Creo que todos conocemos o tenemos a una persona venenosa en nuestras vidas. Esa persona que simplemente te hace mal, la que te hace pasar mas momentos malos que buenos. Esa persona a la que te has cuestionado si realmente quieres, si te afectaría negativamente si el día de mañana desaparece de la faz de la tierra. Pero el problema está cuando esa persona no es un enemigo y no es alguien ajeno a ti. Tampoco es una pareja o un amigo de quien podrías alejarte para que deje de hacerte mal. ¿Qué ocurre cuando es un miembro de tu familia? Alguien de quien no te puedes alejar porque… no lo sé… tal vez convives con él o te ves obligado a verlo seguido por la razón que sea. ¿Qué se debe hacer en esos casos?
Con el tiempo notas que lo que más duele no es el mal que te hace esa persona, sino el no poder hacer nada al respecto; el ver como no solo te lastima a ti sino a otros seres queridos y saber que no puedes hacer nada porque ya lo has intentado todo y algo dentro de ti dice que es en vano seguir intentando. O tal vez terminas aferrándote a la definición que Einstein le dio a la locura: “hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes” y simplemente no quieres volverte loco.
Hay días en que te hace sentir tan mal que no puedes negar que al menos por un segundo la idea de hacerle daño físico cruzó tu mente. Luego decides que ese es un extremo al que no te conviene llegar y piensas en decirle cosas hirientes, pero recuerdas que ya lo has hecho y aquel ser humano pareció no escuchar lo que estabas diciéndole o simplemente te escuchó y no le afectó en lo más mínimo.
Vuelve la impotencia.
Vuelve ese sentimiento de ira profunda cuando le gritas con lágrimas en los ojos todo lo que sientes y todo el mal que te ha hecho y lo único que ves en sus ojos es un vacío. Y notas que en realidad no está escuchándote y empatizando contigo o al menos reconociendo sus errores, sino que está pensando en la siguiente respuesta hiriente, infundada y probablemente sin sentido que va a decirte. En esos casos es cuando me gustaría poder tener el poder de controlarle, obligarlo a sentir lo que yo siento, hacerle entender que le hace daño a los que lo rodean y que tiene que cambiar.
Intentas razonar con esa persona, se lo explicas de mil formas diferentes. Con calma, enojada, llorando, gritando, como sea que te salga en el momento y eso hace que una parte de ti se sienta bien. Logras descargar la ira. Logras quitarte parte del peso de haber aguantado las cosas malas durante tanto tiempo. Pero sea como sea que intentes explicarlo sus respuestas siempre serán las mismas y ¿lo peor? no logras que entienda el por qué de tu ira. Lo único que hace es ponerse a la defensiva, cerrar la mente y no reconocer sus errores o pedir perdón. Y tal vez no importaría tanto que no pidiera disculpas si tan solo no volviera a herirte. Pero el patrón se repite cada determinada cantidad de tiempo. Y a pesar de que ya sabes como empieza y como termina la historia, vuelves a usar los mismos métodos porque ya no se te ocurre nada mas que hacer, pero consideras que peor es quedarse callada.
Todo se vuelve como una película que alguien rebobina y vuelve a reproducir, pero en cada reproducción una parte de ti se rompe, una parte de tu alma y de tu cariño por esa persona queda atrás, irrecuperable.
Luego decides quedarte al margen y aceptar sus caprichos con tal de que no siga rompiéndote. Pero ves que alguien, un ser muy querido por ti, le hace frente. No se rinde y sigue atrapado en el mismo patrón. Y tu lo observas todo desde afuera, sentada al lado de la persona que rebobina la película y te conviertes en un espectador. Pero la impotencia regresa. Ves como tu ser querido es pisoteado, maltratado y hasta puedes escuchar el sonido de su corazón rompiéndose. Tu intentas intervenir y reconfortarlo, pero notas que es en vano y la peor parte es que sabes que si te entrometes tampoco servirá de nada… tal vez hasta empeorarías las cosas. Por eso sigues manteniéndote al margen, carcomiéndote los sesos pensando en cómo lograr que esta persona recapacite y entienda el mal que causa.
Luego de pensar y pensar una idea atraviesa tu cabeza, la idea horrible, espantosa y escalofriante de que tal vez no escucha razones y no recapacita no porque no pueda, sino porque no quiere. La idea de que esta persona haga todo lo que hace a adrede, siendo perfectamente consciente de que daña a los demás, hace que una onda de frio recorra tu espalda. Pero todo cobra un sentido. Hacer que una persona cambie determinada conducta ya es difícil de por sí, pero tratar de que alguien que hace el mal conscientemente elija comportarse de una forma diferente es una tarea que me atrevo a llamar imposible.
¿Qué se debe hacer en un caso como este? ¿Qué se puede hacer si cada vez que no le cumples un capricho se enoja, no sin antes gritarte y hacerte sentir como la peor basura del mundo y la culpable de todo? Estoy segura de que esa persona también siente dolor y también encuentra en los demás comportamientos que le son molestos, pero si él mismo no es capaz de mantener una conversación con el fin de arreglar las cosas y su única, básica y repetitiva “solución” es irse con su ira a otra parte hasta calmarse ¿qué queda por hacer?
Alejarse en momentos de ira esta bien, evita que digas o hagas cosas hirientes. Pero es lo más alejado a una solución a largo plazo. La única manera de solucionar los problemas es hablando y dejando las cosas claras, pero para que eso funcione también hay que cerrar la boca y abrir la mente, ponerse más en modo empático y menos a la defensiva. Todos tenemos defectos, todos cometemos errores y a nadie le gusta que se los mencionen, pero reconocerlos es la única manera de mejorar como persona y vivir en paz. De lo contrario solo te volverás cada vez peor persona y finalmente… un monstruo que acabará solo.