioridad dejó de ser salir de allí y se convirtió en tratar de que todos dejen de gritarme, de que todos me perdonen por las cosas malas que había hecho, aunque nisiquiera supiera si de verdad me había equivocado. Yo solo quiero paz. Es lo que más anhelo.
Dejo de intentar hablar. Miro a mi alrededor. Me calmo. Me tomo el tiempo de mirar a cada uno a los ojos, algunos llenos de desprecio, otros empapados en lágrimas, otros reflejando la decepción mas pura que hubiera visto jamás. No sabía que los ojos podían trasmitir tantas cosas. Decido volver a sentarme en el centro de la habitación. Me cubro el rostro con las manos. No puedo evitar llorar. Susurro “perdón” varias veces, aunque nisiquiera yo sea capaz de oírlo.
Pero no… mi llanto no es por los gritos o por estar encerrada aquí. Lloro porque no soy capaz de explicarles el por qué de mis acciones. No logro hacerles entender que no hago las cosas con mala intención. Lloro porque mi corazón me dice que no hice nada malo, pero ellos hacen que mi mente crea que yo tengo la culpa de todo. Que soy una mala persona. Que no me esfuerzo lo suficiente.
Ya no sé que mas hacer. Soy una persona como todos los demás. Cometo errores, y a veces mas seguido de lo que me gustaría. Pero no parecen estar dispuestos a escuchar y mucho menos a entender. Todos me culpan, hacen que me sienta mal conmigo misma y me convencen de que ellos hacen las cosas bien y yo no.
Me recuesto. Cierro mis ojos y tapo mis oídos, tratando de hacer que las voces se escuchen al menos un poco más lejanas, pero no sirve de mucho. Estoy atrapada, a la vista de miles de personas que amo pero que solo parecen estar dispuestas a señalarme con un dedo acusador.
Me siento incomprendida. Frustrada. Vacía. Agobiada. Sola.