Abro los ojos. Miro a mi alrededor para entender qué está pasando. Me encuentro caminando con un grupo de personas conformado por amigos y familia. No sé hacia dónde vamos, pero en mi interior siento que no me importa, porque estamos todos juntos. Estoy rodeada de personas a las que amo y que me aman. Sigo caminando con ellos, charlando y riendo. Todo está bien. Estoy feliz. Estoy segura. Estoy en paz.
Luego de unas horas noto que una persona que no conozco se une al grupo, a la vez que entabla una conversación con una integrante de mi familia. Ambos ríen, se toman de las manos y cuando menos me lo espero, esa otra persona empieza a caminar como uno más de nosotros. A nadie parece importarle que se haya unido, de hecho, todos lo quieren y parecen felices por la nueva pareja. No entiendo por qué yo no, pero escondo mi insatisfacción y continúo caminando. No quiero ser la mala del cuento.
Pasan las horas y más personas se van uniendo al grupo, tomando de la mano a su respectiva pareja, y a mí cada vez me cuesta mas ocultar mi incomodidad. Los que no caminan de la mano se la pasan hablando de los que sí, elogiándolos y sintiéndose felices por ellos. Mis intentos de cambiar de tema son cada vez mas evidentes. No sé cuánto tiempo más voy a poder ocultar esto que siento, que nisiquiera se bien lo que es. ¿Será tristeza? ¿enojo?... ¿celos? Como sea que se llame este sentimiento quiero que desaparezca.
De repente noto algo que me perturba. Estoy al final del grupo, ya no camino con ellos sino detrás de ellos. Y para empeorarlo todos están tomados de la mano con alguien, todos excepto yo. No se si mis pasos son mas lentos o los suyos más rápidos, pero lentamente me voy quedando atrás, mas y mas lejos del grupo. Algunos se dan vuelta y me hacen señas con las manos para que avance, para que me apresure a alcanzarlos, pero no puedo. Noto que me cuesta cada vez mas caminar. Mis pies parecen estar unidos a bolsas de arena que se hacen mas grandes y mas pesada con cada paso.
Y llegó el momento. El instante tan temido y el que me he estado esforzando por retrasar. No puedo avanzar más. No puedo moverme. Estoy como unida al suelo. El resto del grupo sigue avanzando hasta desaparecer de mi vista por el horizonte. Estoy sola. Estancada.
Pero de repente miro hacia atrás y veo que alguien viene. Lo saludo y me responde. Se acerca a mi para darme un beso en la mejilla, sonreírme… y seguir su camino. No entiendo que ocurre o por qué no me ayudó, pero trato de no preguntármelo. Lo ignoro y dejo que siga su camino. Minutos después dos personas más aparecen y hacen exactamente lo mismo. Ellos avanzan hasta desaparecer en el horizonte igual que mi grupo y yo sigo sin poder moverme.
Pasa casi una hora hasta que una cuarta persona aparece a mi lado. Me toma de la mano e intenta ayudarme a avanzar. Con mucho esfuerzo logro dar algunos penosos pasos. Respiro de forma agitada, es más difícil de lo que parece. Suelto su mano por unos segundos, para apoyar las mías sobre mis rodillas e intentar recobrar el aire. Pero cuando levanto la mirada veo como la persona comienza a caminar, alejándose de mí. Dejándome nuevamente sola. Creí que quería ayudarme, pero solo me ilusionó. Trato de convencerme de que no me afecta, de que no importa. Pero no estoy tan segura de que sea verdad.
Me canso de esperar y me siento en el suelo. Rodeo mis piernas con mis brazos, miro hacia abajo y trato de no llorar. Como siempre, intento reprimir mis sentimientos, de esconderlos, aunque nadie me esté viendo. Pero es demasiado difícil, tanto que algunas lagrimas logran escapar de mis ojos y mojar el frio suelo.
Oigo una respiración agitada cerca de mí. Levanto la mirada y veo a mi perra sentada frente a mí, con su lengua fuera. Es algo gracioso. Parece como si sonriera. Luego acerca su húmedo hocico hacia mí, me huele y finalmente lame mi cara, limpiando mis lágrimas. Río un poco. Siempre me da cosquillas cuando hace eso. Finalmente, la rodeo con mis brazos, hundo mi cara en su cuello y logro sacar en forma de llanto todo el dolor que tenía reprimido. Ella se queda quieta. No parece importarle que le moje el pelaje o que la abrace con fuerza. Solo se mantiene ahí, a mi lado, inmóvil. Ella siempre fue la única a la que no temía esconderle mi dolor, porque no me siento juzgada, no me siento apenada de mostrarle cómo me siento. Y con la única acción de quedarse ahí conmigo y no moverse logró transmitirme el mensaje mas sincero de todos: te amo y jamás te dejaré sola.